'El pensador' de Auguste Rodin.

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La jornada de reflexión

Eduardo Moreno Amador
Publicada

El 22 de julio los votantes españoles estábamos convocados a reflexionar. Seguramente todos lo hicimos en mayor o menor medida. Cada cual con sus elementos de juicio y de prejuicio, cada cual con su claridad u oscuridad, cada cual con el aturdimiento de los engaños y los fuegos fatuos de la campaña, con la valoración de sus intereses o de sus compromisos, con la carga de sus rencores o sus afectos, con su seguidismo o su independencia. Cada cual, digo, reflexionó y decidió su actitud frente al voto.

Debería de cambiarse la norma y establecer como día de reflexión el día de después y no el de antes. Los que deberían reflexionar son los políticos que llevan muchas semanas de apasionada palabrería partidaria y que pueden sufrir un problema de inercia irreflexiva cuando les toca entrar de lleno en la toma de decisiones. Tanto si pueden abordar el futuro con seguridad en sí mismos y satisfechos con el resultado, como si lo han de hacer cargados de resentimiento contra "las urnas", que es una torpe referencia metafórica a los ciudadanos que los han marginado. Pero no, para ellos lo que comenzó el día 24 de julio fueron los días de la refracción.

Cuando una onda de luz se refleja, por ejemplo, en un espejo, el efecto de la reflexión es la limpia proyección de su imagen en un ángulo equivalente al de su origen. Pero la onda de luz que sale de la reflexión de los ciudadanos se distorsiona al cambiar de medio y entrar en el magma turbio de la política. En él se refracta y se deforma. La refracción es la némesis metafórica de la reflexión.

Introduzcan un lápiz de colores en un vaso transparente de agua limpia y mírenlo a través del cristal. El agua refracta la luz. Ya no es el reflejo del lápiz, el medio distorsiona la imagen. Ahora, introduzcan un voto en la urna transparente. El día 23 de julio se ve a través del cristal. Es su voto. En el mismo sobre que usted introdujo. Pero llega el día 24 y la refracción de su voto junto con el del resto de ciudadanos, habrá modificado el sentido o la trayectoria de la luz. La refracción convierte los votos en ilusiones ópticas en las que las ideas se doblan y se desvían de su camino original. Los políticos son tan flexibles que un contorsionista envidiaría su capacidad de adaptación.

Los intereses que se escondían tras los discursos abren el paso a la refracción. Así, cambia el sentido de la corriente expresada por la masa del voto disminuyendo o aumentando caprichosamente la imagen de una u otra parte de la urna. De esta forma, se barajan y reagrupan las papeletas en función de compromisos y acuerdos tribales alejados de la realidad social expresada en el voto. Es la refracción: esa habilidad sorprendente de la luz cuando atraviesa un medio diferente del de su origen.

¿Y cuál es la función de los medios de comunicación y sus encuestas? Promover durante semanas una falsa confrontación polarizada de las opiniones. Trazar un recorrido temporal mediante oleadas de datos en los que se sincroniza un mundo imaginario de posiciones puntuales consecutivas en una escala bidimensional de izquierda a derecha o de abajo a arriba en la que ahorman el criterio de los encuestados.

Para la información mediática el análisis del voto es estocástico. En definitiva, usan abusivamente la estadística para justificar la ficción de la libertad. Como afirmaba crudamente Jesús Ibáñez, allá por 1988, entre las paradojas de la investigación social "la estadística permite dominar a las clases dominadas sin que éstas sean conscientes de la dominación".

Probablemente un sistema electoral distinto, más igualitario y que promoviera la cercanía entre el elector y el elegido, considerados individualmente, evitaría los efectos más dañinos de la refracción. Efectos dañinos como el desequilibrio entre el peso del voto y su efecto en el reparto del poder.

Gane quien gane, gobierne quien gobierne, en el modelo actual lo que se teje el día de las elecciones (número de votos) se desteje la noche electoral (importancia real de cada voto). Una Penélope noctámbula destruye la tela original para urdir un tejido nuevo. Y si hay algo que urdir, también hay algo que tramar. Trama y urdimbre de un prodigioso manto del poder que se reteje en la oscuridad de los despachos y en el laberinto de los pasillos.

No estamos educados para la democracia. De hecho, no hay confrontación pública y abierta de las propuestas en mítines en los que poder discrepar o debatir. Se nos mantiene atentos a la pantalla mediante discursos envasados, ordenados y medidos. En realidad somos amaestrados para el voto individual y estimulados a la sumisión de uno u otro bando con la falacia del "voto útil" o el "voto de castigo". Al final, el resultado es siempre un espejismo.

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