Opinión

El valor de ser funcionario

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Con el advenimiento imprevisto de la pandemia parecía que todo se hubiera congelado en el tiempo, pero todo quedó en una demora puntual. Asistimos estos últimos meses a las convocatorias de oferta de empleo público más cuantiosas de la historia, lo que la Covid-19 solo aplazó, pues las administraciones ya estaban necesitadas de incorporar savia nueva, nuevo talento que engrasara una maquinaria que no siempre reconocemos en su auténtico valor. Unas convocatorias que siguen teniendo lugar.

Es fácil hacer chistes sobre los funcionarios. Reconozco que algunos son desternillantes, como aquellos que salían de la pluma de nuestro añorado Forges. Ahí va uno para el que no pasa el tiempo. Le espeta indignado un funcionario a unos ciudadanos que le acusan de postergar más de la cuenta los trámites: "¿Burócrata yo? Eso no me lo repite usted duplicado y compulsado".

Sin embargo, otras gracietas no buscan nuestra sonrisa, sino nuestra complacencia en este enfermizo desprecio que, no pocas veces, sentimos en torno a un empleado que creemos mejor pagado que la media, con esa envidiada seguridad en su puesto de trabajo del que nunca le podrán echar y del que sospechamos que casi siempre está desayunando en horas de trabajo.

No encuentro en la RAE acepciones de la voz "tópico" para expresar cierto malestar cuando leo u oigo las recurrentes, y no siempre ocurrentes, andanadas contra los funcionarios, pero sí se acomoda mejor lo que deseo transmitir por medio de la palabra "prejuicio", cuya segunda descripción es: "Opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal". Porque sí creo que se conoce mal, o muy mal, lo que significa ser funcionario, el proceso hasta llegar a serlo, el recorrido profesional durante décadas al servicio público y el medible beneficio que su labor reportará a la sociedad en su conjunto.

El valor de ser funcionario con que titulo este artículo es el valor por el mérito que ha tenido de preparar una oposición y aprobar; es el valor por realizar su trabajo, pese a que en algún momento se ha visto cuestionado, tanto por las élites gobernantes en cada ocasión como por parte de la ciudadanía; es el valor de su esfuerzo durante la pandemia, como todos hicimos, pero ellos, en muchos casos, con sus propios recursos; es el valor porque con la crisis energética no pocos han ido a trabajar en los meses de invierno a 19 grados, teniendo que trabajar con abrigos.

No exageraré cuando afirmo que si este país funciona es, en una parte nada despreciable, gracias a los funcionarios que hacen su trabajo con independencia de quien gobierne. Da igual que haya habido elecciones y se produzca un gran cambio político, porque el funcionario acudirá al día siguiente a su lugar de trabajo a hacer lo que hace habitualmente, engrasar la maquinaria, más allá de los colores.

Con las recientes ofertas de empleo público, las mayores de la historia (había una necesidad indiscutible) vemos cómo unos se preocupan por conseguir ese puesto de trabajo para poner su granito de arena en el objetivo de que este país siga progresando, mientras que otros, determinada clase política, se embarca en negociaciones un tanto controvertidas para garantizar su escaño, también una plaza pública como la del funcionario, pero sin el enorme esfuerzo que supuso para este su preparación y logro.

¿Que es un trabajo para toda la vida? Sí, claro que sí. Es el resultado de un esfuerzo. Como quien ejerce de médico o notario tras dedicar, como mínimo, una década de su vida al profundo y complejo estudio de materias que no todos podríamos ni sabríamos acometer. Que menos que el beneficio de tener una mínima consideración laboral tras un esfuerzo como ese.