Un día de estos me devolverán el coche del taller, pero no creo que deje el autobús después de estos días. Me alegra el día, y el tiempo dentro resulta provechoso. Me gusta ver a los ciudadanos y convivir con ellos. Son lo más importante del Estado.
Este es un Estado de decenas de millones de reyes soberanos. La soberanía de la nación reside en estos monarcas congregados por todas partes que llenan el espacio, y heredan las tradiciones del tiempo. Los observas y no hay boato, ni protocolos.
Uno, al que conozco de subirse otras veces, lleva sombrero de ala corta. Hoy, se ha subido en un punto y se ha bajado trescientos metros más allá. Es un rey con corona, es tan Rey que utiliza nuestra carroza real, el autobús, para unos pocos metros. No se quita el sombrero ni para sentarse. Siempre he pensado que los sombreros enormes de Isabel II, una reina muy simbólica, eran símbolos de su corona puestos a propósito por ella misma.
El rey Felipe representa a estos reyes con los que me encuentro cada mañana. Es nuestro embajador. El rey, es el delegado de la soberanía del pueblo. Ya sé que podría haber una república, e, incluso, a nivel intelectual sería más razonable, pero el pueblo es soberano, y quiere que le represente alguien como él, un rey o una reina, en lugar de una pandilla de patanes que hacen lo que les da la gana en función de sus contingencias del momento.
Yo también soy un rey, como todos. Y me gusta Felipe VI más que los políticos que tenemos. De hecho, con Felipe V, es el más culto de los Borbones, y, por supuesto, mucho más que los de las dinastías anteriores y que su padre emérito. Los políticos no nos representan, ni quieren hacerlo. Nos ignoran y nos desprecian. Desprecian tanto al pueblo y son tan soberbios, que hacen mucho que ya no se sienten parte del pueblo.
Y eso que son una mediocridad revestida de ideología. La ideología cool de cada momento justifica su mediocridad —eso creen ellos—, pero una cosa es predicar y otra dar trigo; otra es ser más papistas del Papa; y por fin, en una sociedad libre, hacer de la ortodoxia políticamente correcta de cada momento un dogma inatacable. Se han olvidado de que son reyes como nosotros. Reyes de España, nada menos. La nación más vieja de Europa.
¿Habéis sentido curiosidad alguna vez por saber cómo viven los reyes en su vida privada? Subiros a un autobús, como cuando yo regreso o abandono el reino de mi casa. Los reyes de España son encantadores en la intimidad. Si los observas, ni se imaginan observados. Están a sus cosas, a sus preocupaciones de cada día, y están a ellas como si no fueran importantes, cuando son lo más importante que pasa en nuestra nación cada día.
Hoy, una señora mayor, una reina madre, ha bajado del bus con un saco pesado. Era delgada y ágil, y, sin duda, esa era una tarea importante, porque nadie pone empeño y se juega la salud llevando una carga pesada si no es por una buena razón. Que la lleve ella nos libera, porque si no, la llevaría otro. Enfrente de mí, se ha puesto cara a cara un rey de mediana edad, con la mirada perdida, tanto que le costaba enfocarme. Sus ojos se volvían hacia dentro. Estaba ausente y despistado. Me ha dado un poco de pena.
Da igual que uno de nosotros no esté muy cuerdo, pues somos tantos reyes que podemos sustituirlo. Parecemos tan débiles en autobús que no nos damos cuenta de nuestra grandeza. No tenemos corona, ni cetro, ni nos ponen alfombra, pero nos sirve un rey de verdad, el último de la dinastía, un rey culto y con sentido de su posición en la historia. Y lo quieren quitar, Dios mío, si es como echar del servicio a alguien muy notable. Lo quieren quitar cuando tenemos el Congreso lleno de ignorantes jugando a ser políticos de verdad. Alguna vez sube algún vagabundo. No hay rey más grande que aquel que duerme bajo las estrellas. Yo soy un rey poeta. ¿No os lo había dicho? Pues sí, es lo mejor que puedo hacer por nuestro país. Cada rey lleva sus pesos y ofrece sus mejores galas en una monarquía constitucional en la que todos somos soberanos.
Mientras paseo en la carroza real por la ciudad con los demás reyes que me acompañan en el trayecto, voy pensando que la mayor deslealtad que se ha cometido contra la Constitución del 1978, pacto de convivencia, la han cometido los partidos políticos y los que los han dirigido. Estoy cansado de escuchar que se metan con el rey Felipe o que lo traten mal de soslayo, o que se someta a un proceso público a los jueces cada vez que una sentencia no nos gusta, cuando han sido los garantes de este espacio de libertad que fundamos en el imperio de la ley y no en la arbitrariedad, proscrita por cierto en el artículo 9.3 de la Constitución, cuando exige que los actos administrativos, institucionales o las leyes tengan razón jurídica (una precepto concreto) y sea razonable aplicarlo.