Como era previsible, la investidura fallida de Feijóo dio paso a que Felipe VI proponga un nuevo candidato a la Presidencia del Gobierno. Justo cuando se cumplen seis años del asalto institucional perpetrado por el independentismo catalán cuyas consecuencias judiciales aún no se han resuelto del todo, el monarca asignó a Pedro Sánchez la tarea de formar Gobierno a la vez que este último negocia la nulidad definitiva del poder judicial con los mismos que cometieron una de las mayores atrocidades de nuestra democracia.
Al PSOE se le plantea un dilema moral importante, y es la aceptación de las exigencias de un separatismo en horas bajas que quiere reconquistar a un electorado inerte a base de ejercer el chantaje político hacia el adversario –por no llamarlo cómplice–, cuya norma no es otra que la práctica del delito sin consecuencias.
Y es que, durante la última legislatura, el concepto separatista se ha ido deshilachando a causa del inmovilismo de aquellos que pregonaban a viva voz un referéndum de autodeterminación. Ese mantra recalcitrante ha terminado por desembocar en una hemorragia electoral que los del procés han de cortar cuanto antes si quieren seguir viviendo del dinero que les dan el resto de los españoles. A los resultados me remito. Paradójicamente y por suerte para ellos, hoy esa debilidad se ha convertido en ventaja, y el independentismo exhibe, más amenazante que nunca, un músculo político hipertrofiado que promete en mítines y ruedas de prensa romper con un golpe seco el orden constitucional. Y esta vez no fallará, pues pretende ostentar el beneplácito de un Gobierno tejido a medida para la causa nacionalista.
En realidad, a Sánchez y al "nuevo" PSOE del que tanto se enorgullecen sus ministros no les viene grande Puigdemont, sino que lo necesitan como estrategia política sea cual sea el resultado de las negociaciones.
Si nos fijamos bien en el discurso que el presidente del Gobierno en funciones ha pronunciado después de que el rey le encargase la investidura, vemos que no se escucha ni una sola vez la palabra amnistía. Y no es casualidad, pues en la ambigüedad y la perversión del lenguaje está su mensaje. Pedro Sánchez no quiere adelantar acontecimientos ni hablar más de lo necesario para no verse maniatado por la opinión pública en un futuro próximo.
Al nuevo candidato se le plantean dos escenarios posibles: el primero en el que Junts y ERC acepten la propuesta de una ley de amnistía y dejen en punto muerto la exigencia de un referéndum. En tal caso, tendremos un Gobierno "progresista", por llamarlo de algún modo, y veremos a un PSOE que se mostrará como el salvavidas que mantuvo a su país al margen de caer en el abismo separatista. La amnistía pasará de largo y copará titulares estériles y poco elocuentes en medios y tertulias, y, el tiempo que dure esa quimérica legislatura, veremos a toda la bancada socialista, servil y sumisa, atender con pasión las necesidades y caprichos de un delincuente. El otro escenario posible, que es por el que yo me decanto, es en el que Puigdemont niegue la investidura sin un compromiso previo de referéndum.
Es entonces cuando asistiremos a otra de las estafas de un Pedro Sánchez que, con aire solemne y patriota, se vanagloriará de no haber cedido a las coacciones ejercidas por lo que volverá a llamar un prófugo de la justicia. Anunciará la repetición electoral mientras desempolva la bandera nacional, y creerá nuevamente en el mismo Estado de derecho que estaba dispuesto a pisotear si así lo llega a ordenar Puigdemont. Los suyos le describirán como un constitucionalista fiel a los principios de un PSOE que ya no existe pero que se venderá a sí mismo como lo que fue y no como lo que realmente es: la grupi histérica de un guaperas famosete cuya abstinencia de poder se le hace tan insoportable que sería capaz de vender uno por uno los pueblos de España si ello le permitiera dormir una noche más en el palacio de la Moncloa.
En definitiva, la estrategia del Partido Socialista no es otra que la de hacer lo que lleva haciendo desde 2019: tomar el pelo a los españoles. Pero cada vez surgen más voces críticas que alertan del mal camino que se ha optado seguir desde la formación, que se dirige a un precipicio ideológico del que le será difícil salir. Pedro Sánchez caerá, porque nadie sobrevive a su propio suicidio. Un suicidio fraguado en torno a una doble personalidad cuya máscara moral cada vez es más frágil. Cada mentira cuenta, y al PSOE se le acaban lo argumentos para justificar unos cambios de rumbo cuya motivación no es otra que la de mantener a un líder personalista y sin escrúpulos al frente de la toma de cualquier decisión. Tarde o temprano, Pedro Sánchez y el PSOE pedirán indirectamente su propia amnistía, y será entonces cuando, habiendo tomado nota de todo, los españoles decidirán si deben concedérsela o no.