Si todavía resta algún esperanzado marginal que crea en una posible repetición electoral a fin de enmendar lo que no se hizo en julio, debiera apagar cualquier atisbo de fe.
Suena bonito e ilusionante eso de volver a votar, pudiendo en enero todos elegir entre la amnistía más el derecho de autodeterminación o el proyecto que Feijóo destripó en la tribuna del Congreso, pero conviene escuchar a la lógica y prepararse para la legislatura que vendrá. Milagros, a la Virgen del Rocío o a las generales de 2027 (o 2025, a saber).
Cinco años de gobierno sanchista nos tenían bien avisados, ojo avizor, de lo que podía ocurrir en Cataluña si Sánchez seguía dependiendo de ERC (más aún ahora de Junts): sólo quedaba la amnistía y el referéndum de autodeterminación por ofrecer a cambio de la investidura, porque la eliminación del delito de sedición, la rebaja del de malversación y los indultos habían agotado ya la oferta que el PSOE tenía a su disposición.
Entonces, previa amnistía al prófugo de Waterloo y compromiso de facilitar una votación, será esta una legislatura que sólo podrá dinamitar Puigdemont, en ocho meses o en dos años, o el PNV si recobrara la razón que abandonó desde que adquirió el síndrome de Estocolmo, ama sentirse como un clínex usado por Sánchez y está empecinado en que Bildu gane las próximas elecciones en el País Vasco.
Imagino esta legislatura como una notablemente más enquistada y bronca que la anterior. Con el BNG pidiendo la independencia de Galicia y Coalición Canaria cien mil millones de euros para un par de polideportivos en La Gomera a cambio de sus votos para aprobar los PGE que, peor aún, deberán pasar por un Senado evidentemente controlado por un PP dispuesto a sacar la tijera de la enmienda. O a Otegi exigiendo presentar en rueda de prensa cada ley a modo de portavoz oficioso del Gobierno o BOE de viva voz.
A lo largo de la neolegislatura Frankenstein se hará del arte que es el discurso político una vía para reírse del adversario, con Puente y Rufián como guías instructores de la nueva normalidad oratoria. En la flamante macedonia electoral que pretende articular Sánchez, el ninguneo y el vacile en la Cámara Baja serán primordiales, cual si el parlamento fuera un bar de barrio o cierto club nocturno que el Grupo Socialista Independiente de Berni conoce bien.
Yolanda Díaz reclamará un cohete para visitar Saturno, y Podemos pedirá, claro, que Irene Montero no se mueva de Igualdad. Utilizará el partido morado sus cincos diputados para romper la disciplina de voto de Sumar si así lo considera preciso, porque genialidades legislativas como la ley del sólo sí es sí únicamente las pergeña la señora Montero, nuestra Churchill particular.
Serán estos venideros años la primera ocasión en que el propio Gobierno de la nación enmiende al propio Adolfo Suárez y a la mismísima Transición. Les seguirán la monarquía parlamentaria, Felipe VI, Leonor de Borbón, la carne, el castellano en las escuelas, Ayuso, las novelas de Reverte, los columnistas, la bandera de España y las tertulias de radio y televisión.
Pero sobre todas las cosas, la legislatura que vendrá será insostenible, corta. Una legislatura de pan para hoy y hambre para mañana construida sobre un castillo de naipes que cualquier soplido de Puigdemont pudiere transformar en elecciones anticipadas. Hasta que España agonice o diga basta.
Y si apuesta por la segunda, más vale que los constitucionalistas no osemos pensar que basta con motear España de dos manifestaciones por la unidad de nuestro país en Madrid y Barcelona. El grito habrá de ser atronador, al unísono, sin colores políticos y en todas las ciudades, de Valladolid a Sevilla pasando por Valencia y Santiago de Compostela. Y ese grito, más importante aún, deberá clamar "libertad e igualdad".
Al cabo, con la legislatura que vendrá sólo nos quedará esquivar el silencio, rechistar un rato más y seguir defendiendo que un delito, incluso el que comete el político, es delito en Cádiz y en la orilla del río Llobregat.