Yolanda Díaz en la manifestación de apoyo al pueblo palestino

Yolanda Díaz en la manifestación de apoyo al pueblo palestino Efe

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La equidistancia nos hará cómplices

Alejandro Pérez-Montaut
Publicada

El pasado 7 de octubre se materializó uno de los mayores ataques contra Israel en décadas por parte de la organización terrorista Hamás. Como era de esperar, la legítima respuesta del país atacado no ha tardado en producirse, como tampoco lo han hecho las reacciones internacionales a este nuevo episodio bélico. Centenares de civiles muertos pesan ya sobre la mesa tras esta ofensiva, planeada, coordinada y financiada por agentes externos, que, quizá por ser excesivamente rudimentaria, logró pasar desapercibida ante los servicios de inteligencia de uno de los países que encabezan el ranking de inversión en defensa.

Esta matanza supone no solo el daño perpetrado contra la sociedad civil del país que la ha sufrido, sino mucho más: es el recordatorio de la amenaza constante a la que están sometidos los valores de las democracias occidentales. La permisividad con la que algunos líderes políticos han reaccionado alienta a las bestias que juraron acabar no solo con un pueblo que a lo largo de su historia ha luchado por su supervivencia para evitar ser exterminado, sino con todo lo que huela a libertad dentro y fuera de sus lindes.

El grueso de la opinión pública, con su falso rictus moralista, no pasa por alto la oportunidad de blanquear a Hamás y culpar a Israel de las consecuencias que el ataque está teniendo sobre la Franja de Gaza. Los titulares captan de forma soez a un público desinformado, a base de elaborar un relato equidistante, y tratan de dirigir nuestra opinión hacia una árida conclusión sobre un conflicto geopolítico de alta complejidad y cuyas magnitudes futuras son inimaginables.

En nuestro país se han sucedido, como de costumbre, indecorosas amalgamas dialécticas bajo las cuales se ha apoyado al asesino y repudiado a la víctima. Por un lado, hemos visto a una Yolanda Díaz situarse en el infecto limbo moral de los que no dicen por no ofender, equiparando a víctima y verdugo y pidiendo a la comunidad internacional que tome cartas en el asunto para que los palestinos puedan vivir dignamente. Lo que quizá no sabe nuestra vicepresidenta es que el conflicto no gira en torno al pueblo palestino, sino que lo que se trata de combatir es una ideología extremista que vulnera de manera flagrante y continua los derechos humanos que ella tanto defiende en sus mítines de barra de bar.

Otros han querido ir más allá, mostrando públicamente su apoyo a Palestina nada más conocerse los hechos del pasado sábado, dejando al descubierto una actitud proselitista que induce abiertamente al odio hacia el pueblo judío. Con ellos ya van unos pocos que no se enteran de qué va la película. Aquellos que aspiran a seguir formando parte de un Gobierno que se dice democrático no pueden permitirse la ignominia de blanquear regímenes totalitarios como el que Hamás lleva imponiendo durante años en la Franja de Gaza.

Pero de todos es sabido que buena parte de la izquierda siempre ha profesado cierta simpatía por el totalitarismo y las autocracias. Y a pesar de los hechos que estamos viviendo, esta izquierda tratará por todos los medios que la sociedad continúe haciendo oídos sordos e incluso apoyando estos y otros desvaríos autoritarios que parecen ser norma en el pozo moral en el que se sitúan algunos de nuestros dirigentes.

Muchos vemos con estupor el analfabetismo funcional del que se hace gala desde una parcela ideológica al defender con el puño en alto los derechos LGTBI a la vez que se aúpa el islamismo radical que colgaría por los pies a todo el colectivo si este cayese bajo su sombra. Esos mismos feministoides y adalides de la diversidad a los que se les llena la boca cuando hablan de igualdad han vuelto, una vez más, a dejar aflorar su ya conocido antisemitismo para abrirle la puerta al extremismo que los asesinaría sin piedad a la primera manifestación de disconformidad hacia sus postulados liberticidas.

Estos días se han ido impregnando las plazas públicas de Occidente de bárbaros autóctonos que dicen luchar por lo justo mientras celebran el preámbulo de lo que sería sin duda un genocidio en manos de una organización terrorista si se diera la oportunidad. Se ondea con orgullo la bandera palestina junto a la arcoíris en las calles de Europa, haciendo ver al mundo que estamos a favor de que se consume el exterminio que los enemigos del pueblo judío juran llevarán a cabo tarde o temprano. Impresiona ver cómo una sociedad civil aparentemente moderna se posiciona del lado de países gobernados por el fundamentalismo.

Israel, dada su situación geográfica y su historia, es la frontera que separa la represión de la libertad, y los enemigos de Occidente no cesarán en su empeño de traspasar dicha frontera para tratar de imponer sus ideales totalitarios en un mundo que carece de autoridad para frenarlos. Al islamismo radical no se le da la espalda, sino que se le combate de frente y con toda la contundencia posible. Y eso es lo que desde la equidistancia y el buenismo occidental parece que se nos ha olvidado. Dicha equidistancia nos hará cómplices, mas pronto que tarde si no le ponemos remedio, de nuestra propia desgracia.

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