Con Félix Bolaños en la sala de máquinas presidir un país maniatado por el independentismo suena hasta a tarea apetecible. Félix sólo tiene que sonreír para la foto con Junqueras; hacer como si nada ocurriera y defender a golpe de canutazo la amnistía, como defendería que el Girona fuera proclamado campeón de liga por Real Decreto si Puigdemont así lo requiriera.
En fin, la condonación de la deuda a Cataluña no la pagará tanto Bolaños sino el españolito fino con su IRPF, el IVA… y con un impuesto al oxígeno que se le acaba de ocurrir a Yolanda Díaz.
Bolaños, decía, es quien se encargará de propagar la verdad unívoca del nuevo gobierno orwelliano-sanchista. En su currículum destaca además que es conocedor de dos idiomas: el de reírse a carcajada limpia de la oposición y el de la riña tabernaria travestida de conversación filosófica sobre las ideas. Experto también en saltarse protocolos porque el protagonista es siempre él, hizo pellas cuando en la Complutense le enseñaron que la Constitución no permite el indulto general; se llame amnistía, Fulano o camino para una sociedad convivencial.
A todo Batman le conviene tener cerca un Robin, tanto como a cualquier primer ministro del Estat espanyol un Félix Bolaños que baje a la arena y haga el trabajo sucio que es justificar la posición presidencial cuando España diluvia de amnistía cada noche en la calle Ferraz, energúmenos aparte.
Porque lo de Ferraz o lo de aquel domingo en cada Plaza Mayor de este país es la sociedad española hastiada de falta de igualdad, de carencia de libertad y de escasez de políticos serios que debatan sobre las cosas importantes, que son las que afectan al final del día al bolsillo del ciudadano: la inflación, España liderando por la cola las tasas de paro general y juvenil, la inexistencia de una justa deflactación del IRPF conforme al IPC, las trabas presentadas a la inversión y el emprendimiento nacional y extranjero y, en general, una sociedad que se tiene por liberal porque está en Europa y Bruselas impide que siquiera rocemos la nefasta situación que padece Argentina.
La política hoy ya no está ni mucho menos para dialogar ni tampoco para asuntos de adultos sino para zancadillear al adversario, tenido por enemigo. El arte parlamentario queda ya reducido a la búsqueda del tuit viral; a la pelea por ver quién es más azul o más rojo, más español o más ecologista.
Y en esta política cobarde que sufrimos y que avergonzaría al mismísimo Adolfo Suárez se mueve Bolaños con firmeza porque él es inmanente a futbolizar el debate, y Sánchez lo premia con una cartera única que aglutina Justicia, Presidencia y Relaciones con las Cortes; aprovechamos también y denotamos así ante la Unión que amamos la separación de poderes y que aquí creemos más en la independencia judicial que en la Santísima Trinidad.
Y el Partido Popular, en esta tesitura, ha caído en la trampa de hacer una oposición desde el para qué (entintar de azulado la Moncloa) y no de raigambre en el porqué. Propuestas enraizadas en un hashtag por si el nuevo gobierno de Sánchez (por menos igualitario) cae por su propio peso y antes de tiempo ganan de una buena vez las elecciones con suficiente superioridad como para neutralizar otro gobierno Frankenstein. Le importa más a Génova gobernar que la gravedad de una amnistía que pone patas arriba el Estado de derecho.
No entiende el PP, y el PP es experto en no entender nada muchas veces, que a Bolaños y a su ministerio para la amnistía no se le hace frente recordando que fue Feijóo quien ganó las elecciones, sino desde el cómo afecta el pacto con Junts al bolsillo de un extremeño y un vallisoletano. A este paso sería más rentable y beneficioso para España que el Partido Popular lo presidiera desde mañana mismo ChatGPT.