Pedro Sánchez, en el congreso del SPD Efe
Cuando se cumple el cuarenta y cinco aniversario de la Constitución Española, Francina Armengol, la presidenta del Congreso de los Diputados por exigencia de los independentistas catalanes, asumiendo el relato y la interpretación secesionista, de los que ella es una más, ha dado un otra vuelta de tuerca a la reforma encubierta de la Constitución.
La Carta Magna dice exactamente lo que dice y no cabe que cualquiera, por mero interés político, pueda retorcer el texto hasta que se pueda entender, que lo que está escrito, no es lo que todos pueden leer, sino que dice lo que interesa a las aspiraciones de Sánchez, del que Armengol es una fiel esbirra.
No es posible saber si el presidente del Gobierno estaría urdiendo estas maniobras si las circunstancias fueran otras, pero sí sabemos que es capaz de la más grande infamia si se trata de proteger sus intereses y su ambición personal.
Quizás una de las mayores perversiones de esta estratagema es la forma en la que se está llevando a cabo, utilizando escenarios y actores que puedan dar un aire de normalidad a todas estas aberraciones. Se va dosificando poco a poco, se va inoculando, como si de un gotero se tratara, el germen intoxicador hasta que el organismo lo asimile y lo tolere.
Es diabólico, es perverso, es un firme caminar hacia una dictadura, incruenta pero dictadura, sometiendo a la población a un estado en el que todos los poderes estén controlados por un único poder, y en la que los poderes sometidos sirven de excusa, argumento y apariencia de normalidad democrática.
Es la justificación que necesita Sánchez para seguir apareciendo ante el mundo como el hombre resistente y tenaz que está consiguiendo que España conviva en la paz que perdió por culpa de la derecha.
Y ésto será así hasta que el pueblo se rebele, se manifieste inequívoca y unánimemente y grite a Europa y al mundo que España ha sido tomada por un iluminado ambicioso.