En mi grupo parlamentario había de todo un poco, era heterogéneo con muchas cosas en común: todos éramos socialistas, podíamos discrepar y éramos libres. No digo que el ejercicio de esa libertad fuera un camino de rosas (Alfonso Guerra era un tipo duro y estaba vigilante), pero las propuestas se debatían. Éramos capaces de pensar por nosotros mismos, sin necesidad de ninguna autorización previa.
En el actual grupo parlamentario socialista, parece que todos hayan sido abducidos, todos ellos.
No los conozco a todos, pero sí reconozco, sólo de cara, a alguno de ellos. No reconozco el clamoroso silencio, sólo roto por las unánimes aclamaciones a Sánchez y por las oleadas propagandísticas cuando salen en bandada a reproducir (casi siempre haciendo el ridículo) los eslóganes y consignas ordenadas por el cuartel general.
Seguro que hay más de uno capaz de discernir entre lo bueno y lo malo, que se avergüenza de la pérdida de dignidad por la "necesidad" de decir una cosa cuando sabe que debería decir lo contrario. Seguro que habrá alguno que sepa hacer algo útil y tenga una profesión y un trabajo al margen de la política.
Sánchez puede manipular a los ciudadanos, pero los diputados tienen el deber de conocer dónde está la verdad y la mentira. Un ejemplo: no hay ni uno sólo de ellos que no sepa que la amnistía no es para recuperar la convivencia, y todos saben, inequívocamente, que es un pago al Puigdemont por los siete votos que aseguran la investidura de Sánchez.
Todos ellos, los diputados, saben que Junts no es un partido progresista, que es una organización de la derecha burguesa, xenófoba y sectaria. Todos conocen la verdadera identidad de EH Bildu y del PNV. Y, sabiendo esas evidencias, miran hacia otro lado cuando Santos Cerdán se va al extranjero a vender la dignidad de España por siete votos, o cuando el ministro Puente dice que Bildu es un partido democrático y progresista, para justificar la entrega del Ayuntamiento de Pamplona a los abertzales, y añade que una manifestación en contra de esa cesión es un acto "poco democrático".
O cuando Patxi López o Bolaños o Montero suben para decir que la amnistía es constitucional, al mismo estrado desde el que hace poco tiempo decían todo lo contrario. O cuando el superministro de Justicia y otras cosas dice, en el colmo del cinismo, que defiende a los jueces de los ataques del independentismo mientras calla ante las ignominiosas acusaciones de la portavoz de Puigdemont.
O cuando el PSOE, partido de estado hasta ahora, apoya modificar el Código Penal a medida de la izquierda radical. Y no quiero decir que conseguir votos para formar gobierno sea ilegítimo, todo lo contrario, pero no todo vale, por más que el fin sea legítimo.
Los diputados socialistas tienen motivos sobrados para no dejarse arrastrar por un desubicado que ya no se conforma con enfrentar a los españoles y que ahora va por Europa exportando el esperpento del nazismo. Todo ello lo saben esos diputados y, sin embargo, callan. Entonces ¿qué está pasando? Desafortunadamente sólo me quedan dos respuestas: la nómina o el miedo. No son conscientes de que son ellos quienes le dieron a Sánchez el poder que tiene, sin embargo, son tan dependientes que piensan que el poder se lo ha regalado Sánchez a ellos.
Estamos entrando en un período de déficit de libertad y se intenta tapar con algunos mantras, como el miedo a la derecha. Hay una inmoral y contaminada aritmética en cuyos sumandos faltan siete votos y esta inmoralidad se pretende ocultar detrás de una escenificación en la que tiene un papel primordial infundir el miedo a la ultraderecha.
Se amenaza continuamente con la derecha y ultraderecha (siempre en una dupla inseparable), pero la verdad es que ni hay tantos fascistas como dice Sánchez ni se han puesto nombres franquistas a tantas calles, además no hay tanta añoranza del nazismo como la que parece tener Sánchez, pues de tanto mencionarlo acabará trayéndolo para presentarlo como cosa de otros y así justificar su persecución, una jugada maestra pero con muchas trampas, tantas, que solo un tramposo puede tenderlas a su propio pueblo para debilitarlo y someterlo con más facilidad. Además, ser de derechas es tan legítimo como ser de izquierdas, cualquier complejo al respecto carece totalmente de soporte intelectual.
Y quiero terminar animando a que tomen conciencia de la gravedad de la situación a la que ha llevado a España este insaciable iluminado, y levanten democráticamente la voz. Ellos pueden desenmascarar a Sánchez lo mismo que ha hecho Europa; que no permitan que nadie les coloque al otro lado de ningún muro, porque ya derribamos uno muy grueso con la Constitución de 1978.
Por cierto, esta invitación no es un llamamiento a ninguna rebelión sediciosa, es una alerta para despertar a la libertad. Ningún llamamiento hacia la libertad puede ser censurado, salvo por los opresores.