Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Cientos de veces hemos escuchado este refrán, tan popular como cierto, y otras tantas veces lo hemos ignorado. ¡Si es que te lo dije!
No hemos tenido en España, tampoco abundan en otros países, muchos políticos de alto nivel: honrados, humildes, resilientes, aguerridos, sinceros, empáticos... Cualidades que, en definitiva, hacen de un "alguien" una persona. Que no roben es un milagro, que gestionen bien sin molestar demasiado una hazaña heroica, pero lo que no esperábamos es que destruyeran la convivencia y la democracia.
De tanto denunciarlo se hace cansino, y de cansino que es apenas ya escuchamos. Llevamos tanto tiempo anunciando el fin de la democracia que parece un chiste. Mientras Sánchez sigue engordando el Estado con subidas en subsidios, al más puro estilo socialista latinoamericano, los derechos fundamentales y los pilares de la democracia están a dieta, y estricta.
El gran logro de Sánchez no está siendo el desmantelamiento de la democracia con la colaboración de poderosos medios de comunicación, alguno de los cuales dicen querer a España al mismo tiempo que la apuñalan y traicionan apoyando al autócrata petrino, sino la transformación del constitucionalismo en sanchismo. Lo sanchista es lo constitucional, diría Hegel.
No estoy contento con un PP desorientado y posturitas, ni con un Vox de actitud chulesca y amenazante. Pero son la única baza para salvar el régimen del 78. Un régimen que me encontré cuando nací, y que, con todas sus limitaciones, me ha garantizado oportunidades para prosperar. Lo mismo quiero para las generaciones presentes y venideras: un régimen constitucional democrático, y no una pseudodemocracia sanchista o yolandista.