Lilian Tintori y Leopoldo López, en la presentación de 'Nos quieren muertos', de Javier Moro (Espasa, 2023).

Lilian Tintori y Leopoldo López, en la presentación de 'Nos quieren muertos', de Javier Moro (Espasa, 2023). Sergio Rodríguez

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Apariencia de democracia

Jesús Peinado
Publicada
Recientemente he leído un magnífico libro de Javier Moro que me ha erizado la piel. Se trata de Nos quieren muertos, el relato de una realidad, descripción de la vida personal y política de Leopoldo López, su familia, sus amigos y sus correligionarios políticos.
López es el prototipo de un modelo que ya se fabrica de serie. Con él se pusieron en práctica unos métodos que se han quedado anclados en el régimen venezolano, prácticas cuyo patrón está sirviendo a Nicolás Maduro para eliminar cualquier atisbo de amenaza para su permanencia en el poder. 

No es mi intención hacer una crítica literaria de la obra de Javier Moro, no soy crítico literario, soy un lector que aprecia los valores de una obra bien hecha. Y, en este sentido, he de decir que, a lo largo de las páginas, el autor describe de forma magistral la etapa más dolorosa de la vida de un ciudadano cuya principal vocación fue, es y será servir a su pueblo y llevarlo a una situación de bienestar, paz y justicia.

Lo que el régimen venezolano, lo que Maduro hizo con Leopoldo López lo ha venido repitiendo hasta la actualidad. Así, estos días estamos viviendo como, una vez más, veta a los adversarios políticos a los que las encuestas pronostican la posibilidad de arrebatarle el poder. Y esta realidad no sería posible sin el absoluto control que tiene sobre todas las instituciones del estado, a las que ha ido colonizando, colocando al frente de ellas a sus afines. Tiene a su disposición a la fiscalía para iniciar procedimientos que remata la judicatura, copada por jueces de su cuerda que respaldan y dan carácter de legitimidad a sus decisiones.

¿Es posible que todo esto nos suene a algo más cercano que Venezuela? Salvando las distancias y teniendo en cuenta ciertas cautelas, conforme iba avanzando las páginas del libro, no he podido dejar de sentir una sensación de angustia e impotencia al creer que, algunos pasajes que se describen en el libro, pudieran haber sido referidos a la más reciente etapa de España.

Y es que no estoy hablando de ficción, estoy hablando de nuestro presente. Cuesta trabajo pensar que un país occidental, moderno, integrado en Europa y con un relativamente reciente proceso de transición a la democracia desde una persistente dictadura, pueda retroceder de tal manera que, en pocos años, se hayan viciado los más elementales principios democráticos y sufrido un proceso regresivo en lo que se refiere a calidad democrática.

Estamos en una democracia formal, sin embargo, en ciertas cosas, nos parecemos más a Venezuela que a Francia o Portugal, por ejemplo. Nos relacionamos con Europa, pero tenemos sospechosas íntimas relaciones con Venezuela. Maduro impide la alternancia política y se aferra al poder cual si de su patrimonio se tratara. Y esa misma sensación, esa evidencia, la tengo cuando observo las maniobras de Sánchez para no abandonar la Moncloa.

¿Cómo ha conseguido Maduro anular a todos los opositores que podrían haberle desalojado del poder? Desde Leopoldo López hasta Corina Machado y Corina Yoris, los ha ido eliminando de la pugna electoral con los medios que le da el estado, utilizando a las fuerzas del orden, a la fiscalía y a la judicatura, dando al abuso de poder la apariencia de acto legítimo amparado por la legalidad.

Y otro factor, de tanta importancia como lo descrito, es el absoluto control de los medios de comunicación, en un entorno en que sólo los voceros de la propaganda oficial son tolerados y promocionados, mientras las voces críticas son silenciadas, por las buenas o por las malas. ¿Acaso no nos suena cercano este paisaje?

Aquí no se ha llegado a esos extremos, pero en el ambiente hay un tufillo a la autocracia producido por las formas de gobernar de Sánchez y su habilidad para atrincherarse en el poder. Por el sendero de la democracia se puede circular por el centro, cerca de una de las lindes o pisando la raya continua que lo delimita.

Este último trayecto es el que sigue Sánchez. Presenta sus proyectos de forma tal que evita los controles que pudieran poner objeciones y entorpecer sus objetivos. Ha colocado a gente con carné del PSOE en instituciones que publican y difunden datos e informaciones que influyen en la opinión pública. El CIS y el INE son dos claros ejemplos de lo que significa tener controlados los datos que se publican, igualmente que lo es el control de la radio y televisión pública, sembrada de afines políticos que aseguran que la información se modele a medida de los intereses de Sánchez.

Tiene a su disposición, además de los medios de comunicación públicos, una serie de medios, escritos y hablados, visuales y digitales, a los que provee de filtraciones con noticias de conveniencia (y subvenciones) y que sirven de parapeto contra la información de la prensa libre. Además, estos medios afines, al menos alguno, se enfadan cuando los medios independientes tienen mayor aceptación que ellos entre los lectores.

¡Lástima de país!

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