Recuerdo perfectamente el momento en que aquel neurólogo nos confirmó que nuestro hijo tenía autismo. Lo recuerdo tan bien que podría reproducir cada detalle de aquella sala, la ropa que vestía nuestro hijo, la que llevábamos nosotros o la cantidad de instrumental médico que tuve que quitarle de las manos mientras deambulaba sin freno por aquella consulta mínima. Aquel fue, sin duda alguna, uno de los más duros de mi vida, no sólo por la confirmación de lo que para nosotros era evidente pero no tenía traducción médica, sino porque en ese momento el resto de mi vida se convirtió en un túnel oscuro del que, imaginaba entonces, sería incapaz de salir jamás.
Ansiedad, tensión, depresión. Miedo, temor, pánico. Cada cual lo encaja como puede y entiende el resto de su vida a su manera, pero para muchos el diagnóstico precoz no se entiende como una oportunidad, sino como una sentencia de muerte temprana que se arrastra durante el resto de la vida sin ser capaz de ver el lado positivo de las cosas.
Estas percepciones del autismo (o en realidad de cualquier otra discapacidad) existen, por supuesto que existen, y son muchas las parejas que se rompen a consecuencia del diagnóstico de TEA en un hijo, pero aún así las cifras que la sociedad cree verdaderas están muy lejos de la realidad y muy cerca del mito. Ese mito establece que el porcentaje de divorcios entre las parejas con hijos con autismo se eleva hasta porcentajes desorbitados del 75 o incluso el 80%. Lo dicho, un mito.
De acuerdo al informe elaborado en 2010 por el profesor Brian Freedman, del Centro para el Autismo y Trastornos Afines en el Instituto Kennedy Krieger, los porcentajes de divorcios de las parejas con niños con autismo apenas difieren un 1% respecto a los porcentajes de las parejas con niños sin discapacidad alguna -64% vs 65%-. El informe se basa es datos extraídos de la Encuesta Nacional de Salud Infantil de 2007 en Estados Unidos, para la que se encuestaron a 77.911 familias con hijos entre los 3 y los 17 años de edad.
Estos datos nos explican por qué es importante la sentencia de la Audiencia Provincial de Córdoba.
Según la información publicada por nuestra compañera María Peral, la Audiencia ha decidido obligar a un padre a volver al régimen de custodia compartida que inicialmente tenía con su pareja sobre los dos hijos de estos, uno de 14 años y otro de 16, el mayor de ellos con TEA.
Esta obligación se impone después de que el hijo con autismo se negara a pernoctar en casa de su padre cuando le correspondía estar con él y después de varios episodios de violencia menor del niño -simplificando mucho el caso-. De hecho, el padre se apoyaba en la decisión del niño de no querer dormir en su casa como argumento para no volver al régimen de custodia compartida.
Sin embargo, en este caso, como casi en cualquiera que implique a un menor, debería prevalecer siempre el interés de este y no el de sus progenitores. Por eso es importante la ponencia del magistrado Miguel Ángel Navarro, quien explica que este medida debería servir de "acicate o estimulo a la progresión e implicación más intensa en la corresponsabilidad de ambos padres para el mejor desarrollo y atención sobre los dos menores y en particular del hijo discapacitado".
Lo importante son los niños. No nosotros. Por eso los padres de niños con autismo no salimos corriendo. Por eso nos quedamos con ellos.