Mucho antes de saber que nuestro hijo tenía TEA e incluso mucho antes de que naciera, Ana y yo -supongo que como todos los padres- pensábamos que el nombre del niño, además de gustarnos, debía tener un buen diminutivo y, por supuesto, traducción al inglés. Ese es el principio del sueño, de esa escena en la que tu hijo, perfectamente bilingüe, acaba estudiando en Stanford o en Yale. O simplemente le sirve para los veranos en Irlanda o sus vacaciones en Londres. La clave es que hable inglés, algo básico para su futuro profesional. Y sin embargo, una vez que nuestro hijo fue diagnosticado no sólo fue el primer sueño que se esfumó, sino que descubrimos que incluso podría ser contraproducente para él.
Lo primero que escuchamos de la asociación que nos brinda la terapia era que nuestro hijo debía plantearse dejar la guardería a la que acudía desde que cumplió los seis meses. En línea con nuestros sueños era una guardería bilingüe, claro.
Aquel día descubrimos que aunque la capacidad del cerebro de nuestro hijo para producir más conexiones neuronales se vería beneficiada al aprender un segundo idioma, lo cierto es que en el caso de los niños con TEA contribuía en igual porcentaje a generarle aún un poco más de caos en su cabeza.
Si no era capaz de desarrollar su idioma materno -el castellano- cómo iba a aprender y comprender una segunda lengua.
Esta pequeña frustración se convierte en un verdadero problema para algunas/muchas familias en aquellas comunidades autónomas donde la inmersión lingüística compromete el sentido más básico del aprendizaje de los pequeños con autismo -o con cualquier discapacidad que implique problemas en el desarrollo del lenguaje-. Es el caso de Nil, un joven de Mataró que, como cuentan nuestros compañeros de la sección de España, "tiene 18 años y lee justito en castellano" como consecuencia de los problemas derivados de la inmersión.
Y hay casos tan sangrantes como el de María, una madre de Crevillente (Alicante) con dos niños de tres años con TEA que fueron obligados a estudiar en valenciano después de que el gobierno de Ximo Puig decidiera incluirlo como lengua vehicular también para los más pequeños.
Y el problema no es tanto la norma, como la falta de flexibilidad/solidaridad/respeto de la misma o la respuesta que recibió esta madre cuando solicitó educar a sus hijos únicamente en castellano, tal y como recomendaban sus terapeutas. En su página de Facebook, Compromís -que dirige la Consejería de Educación- respondió a aquella madre que el problema no era la norma, ni su aplicación, el problema de sus hijos con TEA era ella misma: "La primera que está incapacitando a los niños a aprender eres tú cuando dices su condición (de niños autistas)".
Los ejemplos deberían servir para trabajar por el bien de los niños, de todos los niños. Un bien que va más allá de consideraciones partidistas o de nación o de lo que sea. Si no somos capaces de superar esas diferencias por los niños no lo haremos nunca, ni por nada ni por nadie.