Un niño observa a su hermano menor recién nacido. Foto: luanateutzi

Un niño observa a su hermano menor recién nacido. Foto: luanateutzi

Autismo, puzles y galletas

Autismo y la decisión de tener otro hijo

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Es increíble la cantidad de post que hemos publicado en los que incluimos referencias a nuestros miedos. Directa o indirectamente. El miedo siempre está ahí. ¿Qué pasará? ¿Cómo será? ¿Seremos capaces de anticiparle tal situación a nuestro hijo? ¿Lo entenderá? ¿Será capaz de gestionarlo? ¿Tendrán piedad de él aquellos que le rodean y no saben/no entienden que tiene autismo? Todos los padres tienen miedos, aunque para nuestra desgracia, creo que nosotros tenemos más. Sobre todo porque cuando te planteas formar una familia nadie piensa en el TEA. ¿Pero qué pasa cuando tu hijo mayor sí lo tiene?

Es verdad que nosotros teníamos otros condicionantes añadidos al autismo de nuestro hijo mayor, pero el TEA actuaba como una gran barrera. Incluso entre Ana y yo. Había algo en el ambiente que afectaba a todo. A nuestra forma de comportarnos y relacionarnos, a nuestra capacidad para tomar decisiones, a nuestro día a día. Uno quería más hijos y el otro quería darle una vuelta más, repensarlo todo otra vez. Como si hubiera opciones más allá del sí y el no.

Además, todo hay que decirlo, el autismo no es como otros trastornos que sí pueden identificarse durante el embarazo.

No, el TEA no avisa. Un día tu hijo no te mira a los ojos, al día siguiente no aplaude cuando le toca, el otro rechaza el contacto físico... y de repente te encuentras con un bebé de 18 meses, millones de dudas y un diagnóstico que te parte el alma, la vida.

Así que había mucho que pensar, aunque siempre llegamos a la misma conclusión. Las posibles consecuencias de los actos obligaban, porque las estadísticas -ya se sabe que la fiabilidad es variable- dicen que unos padres con un hijo con autismo aumentan un 17% sus posibilidades de engendrar a otro hijo con TEA. Y eso es mucho multiplicar.

En casa conocemos casos de todo tipo. Desde familias que decidieron dar el paso y tuvieron dos hijos más sin ningún trastorno a otro que tuvieron mellizos y ambos nacieron con TEA. Lo cierto es que todos ellos fueron valientes (y un poco suicidas, no lo neguemos), pero no lo es menos que todos ellos son familias felices.

El autismo es un gran problema, grandísimo, pero nuestros hijos son lo mejor que tenemos. Con TEA y sin él. Entonces, ¿por qué debería ser diferente con un segundo hijo?

Hoy nuestra hija tiene siete meses y, por el momento (cruzamos los dedos), no nos ha dado el más mínimo gesto del que dudar. Durante los dos próximos años viviremos con el corazón en un puño, observando cada acción con lupa. Desconocemos lo que nos deparará el futuro, pero al menos sabemos que nos dejaremos la vida para que nuestros hijos sean felices. Es más, el hecho de que nuestro hijo mayor tenga una hermana -con TEA o sin él-, ya es una pequeña garantía de felicidad para todos.

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