¿Me apagas la luz?

¿Me apagas la luz?

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¿Me apagas la luz?

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Veo en el metro un cartel gigantesco con la imagen de una niña iluminada por la pantalla de un móvil que sujeta en la mano. Es una fotografía idílica, de esas que nos llevan a albergar esperanzas en el futuro de nuestros hijos y, por tanto, en el de la Humanidad entera. No recuerdo lo que se anuncia, quizá algún sistema de protección frente al acoso cibernauta a menores o tal vez sólo una marca de telefonía, no lo sé. Pero lo que sí recuerdo es el rótulo a pie de foto: 'Los Iluminados'. Así llaman ahora a los nativos digitales, es decir, a quienes han tenido la fortuna, y sobre todo la desdicha, de criarse frente a un teclado touch. ¿Iluminados? ¿De veras? ¿No será más bien que nos encontramos en la era del Apagón Global?

El mensaje está muy claro: gracias a las nuevas tecnologías, los muchachos (de cualquier edad) se encienden, se inspiran y se alumbran. Los “iluminados” de este siglo y de los venideros son ellos, los que ven el mundo en el marco exiguo de una pantalla, los que se relacionan a través de un chat, los que tienen una sexualidad virtual, los que venden un video íntimo a cambio de un like, los que abusan del más débil, los que muestran su vida en un álbum con la señal de victoria, los que hablan a gritos en los autobuses y los que hablan solos por la calle, los que viven en una interrupción permanente, los que han olvidado que también se puede mirar a los ojos. Si ellos son los “iluminados” de nuestro siglo, creo que tenemos un problema.

Y luego nos sorprendemos de que pasen cosas raras con los que viven en permanente conexión. Cosas raras como esta noticia que he leído esta mañana desayunando: un señor llamado Chris Levier, residente de Utah, ha demandado al Estado por negarle la licencia de matrimonio para casarse con su ordenador. En una entrevista afirma que si se han legalizado los matrimonios homosexuales, no entiende cuál es la razón por la que no se autorizan “otros tipos de matrimonios”. Al fin y al cabo, las personas forman un vínculo “con cualquier cosa con la que tengan sexo”, por lo que deben tener derecho a formalizar tal relación. ¿Y no es precisamente el ordenador “la cosa” que más placer sexual nos ofrece?

En honor a la verdad, no deja también de ser curioso lo que les llega a pasar a otro tipo de “iluminados”, aquellos que aborrecen la tecnología y se convierten en santos inquisidores. Un ejemplo: el jefe de la archidiócesis de Filadelfia dice que los católicos que hayan vuelto a contraer nupcias deben abstenerse de tener relaciones sexuales y vivir “como hermano y hermana”. Otro arzobispo, un tal Charles Chaput, conocido por su énfasis en la obediencia a la doctrina católica, acaba de publicar una nueva serie de normas pastorales en las que sostiene que los que tienen una pareja de su mismo sexo deben abstenerse de tener relaciones sexuales y no hay que permitirles que accedan a puestos de responsabilidad en la Iglesia para evitar “confusión moral en la comunidad”.

Yo opino, sin animo de ofender ni confundir a ningún iluminado, que lo mejor es encerrarse en un cuarto oscuro, muy oscuro, y a ver qué pasa. Apagar la luz puede provocar una iluminación para la carne. Y para el espíritu.