Turquía se ha posicionado en apenas unos años como el segundo mayor exportador de ficciones televisivas. El mercado turco le ha ido ganando terreno al estadounidense y ya se habla incluso de "invasión turca". Una fiebre de la que también se ha contagiado España, dando lugar en las principales cadenas en abierto a la emisión de Mujer, Mi hija, Love is in the air y un sinfín de títulos más.
Gracias a la exportación, estas ficciones -las denominadas dizi- son una de las principales fuentes de ingresos de Turquía en el exterior, igual que lo es el aceite de oliva para España o los automóviles para Japón. Tanto es así que el gobierno de Erdogan prevé que en 2023 la cifra obtenida por la expotación de series ascienda a mil millones de dólares.
Más allá de los evidentes beneficios económicos que esto supone para Turquía, también se pueden encontrar connotaciones políticas no tan manifiestas. Y es que la venta de las dizi al exterior permite al régimen turco dar una imagen inmaculada del país y promocionar sus principales ciudades, sobre todo Estambul, que acoge la mayoría de grabaciones de estas series.
La exigente censura local a la que se ven sometidas estas producciones garantiza que el objetivo de las autoridades se cumpla: ofrecer al mundo una imagen blanqueada de un régimen cada vez más cuestionado, marcado por el autoritarismo, la deriva islamista conservadora y el encarcelamiento de disidentes políticos. Todas estas cuestiones han sido señaladas por la Unión Europea, que en 2016 paralizó las negociaciones de adhesión del país.
Con el aumento de su influencia en el mercado televisivo internacional, Turquía tiene ante sí una gran oportunidad para mejorar sus relaciones con la UE y mostrar al exterior una imagen moderna y abierta. Una estrategia que se vería muy favorecida por otro importante acontecimiento televisivo: el regreso del país a Eurovisión.
El próximo año se cumplirá una década desde la última participación de Turquía en el Festival. El artista Can Bonomo y su Love Me Back lograron un destacado séptimo puesto en Bakú, confirmando así la época dorada de la nación otomana en la competición musical. Y es que, desde la victoria de Sertab Erener en 2003, Turquía estuvo en el top 10 de la final de Eurovisión en seis de sus nueve siguientes participaciones y sólo en una ocasión, en 2011, no logró clasificarse para la final.
Pese al éxito cosechado, en 2013 Turquía sorprendía a los eurofans y decidía retirarse del Festival para mostrar su desacuerdo por la existencia del Big Five y los jurados nacionales, que siempre han tendido a perjudicar sus posiciones en la final frente a las excelentes puntuaciones obtenidas en el televoto.
Tras un amago de regreso en 2016, el país se echaba atrás y se reafirmaba en su decisión de no volver. Dos años después, el director general de la cadena pública turca TRT, İbrahim Eren, argumentaba a los medios locales que no podían permitirse emitir un programa en el que aparece alguien como "el representante austríaco barbudo con falda, que no cree en los géneros, y se considera hombre y mujer a la vez", en referencia a la ganadora de Eurovisión 2014, Conchita Wurst.
Estas declaraciones de dirigentes políticos empañan el espíritu del Festival y suponen un lastre para la imagen de Turquía en el exterior. Es por esto por lo que, en línea con su estrategia de integrarse en la Unión Europea, volver a Eurovisión podría significar un gran avance en su política internacional que, sumado al éxito de las series turcas, favorecería una mejor relación entre el país y la Unión.
Eurovisión sería, además, el mejor escaparate para mostrar una Turquía moderna y abierta, nexo entre Oriente y Occidente, a la vez que la sociedad turca podría compartir con el resto de Europa los valores de fraternidad, el respeto y la diversidad.
Se trataría, pues, de una relación en la que todas las partes salen beneficiadas, igual que está ocurriendo con las series turcas. Al fin y al cabo, Can Yaman, Özge Özpirinçci o Kerem Bürsin no han conseguido nada que no hiciera antes Sertab Erener cantando Everyway that I can sobre el escenario de Riga: ofrecernos lo mejor del talento turco y exportar al mundo la idiosincrasia de un país lleno de historia y parajes de ensueño que conectan Europa y Asia, poniendo el foco en las virtudes de una gran nación más allá de la ideología de sus gobernantes de turno.