Decía hace unos meses Antonio Banderas al periodista David Martos, del podcast Kinótico sobre cine, serie y cultura audiovisual, que le costaba creer en los premios de cine. "¿Es normal hacer campaña como se hace en los Oscar? ¡Hacer campaña! No es que sea raro, lo siguiente. La película ya está ahí y el que quiera verla y considera que mi actuación es buena, se ha acabado. Ir pidiendo el voto es denigrante".
"¿Dónde se queda el arte? ¿Dónde se queda la verdad de lo que uno ha hecho? ¿Y cuántos amigos tengo y cuántos votan? Eso debería ser público. Me encantaría que las academias dijeran: 'Estos son los votos que hemos tenido'. Nos llevaríamos una sorpresa. Si yo fuera presidente de la Academia de Cine, yo impondría una regla: es obligatorio el voto. Hay que votar y tienes que ver las películas", añadía.
Y no le podía faltar más razón. Y es que, sintiéndolo por mis compañeros y colegas de la Asociación de Informadores Cinematográficos de España y, sin ánimo de ofender, pero no me cabe en la cabeza que alguien que haya visto en algún momento una serie como HIT termine votando en unos premios por La Fortuna.
No es de recibo que una serie que está retratando con valentía y maestría y, desde la televisión pública, la realidad de nuestros jóvenes, no obtenga más reconocimientos. O no al menos en favor de ficciones con tan poca alma.
Y lo mismo se podría decir de los Premios Forqué, los que entregan los productores audiovisuales, en los que consideraron que el regular Álvaro Mel merecía más una nominación que otros intérpretes como Daniel Grao, o que sólo se acordaran de la televisión en abierto para nominar a Maribel Verdú por su papel en Ana Tramel. El Juego.
"Si no supieses quién es el director (o el creador) de La Fortuna, no pensarías que es Amenábar. Tampoco que no es. De hecho te daría bastante igual. Pero quién se atreve a negar que "una serie de Alejandro Amenábar" es un eslogan de comunicación y venta que vale su peso en oro", escribía el crítico Alberto Rey en Twitter.
Entonces, ¿por qué esas nominaciones en los Forqué y los Feroz? Pues ahí está la clave. El eslogan de comunicación, la inercia. ¿Quién se atreve a dejar sin una nominación a Alejandro Amenábar aunque no se haya visto su serie? ¿A la gran producción internacional del año? Es Amenábar, tan mal no estará.
Y es así como interpretaciones como la de Elena Rivera en Alba o Toni Acosta en Señoras del (h)AMPA se quedan sin reconocimientos. Porque no tienen esas grandes campañas de marketing detrás que sí tienen las grandes plataformas de streaming. O porque no se han visto. O porque sencillamente decir que ves Netflix, Filmin o HBO Max, mola. Decir que ves La 1, no tanto.
Y eso al final supone hacer gala de una falta de criterio que no podemos permitirnos. No podemos posibilitar que esa imagen se instale en el imaginario colectivo y pongamos en juego nuestra credibilidad. O no al menos nosotros, los críticos y los periodistas culturales. Porque sino luego llegaran insensatos que firmen infectas columnas en las que se atrevan a hablar de intimidación y soborno.
En la responsabilidad de cada uno está votar o no sin haber visto un número razonable de las películas o series que se juzgan. O no votar por aquello que no se ha visto dejando, si hace falta, categorías desiertas. O apartarse a un lado en una primera fase para después pronunciarse de manera competente. Seamos responsables. Nos lo debemos.