El funcionamiento de la televisión cuenta con una idiosincrasia mucho más compleja que el simple electrodoméstico que preside las estancias más nobles de nuestros hogares. Las modas, el desgaste, las novedades... todos son factores que modifican qué es lo que sale a través de la pantalla. Contenidos cuya permanencia es marcada por el poder déspota que confiere el mando a distancia, que en manos del espectador selecciona qué debe continuar en emisión y qué no.
Al igual que las tendencias en cuestión de estética, la televisión experimenta cambios cíclicos. Lo que ayer aglutinaba millones de espectadores hoy deja de tenerlos, y lo nuevo no es más que el regreso de un tipo de contenido que se eliminó de la parrilla por falta de audiencia hace 'x' tiempo. Una rueda en la que los formatos no regresan de igual manera, pero sí con la misma esencia. Es necesario que el espectador oxigene su mirada en referencia a un tipo de formato cuando el excesivo bombardeo del mismo acaba cansando. Esperar un tiempo para que regrese a la pequeña pantalla con la misma fuerza con la que aterrizó. Fenómenos de nuevos, pero intrínsecamente viejos, productos que se acaban traduciendo en éxito.
En los últimos tiempos, las plataformas digitales han colocado en sus primeros puestos de visualizaciones títulos como Dolores: La verdad sobre el Caso Wanninkhof (HBO), ¿Dónde está Marta? (Netflix), El caso Alcàsser (Netflix), El Pionero (HBO), u otros como los dedicados a figuras del espectáculo como Lola Flores o Raphael (ambos en Movistar). Productos de calidad que han sido creados con minuciosidad y cuya elevada factura se ha visto recompensada por la buena acogida que ha tenido por parte del público y la crítica.
El documental está de moda, una tendencia que no renace exclusivamente en España, pero que se está desarrollando de una manera muy concreta en nuestro país. Cansados de programas de rápida elaboración donde la improvisación es la tendencia predominante y que cuentan con protagonistas de escaso interés y trascendencia, estos especiales se basan en todo lo contrario. Una nueva reformulación de un género de televisión que, sin embargo, no queda muy lejos si revisamos nuestra hemeroteca.
A finales de los años 90 y, principalmente, durante la primera década de los 2000, los reportajes documentales plagaban la parrilla televisiva. Formatos como 7 día 7 noches, Al descubierto, Confidencial S. A. o las producciones realizadas por El Mundo TV, revolucionaron nuestra pantalla. Programas donde oscuras tramas políticas, mafias, tráficos de influencias y misterio, se dejaba ver ante las atónitas miradas de millones de espectadores gracias al uso de cámaras ocultas e investigaciones en profundidad. Germen de otros formatos más actuales como Equipo de investigación o En el punto de mira, que tiene como referentes la televisión española realizada a inicios del milenio.
Los programas de antaño a los que se ha hecho mención, contaban, además de contenido documental, de debates previos y posteriores a la emisión donde expertos en la materia. Periodistas o afectados de dicha investigación -víctimas y verdugos- que se daban cita para hablar sobre el tema protagonista. Coloquios que alguna vez tornaban en delirantes, según la temática elegida, y que regalaban horas de entretenimiento a los espectadores. Como todos los productos que tienen éxito, este tipo de programas se multiplicaron en las diferentes cadenas. Proliferación que generó un hartazgo que unido al elevado coste de los mismos encaminó a casi su extinción.
El tiempo ha pasado y la televisión ha evolucionado, siendo las plataformas digitales las que han recogido la nueva tendencia a realizar documentales. Una moda cíclica de la que la televisión en abierto ya está tomando nota, y como prueba de ello la emisión del documental dedicado a la historia de Dolores Vázquez, que fue emitido en Telecinco añadiendo coloquio y generando unos buenos datos de audiencia. ¿Será este el comienzo de que comencemos a ver más documentales en televisión?
Si bien es cierto que este tipo de programas funcionan bien, también exigen contar con unos tiempos y una dedicación mayor a la de otros formatos. Una cocción más lenta, si hacemos el símil gastronómico, para que el plato final cuente con sentido y buen contenido. Una manera de hacer televisión radicalmente diferente a lo que más ha predominado en los últimos diez años -realities y programas fastfood-, y que huye de lo efímero y banal para crear un tipo de contenido que conjuga lo didáctico con el entretenimiento. Poner el foco al conflicto y a la actualidad, pero siempre añadiendo tintes de polémica conforma cebos realmente atractivos para la audiencia. Un público que parece estar deseoso de cambiar de tercio en la, por ahora, homogénea oferta televisiva en abierto.