Sorprendentemente, y tras su previsible (y esperada) dimisión, Teodoro García Egea concedía una entrevista en televisión el mismo día en que presentaba su renuncia. Y no en cualquier sitio ni a cualquier periodista: a Ana Pastor en un especial de El Objetivo, en laSexta. Con estos mimbres, todo hacía presagiar bomba informativa después de la liada estos días. Pero qué va.
Llamar "entrevista" a esta homilía, a este publirreportaje en el que Egea se vendía a sí mismo (mártir honrado, padre amantísimo y político íntegro), es ser demasiado condescendiente. Tanto con un poco creíble Egea, que ha venido a dar su mejor faz, la imagen de hombre de principios que ha hecho lo que debía, pese a ser lo que menos le convenía, como con una desconcertada Ana Pastor que ha sido incapaz de arrancarle nada interesante ni jugoso, ni apartarle del camino marcado. Porque los dos puntos reseñables de toda la intervención no han sido mérito de la entrevistadora; sino descuido o torpeza, uno, y maledicencia, otro, del entrevistado.
Torpeza y maledicencia
El primero, la torpeza: Intentando justificar una y otra vez que estos días no se ha hecho nada mal, que todo fue ejemplar comportamiento y que se va porque quiere, que a él nadie le echa, lo que ha conseguido es dar carta de naturaleza a las razones esgrimidas por la oposición para presentar la moción de censura que les desalojó del poder en 2018 y, por primera vez desde el Partido Popular, legitimarlas.
“Es un intento de que el PP cumpla con el compromiso que nosotros dimos a los afiliados”, explicaba Egea, que antes había hecho referencia en varias ocasiones al estado en que se encontraba el PP (“ahora está mucho más fuerte que cuando llegó Pablo”) cuando se convierte Casado en su presidente. Y continúa: “En el pasado nosotros tuvimos muchos problemas con esto (la corrupción). Hace poco recibimos la última notificación sobre las cuestiones de la obra de la sede, hemos tenido muchos problemas con esto. Y por eso nosotros queremos que el afiliado esté tranquilo, se sienta seguro”. Antes corruptos, sí, pero ahora ya no. Gracias a ellos.
El segundo, la maledicencia: Tras unas imágenes de Isabel Díaz Ayuso, durante las cuales Egea no mira la pantalla y sí su móvil (lo hará cada vez que aparezca la presidenta), es preguntado por las discrepancias por las fechas del congreso en Madrid. Hasta en tres ocasiones debe insistir Pastor sobre la razón por la que Ayuso pretendía adelantar el calendario fijado por la dirección y es a la tercera cuando Egea contestará con un “Desconozco las razones. Yo solo sé que a raíz de mis preguntas por este asunto (el tema del contrato al hermano de la presidenta) empezaron las presiones para adelantar el congreso”. Ana Pastor insiste en preguntar si cree que esas presiones empezaron justo desde ese momento y él contesta con un rotundo y muy intencionado “lo creo, no: es un hecho”. Tras lanzar la piedra, esconde la mano: no sabe qué pretendía con eso y no sabe si el fin era protegerse. Habría que preguntarle a ella. No digo nada pero lo digo todo.
Todo el mundo es bueno
Quitando estos dos puntos, el resto ha sido un auténtico despropósito. Egea ha concedido una entrevista para decir lo que bien podría haber dicho en una rueda de prensa: que él no ha hecho nada mal, que Ayuso tampoco, que Casado ha estado fenomenal, que aquí no ha pasado nada, que ni corrupción, ni espionaje ni perrito que les ladre. En no menos de cinco ocasiones ha nombrado a sus hijos o su vida familiar. Ha hecho referencia al apoyo recibido estos días, no tiene enemigos y no ha sentido ninguna presión. Solo le ha faltado preguntar que a qué crisis se refieren, que de qué le estaban hablando. ¿Quiénes son ustedes y qué esperan de mí?
Ha sido esta, probablemente, la mayor decepción televisiva desde el final de Perdidos. Donde esperábamos información jugosa y un chin de vendetta nos hemos encontrado condescendencia y caricias de lomo. De Ayuso a Almeida, de Casado a Feijoo, de los manifestantes en la puerta de Génova (el estaba en el parque con sus hijos, se enteró de milagro) al que limpia los cristales en la sede del partido en Motilla del Palancar. Aquí todo el mundo es bueno, hasta en Moncloa, que no han hecho nada, y no hay más que hablar.
Tres posibles razones
Solo se me ocurren tres razones para que Egea haya dado una entrevista justo hoy y que el resultado sea este:
Que sea un intento de lavar su imagen tras el bochornoso espectáculo de estos días, de demostrar lealtad, y hacerlo, además, frente a un periodista nada sospechoso de hacer una entrevista amable por afinidad política. De ser así, se ha pasado de frenada, porque la sensación era más de que vivía en una realidad paralela, en el planeta de Algodón de Azúcar, donde nadie discute con nadie, siempre se van los mejores y todo lo que han visto hasta ahora es producto de su imaginación, un folie à plusieurs brutalista.
Que sea un último servicio al partido con el propósito de salvar los muebles, de tratar de remendar los jirones evitando la sangría. De dotar de cierta dignidad y sentido de la responsabilidad a lo ocurrido. Si es así, tampoco ha servido de mucho. Ha adolecido la intervención de algo de autocrítica, de humildad para reconocer los errores e, incluso, para disculparse.
Que sea una aspiración de no cerrarse puertas (o, más bien, de abrirse una ventana), de aspirar a carguico como recompensa por la autoinmolación y la rápida salida sin armar (más) ruido. Por callar y no dar guerra. Por guardar ciertas informaciones.
Así pues, atendiendo a las declaraciones de Egea la situación es esta: el PP está mejor que nunca, él se va porque lo hizo muy bien y todo el mundo es bueno. Circulen, circulen, aquí ya no hay nada que ver.