He visto Érase una vez… pero ya no y no me gustaría pecar de hiperbólica, así que no diré que es lo peor que he visto en los últimos años en televisión: lo dejaré en que seguro que es, sin duda alguna, lo segundo peor. No me siento capacitada para salvar nada, ni poniendo para ello la mejor de mis voluntades. Vamos, que no se la recomendaría ni a mi peor enemigo. Me parecería jugar sucio, moralmente deleznable, incluso utilizar su visionado con el fin de conseguir mediante tortura información de vital importancia para la superviviencia de la humanidad en caso de inminente amenaza nuclear.
La cosa empieza ya fatal, porque bajo la apariencia y la estructura de un cuento de hadas se dan situaciones y diálogos que resultan infantiloides y memos para un adulto pero inadecuados y soeces para un niño. Si su público objetivo es uno maduro, se echa de menos la sátira inteligente, la profundidad y la reflexión. O el entretenimiento frívolo y desmesurado, una fresca e ingeniosa superficialidad, la desenvuelta ironía. Pero es que esto ni es chicha ni es limoná, no se sabe muy bien qué pretende, si ser dramática o divertida. Lo cierto es que no hay manera de tomársela en serio y, las pocas veces que me dio la risa, fue nerviosa.
Mi teoría es que los guionistas apuntaron en papelitos nombres aleatorios de películas y series, los lanzaron por el hueco de la escalera y luego recogieron únicamente los que no tocaban junta de baldosa. Así, con El otro lado de la cama, Once upon a time, Mujeres al borde de un ataque de nervios, Hotel Paraíso y Amanece que no es poco en mente, y bajo los efectos de a saber qué tipo de sustancias estupefacientes, procedieron a escribir la biblia de la serie y el piloto con el método de “mételo todo que luego ya vemos”. No les extrañe, pues, que haya dragones, unicornios, cantantes, influencers, activistas, gays, lesbianas, prostitutos, adúlteros, gordas, negras, latinas, princesas, brujas, purpurina, mucho rosa, neones, fiestas del pueblo… Como un arroz con cosas aprovechando restos.
Más de millón y medio de euros por capítulo
No sé a quién le pareció buena idea, pero pagaría por haber asistido a la reunión en la que se defendió delante del que tenía que poner la pasta. Porque, ojito, cada episodio ha costado más de millón y medio de euros. Un millón y medio por 30 minutos de despropósito absoluto con ínfulas de transgresión a base de palabras malsonantes y purpurina, sonrojantes numeritos musicales e injustificadas sobreactuaciones. ¿Cómo se vende algo así? ¿Con un “mira, ven, que te comento”? ¿Con un power point? ¿Con qué cara?
Más que nunca esta sección tiene vocación de servicio público: Ahórrense el bochorno ustedes que pueden. No la vean. Háganme caso.