"Italia es el país que amo. Aquí tengo mis raíces, mis esperanzas y mis horizontes. Aquí he aprendido, de mi padre y de la vida, mi oficio de empresario. Aquí también he aprendido la pasión por la libertad. He decidido bajar al terreno de juego y ocuparme de lo público, porque no quiero vivir en un país iliberal, gobernado por fuerzas inmaduras y por hombres ligados, de forma ambigua, a un pasado políticamente y económicamente fallido”. Cinco minutos después, se cierra el plano sobre su rostro y, tras una media sonrisa, pronunciará la frase que pasará a la historia: “El movimiento político que os propongo se llama Forza Italia”.
Los medios de comunicación italianos, en los últimos días, han estado recordando, tres décadas después, el mensaje en vídeo en el que el magnate Silvio Berlusconi entró definitivamente en política, marcando un antes y un después en la historia de Italia y de Europa. No fue simplemente un comunicado grabado, sino el inicio de una nueva era que cambiaría el devenir social transalpino, influenciando su opinión pública hasta la actualidad. No es casualidad, de hecho, que en Italia el vídeo de Silvio Berlusconi de la “bajada al terreno de juego”, siga siendo recordado como un hito en la historia política del país.
Para entender con exactitud la importancia del célebre vídeo de Berlusconi hay que mencionar el año de su emisión: 1994. Dos años antes, el país había sufrido el mayor terremoto institucional desde la creación de la República Italiana. En 1992 la Fiscalía de Milán había destapado el mayor escándalo de corrupción del país, Mani Pulite, en el que prácticamente todos los partidos –que protagonizaron hasta ese momento la vida pública transalpina desde la Segunda Guerra Mundial– fueron salpicados por un único gran entramado sistémico de corrupción en Italia.
[Demasiada política y muchos sucesos: los telediarios italianos pierden cada vez más audiencia]
Así pues, desapareció la hegemonía de la Democracia Cristiana (DC) que gobernó durante casi medio siglo; pero también los socialistas donde, con el expresidente del Gobierno, Bettino Craxi, políticamente quemado –reconoció en el Parlamento la financiación ilegal de los partidos y se fugó a Túnez–, ya no tenían la influencia de los años ochenta.
El Partido Comunista (PCI) de Achille Occhetto fue de los pocos partidos que no protagonizó la corrupción investigada por Mani Pulite y su entonces secretario general tuvo la visión de refundar la formación izquierdista antes de la caída del Muro de Berlín. Pero no fue suficiente para reflotar la formación incluso bajo una óptica reformista, democrática y europeísta. Italia recurre de hecho, en 1993, a su primer Gobierno técnico. Tal fue la crisis institucional, que lo que llegaría después se le llamará, periodísticamente, Seconda Repubblica.
El poder del fútbol
¿Y Berlusconi? A lo largo de los años setenta había empezado su andadura en el sector inmobiliario construyendo urbanizaciones de lujo en Milán. En los años ochenta fundó Mediaset que –una década antes de como de hecho ocurrió en España– le hará la competencia a la televisión pública Rai, con sus tres canales –Canale 5 (1980), Italia 1 (1982) y Rete 4 (1982)–; influenciando a los transalpinos con nuevos hábitos de consumo, también culturales, propios y procedentes de una nueva televisión comercial. Silvio Berlusconi y su imperio mediático, así pues, en 1994 eran parte de los hogares transalpinos desde hacía ya una década. Pero, ¿por qué los italianos conocían tan bien el rostro de Berlusconi en 1994? El fútbol.
El AC Milan, equipo del que fue presidente y, sobre todo, propietario, hizo de Silvio Berlusconi el primer gran patrón futbolístico de Europa, antes de la llegada de los oligarcas rusos y los jeques árabes a la Premier League años más tarde. Su Milán, tendrá nombre y apellido: el célebre entrenador Arrigo Sacchi, quien llevó a los rossoneri al cielo del fútbol continental entre 1987 y 1990; convirtiéndose en uno de los equipos futbolísticos más emblemáticos del siglo XX.
Entonces, llega 1994. En un clima en el que en Italia la política estaba deslegitimada, para los transalpinos Silvio Berlusconi era ya un sinónimo de riqueza y victoria, aparentemente inmaculadas –desde el punto de vista judicial–, teniendo a la adinerada Milán como localización y epicentro de poder de ese éxito. Pero si el Cavaliere quería entrar de lleno en la vida pública de su país con la vista puesta en Roma, le faltaba otro elemento, el tercero; para construir su imagen de aspirante estadista: el elemento político.
Y aquí entra en juego el mensaje en vídeo de Berlusconi, donde la puesta en escena es inequívoca: si no es ya un presidente del Gobierno, tiene toda la presencia de quien, antes o después, lo será. Falta sólo la bandera de Italia detrás, pero para eso antes, eso sí, hay que ganar unas elecciones generales. El vídeo será así pues, de forma premonitoria y oficiosa, su primera intervención electoral.
El espectador, a punto de redescubrirse como votante, podría pensar que el vídeo se habría grabado desde el despecho personal de Silvio Berlusconi, dentro de su conocida mansión de Arcore (Milán). Pero, no. No obstante, el escritorio solemne y las fotografías familiares –como si se tratara del discurso de Navidad del Rey en España–, se trata de un escenario de ficción. Un plató, literalmente. En los días anteriores, el Cavaliere ha estado ensayando su discurso, tomando nota de los consejos que le han dado algunos periodistas de confianza. Ahora, sin embargo, había llegado el momento de grabar. Pero, faltaba un último detalle.
Al mismísimo futuro primer ministro se le ocurre una idea: colocar una media delante del objetivo de la cámara, para lograr un efecto patinado en pantalla. Algo así como lo que hacía Sara Montiel en España. Berlusconi, al estado puro. En una reciente entrevista al diario italiano La Repubblica, el operador de cámara del célebre mensaje en vídeo, Roberto Gasparotti, admite que “sólo a Berlusconi se le podía ocurrir una genialidad de ese tipo”. La idea, explica el profesional que en esa época ya trabajaba en Mediaset, era “conseguir una imagen más suave, creando un efecto skin tone”, es decir, color piel. La primera toma, fue una grabación de prueba. La segunda, pasará a la historia de la televisión.
Los primeros 40 segundos del discurso televisado marcarán las siguientes tres décadas del país. “Italia”, de hecho, será la primera palabra utilizada. “Horizontes”, será el vocablo que aportará continuidad a su compromiso político. “Empresario”, subrayará su trayectoria económica. “Libertad”, será el concepto que inaugurará, por primera vez en el país, un bloque de centro-derecha, marcado tanto por el liberalismo, como por el europeísmo. “Bajar” desde lo alto de una presidencia calcistica como la del Milán, por ejemplo; “al terreno de juego” como una estrella deportiva dispuesta, esta vez, a ganar el partido.
La gestión de “lo público” protagonizará por primera vez su vida, en contraposición a lo privado –que siempre conservará, de forma indirecta–; donde la esencia es demostrar que se puede gestionar el Estado como si fuera una empresa o un equipo de fútbol. Por si no fuera suficiente, ante una todavía reciente caída del Muro de Berlín, Berlusconi tiene claro como deslegitimar a la izquierda poscomunista: “No quiero vivir en un país iliberal, gobernado por fuerzas inmaduras y por hombres ligados, de forma ambigua, a un pasado políticamente y económicamente fallido”.
“Forza Italia”, será el nombre de su nuevo partido, que tendrá incluso un himno aunque, para no parecerse a una formación política tradicional, prescindirá precisamente de la palabra partido. Para finalizar, Silvio Berlusconi se despedirá de su mensaje con una idea que evoca, de alguna forma, el boom económico transalpino, ocurrido décadas atrás: “Tenemos que construir juntos, para nosotros y para nuestros hijos, un nuevo milagro italiano”.
9 minutos
El célebre mensaje en vídeo de Silvio Berlusconi será emitido por primera vez en enero de 1994 en su cadena Rete 4 –integralmente– y tendrá repercusión en todo el país. Por supuesto en el resto de los canales de Mediaset, pero también en los de la radiotelevisión pública Rai, por su trascendencia. A lo largo de 9 minutos, Silvio Berlusconi estaba dando el salto de magnate de los medios de comunicación a político profesional.
Pero nueve minutos eran demasiados también en los años noventa; por eso el principal telediario de Mediaset, el TG5, no lo emitió completo. El Cavaliere, de hecho, se adelantó a su tiempo; inaugurando en Italia la problemática periodística de recibir material político ya editado, sin posibilidad de preguntas. Una temática todavía muy actual.
Berlusconi ganó las elecciones generales en Italia en tres ocasiones, siendo el presidente del Gobierno de su país en 1994, 2001 y 2008; marcando la política transalpina, desde el Ejecutivo o desde la oposición, a lo largo de 30 años. Brilló por su extravagancia antes de Donald Trump en Estados Unidos; inauguró un fútbol galáctico antes de Florentino Pérez en el Real Madrid; marcó la política liberal de su país como José María Aznar en el Gobierno de España; y fue un magnate de la comunicación equiparable a Jesús Polanco en el Grupo Prisa. Silvio Berlusconi fue todos ellos, pero reunidos en la misma persona.
Da igual que se tratara de la presidencia del Palacio Chigi, del grupo de comunicación Mediaset, del equipo futbolístico del AC Milan o de su partido Forza Italia. Todos ellos fueron, por igual, la síntesis privada y pública de una misma visión cultural: un país, como escenario; los transalpinos, como espectadores; él, como protagonista. Como ocurre en un plató de televisión, con luces y sombras, Silvio Berlusconi ha influido, sin duda alguna, en el imaginario colectivo, en la mentalidad y en la sociedad transalpina. Irradiando, por supuesto, toda su telegenia.