Javier Cámara y Ricardo Darín, en una escena de Truman.

Javier Cámara y Ricardo Darín, en una escena de Truman. Filmax

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Un intenso duelo actoral en un filme no tan trascendente

Ricardo Darín y Javier Cámara protagonizan 'Truman', una comedia dramática de Cesc Gay sobre la amistad y la muerte. 

Desirée de Fez
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Como escasean, cada vez que se estrena un drama social o familiar que cuenta las cosas con contención hay cierta tendencia a emocionarse de más. La capacidad de contar las cosas sin subrayados y excesos se ha convertido en un logro en sí mismo y en motivo automático de elogio. Es raro. Básicamente porque aplaudimos con entusiasmo lo que, en realidad, debería ser normal. Nos alegramos porque no nos dan otra estampida de invitaciones al llanto y golpes bajos. Pero esa alegría por no sentirnos otra vez manipulados a veces se traduce en un exceso de entusiasmo, en no preguntarnos si lo que nos han dado es realmente increíble.

Truman, lo nuevo de Cesc Gay, es un claro ejemplo de película que explica con delicadeza y respeto, tanto hacia sus personajes como hacia el espectador, una historia durísima que en las manos equivocadas habría sido la fiesta de la lágrima.

Trazo preciso

Especialista en retratar a la sociedad barcelonesa actual, acomodada y con ínfulas intelectuales en notables comedias corales y verbales (En la ciudad, Una pistola en cada mano), Gay cambia de ciudad, estructura narrativa y tono para explicar el reencuentro/despedida de dos amigos adultos. Asentado en Canadá, Tomás (Javier Cámara) viaja a Madrid para visitar a su amigo Julián (Ricardo Darín), enfermo de cáncer. Ése es el asunto de Truman, una viñeta de trazo preciso y precioso.

'Truman' es incontestable como imagen de un reencuentro condicionado por una situación trágica. Sin embargo, le falta algo

El director cuenta esa reunión entre viejos amigos, a la que se une Paula (Dolores Fonzi), la prima de Julián, con los elementos mínimos y una sensibilidad admirable. No hay subrayados emocionales, no hay (afortunadamente) reflexiones inflamadas y en voz alta sobre la enfermedad, la muerte o la fragilidad del hombre. Tampoco (también por suerte) alegatos evidentes a favor de la amistad. Y se cuela por las rendijas, sin que resulte forzado, el humor que brota de lo cotidiano incluso si la situación es dramática.

Todo en Truman, pues, fluye con naturalidad, sin aspavientos, en parte por la precisión de los diálogos y en parte por el trabajo de los actores, cuyo acercamiento a los personajes no puede ser más humano, natural y delicado. Darín y Cámara brillan. Truman es incontestable como imagen de un reencuentro condicionado por una situación trágica. Sin embargo, le falta algo.

Pocos detalles

Cesc Gay, también guionista de la película junto a Tomàs Aragay, pone todo su esfuerzo en no excederse, en contar las cosas con respeto y mimo. Y lo consigue. Pero a Truman, admirablemente contenida, le falta algo que la haga inolvidable y sobreviva al paso de los años. En definitiva, carece de lo que tienen esos filmes que, con una combinación perfecta de tacto y perspicacia, se quedan para siempre.

Quizá sea porque, en realidad, al acabar la película no sabemos mucho más de los personajes que al principio. Son carismáticos, sí, pero su evolución es discreta y los detalles, escasos para explicarlos. Están faltos de algo que les haga únicos, aunque sus historias sean universales y el espectador pueda reconocerse en ellos. O quizá sea porque, aun sumando situaciones bellas y lúcidas, a la historia de Truman le faltan decisiones, quiebros y detalles que la hagan trascender.

Volviendo al inicio de esta crítica: el respeto a los personajes, las historias y el espectador es sinónimo de hacer las cosas bien, pero no siempre es garantía de obra maestra.