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Philippe Petit desliza sus pies como un bailarín. Primero la punta, luego el talón. Siente el cable de acero firme soportando su peso y sólo entonces da el paso. Y otro. Y otro más. Está a más de 400 metros de altura, cruzando el vacío entre las dos Torres Gemelas de Nueva York. El balancín se ancla en sus manos, equilibrando sus movimientos. Siente cómo el cuerpo se pega al cable, tanteando su fuerza, pidiendo permiso para seguir. Son 60 metros de recorrido sobre un cable de dos centímetros de diámetro.

Fue en 1974. “La primera travesía fue muy técnica. No pude comprobar el anclaje del cable y no sabía cómo iba a vibrar”, cuenta Petit durante la presentación de El desafío, la película que se estrena el próximo día 25 y que cuenta su historia. “Después empezó el espectáculo”. Petit estuvo en las nubes 45 minutos. Cruzó el cielo ocho veces. Se arrodilló en el cable y saludó a la multitud que le miraba incrédula. “De repente, era como estar en otro mundo. Era medio hombre, medio pájaro. La película tiene la virtud de colocar a la gente conmigo en el alambre”.

Así es: Robert Zemeckis pone al espectador detrás de Philippe Petit (Joseph Gordon-Levitt), siguiéndole los pasos, sintiendo el vértigo y la angustia por llegar al otro lado. “Ya se sabe que Hollywood no es muy bueno con la poesía en la pantalla. Toda esa ansiedad no me pertenece, pero ellos no podían hacer una película sobre caminar en el cielo sin este miedo”, dice entre risas, al tiempo que denuncia algunas exageraciones del filme. “Ni me tropiezo, ni dejo sangre en el cable. Es verdad que tenía una herida en el pie, pero no hasta ese punto”.

Sin miedo

Arriba, en el cable, Petit no siente miedo, sino respeto. “Es verdad que la humildad no es mi fuerte pero soy consciente de que, para un artista que viaja con la vida en sus manos, es muy importante. El momento en que te sientes invencible es el momento en que la muerte te lleva. Por eso llevo a la humildad conmigo, por el alambre. Eso sí, de manera invisible, el público solo ve el artista”, cuenta. “Pero miedo no, no puedo. En el cielo no existe el miedo”.

Quizás la ausencia de temor se explique porque donde los demás ven peligro y muerte, Philippe Petit ve la vida. “Cuando subo al cable, yo no estoy arriesgando mi vida. Estoy haciendo algo más noble, estoy llevando mi vida a través del cable”. Camina concentrándose en el recorrido, pero sin olvidar el mundo que le rodea. “Es algo muy personal, entendí que olvidar el mundo era peligroso. Todos mis sentidos son diez veces más grandes ahí arriba”.

Philippe Petit, antes de la rueda de prensa en Madrid.

Petit esperó seis años a realizar su sueño. Cuando visualizó las torres por primera vez, los dos gigantes eran sólo un dibujo en una revista francesa. Supo desde el primer momento que allí era donde quería colgar su cable. “Cuando doy el primer paso siento la impaciencia de un niño. Por fin el sueño estaba al alcance de mis manos”.

Caminando entre las dos torres, Petit siente el impulso de hacer lo que todo funambulista tiene prohibido: mirar hacia abajo. Como si se tratara de una coreografía ensayada, hace piruetas en puntas y en un momento de locura o tranquilidad absoluta, se baja despacio, se tumba en el cable y se queda allí, boca arriba, contemplando el cielo, con una pierna colgando. “Siempre que lo pienso vuelvo a 1974, a esa felicidad, a ese éxtasis. Vivo permanentemente en esa aventura”.

Arte y rebelión

Viéndole cruzando el cielo, es inevitable pensar en el vacío que queda en Nueva York tras la desaparición de las torres a manos de los atentados terroristas del 11-S. “No queremos mezclar las cosas, la vida y la muerte. En la película no hay tristeza, es un cuento de alegría sobre el alma de las torres. Me he encontrado con gente que me ha dicho que el filme le ha ayudado a encontrar un equilibrio con lo que ocurrió en las torres”.

Su forma de arte siempre ha sido una forma de rebelión también. Tiene tanto de poesía como de transgresión. “Me rebelo contra todo: la sociedad, sus normas, los padres, la escuela. Contra la condición humana y la gravedad, que nos obliga a estar pegados al suelo. Por eso me opongo a las reglas normales, a la tendencia a quedarse pegado al rebaño. No me sirve”.

Petit mantiene el equilibrio en cima de un cable de dos centímetros de diámetro.

Sin embargo, las normas han cambiado mucho desde 1974 y un espectáculo como el que realizó ese día sería, hoy, mucho más complicado. “Sin duda, ahora hay que hablar con las autoridades, pedirles permiso y todas te dicen siempre que no. Yo sigo teniendo mis sueños, y uno de ellos es cruzar las torres Kio, en Madrid”.

A sus 66 años, Philippe Petit sigue siendo el artista que empezó en las calles de París: “Tengo mi monociclo y mi sombrero y sigo sacando todas mis artes a la calle”. Le gustaría poder enseñar sus trucos a un joven que los perpetuase en el futuro. “Me siento un extraterrestre, como que no soy de este mundo y cuando me vaya me gustaría que alguien siguiera con mi arte. Es otro sueño. Tener una fundación y poder enseñar las artes del teatro. Abrir puertas a los milagros”.

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