“Gracias por venir, Madame Choi. Imagino que estará agotada del viaje. Permítame darle la bienvenida. Soy Kim Jong-Il”. Imaginen el rostro de Choi Eun-Hee, el impacto emocional, la sorpresa. Aquella noche, después de ser arrastrada con engaños a una playa de Hong-Kong, secuestrada por varios individuos, metida en una lancha y transportada durante seis días por mar en un barco, se encontraba en tierra. Pero no ya en Corea del Sur, su país, sino en el belicoso vecino del Norte. Y, frente a ella, sonriente, el número dos del régimen más cerrado del mundo. El futuro Amado Líder, el hombre que decidía la vida o la muerte de aquel que no sonriera lo suficiente en un desfile y que podía dictar con un susurro la suerte de la cualquier persona y de su familia.
Estamos en 1978 y Choi es una leyenda en declive del cine coreano. Tiene unos 50 años, hace tiempo que no vende como antes y que no le ofrecen papeles protagonistas. Pero tanto ella como su ex marido, el director Shin Sang-Ok lo han sido todo para la industria cinematográfica de su país. Fueron los más venerados por la crítica, los primeros en triunfar en festivales internacionales, la pareja más glamourosa y el tándem más taquillero.
Miles de víctimas
Ambos fueron secuestrados -primero ella, meses después él- por orden directa del hijo de Kim Il-Sung en uno de los planes más extravagantes jamás perpetrados por una dictadura: la operación para mejorar las películas de Corea del Norte. Producciones Kim Jong-Il presenta… (Ed. Turner), un ameno libro de Paul Fischer, narra este episodio histórico. Sí, suena a película de Seth Rogen y James Franco, pero fue real.
No fueron los únicos, como recuerda Fischer, entre 1950 y 1953 entre 7.000 y 83.000 surcoreanos fueron “reubicados por la fuerza” en Corea del Norte. Las cifras bailan tanto porque de la mayoría hay solo sospechas. Familias enteras que desaparecían sin dejar rastro. También extranjeros, una práctica que continuó durante los años 60, 70 y 80. A menudo eran secuestros efectuados al azar, una especie de práctica de terror. Menos en el caso de Choi y Shin. Ambos formaban parte de un plan.
Kim Il-Jong no había recibido formación militar ni había estudiado espionaje. Pero le encantaban las películas de espías: era un gran fan de James Bond
El régimen de Kim Il-Sung y posteriormente el de Kim Jong-Il secuestraron fundamentalmente a surcoreanos y japoneses, aunque también a extranjeros de otras nacionalidades. Jordanos, chinos, franceses… “A Kim Jong-Il le encantaban las operaciones secretas”, recuerda un textigo en el libro. “El amado líder jamás había recibido ningún tipo de formación militar, nunca había estudiado espionaje, nunca había trabajado para unos servicios de inteligencia y jamás había salido de su país; pero había visto todas las películas de James Bond y le encantaban”, recuerda Fischer.
Kim Jong-Il era un gran cinéfilo, con una cultura y un apetito cinematográficos enfermizos. Prohibía a su pueblo ver ninguna producción extranjera, pero montó toda una operación a través de su red de embajadas para conseguir copias de cada estreno internacional -aún no existía internet y todos los filmes llegaban en 35 mm-, que devoraba en su cine privado. Aquel joven algo errabundo no era, en principio, el heredero ideal para Kim Il-Sung. No le interesaba demasiado la política y llevaba un estilo de vida preocupante: le gustaban demasiado los coches, las mujeres y el whisky (años después, gastaría cada año decenas de miles de dólares en Hennessy). Pero algo sí le interesaba: el cine.
Con 25 años, Kim Jong-Il fue ascendido a director de Artes Culturales del Departamento de Agitación y Propaganda. Los Estudios de Cine de Corea quedaron bajo su mando. Los amplió a tres millones de metros cuadrados -los de la MGM en California ocupaban poco más de dos millones- se deshizo de los viejos equipos soviéticos y mandó importar material nuevo de Alemania y la URSS. Realizó una superproducción épica, Mar de sangre, que “maravilló al público norcoreano. De repente, Kim Jong-Il, el hijo del Líder y un prodigio artístico, estaba en boca de todo el mundo”, narra el autor.
Kim Jong-Il debía esforzarse `por agradar a su padre, Kim Il-Sung, para llegar al poder. Su gran pasión, el cine, se convirtió en su arma más eficaz
“A continuación, Jong-Il hizo lo que todo empresario cinematográfico de antaño hacía: se enamoró de una de sus actrices”. Con Sung Hye-Rim tuvo un hijo, Kim Jong-Nam que podría haberle costado su ascenso en el partido: durante años mantuvo en secreto la relación hasta a su propio padre. Para entonces, el amante de los coches y las mujeres ya tenía claro que quería llegar a lo más alto. El camino al poder sólo tenía un secreto: “La supervivencia pasaba por agradar a Kim Il-Sung, tendría que esforzarse en ser el favorito de éste. Y no tardaría en lograrlo a través de su máxima pasión, que estaba a punto de convertirse en su arma más eficaz: el cine”.
Lo logró, dentro al menos del régimen comunista. Películas com Mar de sangre (1969) o La chica de la flor (1972) fueron grandes éxitos entre una población a la que no se le permitía ver nada. Todas estaban rodadas con un mensaje único como pilar ideológico: el amor al Líder. Ni siquiera al Partido o a la Nación. El Líder lo era todo.
Pero Jong-Il descubrió que fuera de Corea del Norte, el cine de la República se había quedado antiguo, acartonado, pobre. Así, ideó su gran plan: hacer que una estrella surcoreana le diera brillo. Primero secuestró a Choi Eun-Hee. Los años dorados de la actriz ya habían pasado. Los de su ex marido también. Él tenía una amante que le había dado dos hijos y ella había pedido el divorcio. Tratando de sacar a flote su escuela de interpretación, recibió la promesa de un misterioso inversor chino y así, atraída hasta Hong-Kong, fue secuestrada en la zona de Repulse Bay.
Shin denunció la desaparición. Al principio, las sospechas recayeron sobre él mismo. Nadie sabía que había sido de la actriz. El productor y director trató de averiguar su paradero sin éxito. Fruto más del azar que de su búsqueda, él mismo acabó en la misma tesitura y en la misma playa que su ex esposa meses después. Acuciado por problemas financieros -sus estudios ya no eran lo que habían sido en los años 50-, obligado a un exilio laboral por el régimen de su propio país, que desde 1962 dirigía con mano férrea el general Park, el director y productor cayó en la misma trampa tratando de comprar un pasaporte ilegal. Fue transportado en el mismo barco a Corea del Norte.
Choi fue una prisionera de lujo desde el principio, tratada con deferencia en una jaula de oro. Periódicamente la invitaban a las fiestas que organizaba Kim Jong-Il. Shin lo tuvo más difícil: represaliado y encarcelado, llegó a estar en huelga de hambre en un calabozo miserable. El 6 de marzo de 1983, cinco años después de ser secuestrada, Choi se reencontró, como parte del plan de Kim Jong-Il, con su ex marido, demacrado, en una fiesta sorpresa. “Estaba cerca de ambos, con una sonrisa de oreja a oreja, como un niño que acabara de hacerles la broma más increíble”, cuenta el autor. “¡Vamos, vamos! ¡Dense un abrazo!”. Su estrategia había cambiado: nombró a Shin asesor cinematográfico.
Allí comenzó la etapa de Shin y Choi al frente de una industria que debía rodar productos de pura propaganda pero que el director se esforzó por dotar de cierta dignidad. Nunca lo consiguió. Había perdido la magia de sus mejores días y, curiosamente, sus años de trabajo obligado para el régimen comunista dieron bodrios como Pulgarsari (1985), una especie de Godzilla norcoreano que se alimentaba de metal pero ayudaba a los mineros frente al opresor rico. Una producción de serie Z que aún hoy se exhibe como película de culto de mala que es. Pero al dictador le entusiasmó.
Su nombramiento y aquel éxito les permitió viajar para rodar. En uno de aquellos viajes, en Viena, lograron fugarse, gracias la ayuda de la embajada de EE UU y perseguidos en taxi, como si de una de sus películas se tratara, por agentes del Norte. Habían pasado ocho años secuestrados. "Fue el principio del fin de la carrera de Kim Jong-Il como magnate cinematográfico", repasa el autor. "La industria del cine norcoreana todavía tardaría veinte años en venirse abajo totalmente, pero el derrumbe se inició aquel día de marzo de 1986".
Ejecusiones sumarias y orgías
Todo esto no es más que la narración por encima de un episodio que daría para una película. O para un estupendo libro repleto de curiosidades sobre el régimen, la fantasía y la propaganda que rodea a sus líderes y el modo de vida en Pyongyang -las fiestas demenciales de Kim Jong-Il y las orgías con las chicas de la Brigada de la Alegría merecen un capítulo- y las atrocidades de la dictadura, las ejecuciones sumarias con parafernalia teatral sin más motivo que la cambiante voluntad del Líder, como la “actriz del pueblo” Woo In-Hee, cuando Kim Jong-Il descubrió que tenía otro amante, además de él.
También sobre la industria del cine y una serie de personajes curiosos, como el propio Shin, que en un momento dado estuvo detrás de los derechos cinematográficos para dirigir Acorralado, la primera entrega de un veterano de guerra llamado John Rambo. A veces la realidad supera con creces a la ficción.