Alice (Ariane Labed) es una solvente oficial mecánica especializada en las tripas de grandes buques de carga. También es una mujer, obviamente, en un mundo de hombres. Una mujer bella y joven que pasa meses en alta mar. A bordo del Fidelio, donde es llamada para sustituir a un oficial fallecido, se debatirá entre su relación con el novio al que deja atrás, Félix (Anders Danielsen Lie), y el reencuentro con una antigua pasión : el capitán del barco, Gäel (Melvil Poupad).
En La odisea de Alice, la directora Lucie Borleteau plasma ese universo de hombres, apenas mecido por las olas, que son los cargueros. Gigantes de metal en los que las tripulaciones combinan culturas -franceses y filipinos, en el caso del filme- y en los que palabras como familia, fidelidad o muerte no se ajustan a los esquemas que rigen en tierra firme.
Borleteau se inspiró en su mejor amiga, mecánica como la protagonista. “Gracias a ella descubrí este mundo. Durante años quise rodar una película. Al principio iba a ser un documental, pero me acabó interesando más la ficción”, cuenta la directora a EL ESPAÑOL en Madrid. “Me fascinaba esta gente, cuyas vidas son en gran medida toda una aventura. Los marineros filipinos, por ejemplo, pasan nueve meses alejados de sus casas y luego tienen dos de vacaciones. Es un trabajo singular: vives en tu lugar de trabajo, no regresas a casa, y es una mezcla de seres humanos que trabajan juntos, pero también deben compartir los momentos de relax, las comidas, las fiestas… Y a veces necesitan dejarse llevar”.
Prostitución y porno
La narración de la cineasta francesa es honesta: no oculta la sordidez ni la barniza de corrección política. Hay paradas en puertos en los que la prostitución es la única vía de escape para marineros, hay posters de chicas y películas porno a bordo. Nadie se escandaliza. Nadie pide que esos hombres sean lo que no son. También hay lectura, poesía, contemplación y diarios repletos de confesiones desesperadas, vidas amargadas, vidas a la espera y vidas a la huida. “Son marineros, lo que más importa es el barco, que debe seguir adelante. Todos encuentran la manera de convivir. Y eso es muy hermoso”, asegura Borleteau. La directora investigó, mandó preguntas a marineros y realizó una travesía, sola con la tripulación de un carguero transatlántico, durante once días. “Me sentí genial”, recuerda.
El enorme carguero, un granelero (bulk carrier), con sus corredores, camarotes y cubiertas, sus salas de máquinas y zonas de trabajo, se convierte en el otro gran protagonista de la película de Borleteau. “Lo más difícil para mí fue encontrar el barco. No tenía miedo de no dar con los actores ni de no encontrar financiación. Pero me preocupaba no hallar el buque adecuado. Afortunadamente, encontramos a un empleado de una compañía de Marsella que se entusiasmó con el proyecto y lo hizo posible”. El puerto del sur de Francia es, de hecho, una de las localizaciones del filme, que también viaja a Dakar (Senegal) y Gdansk (Polonia). “Cuando la gente me pregunta por el cásting, siempre digo que el primer actor que contraté fue el barco. Una vez hecho, ya supe que no tendría problemas con el resto”.
'Para los marineros, el barco es casi como un ser humano cuando hablan de él. Se crea una comunión hermosa entre las personas y la máquina', explica Borleteau
Reflejar bien la vida común de esos hombres y su relación con el barco era otra necesidad del rodaje. “Para esta comunidad, los marineros, es casi como un ser humano cuando hablan de él. Se crea una comunión hermosa entre las personas y la máquina”. Son gente, subraya, “que ama de verdad su trabajo”. Recuerda la directora que para uno de los personajes contó con un verdadero jefe de máquinas ya retirado. “Cuando entró en la habitación, tenías que ver su cara de felicidad”. Vemos cómo celebran el paso del Ecuador con ceremonias de iniciación de novatos o cómo los más supersticiosos bendicen las incineradoras de basura, que les aterran.
La sexualidad de la protagonista, libre y sin atenerse a normas sociales marca toda la película. “Para mí, Alice es una heroína. No se resigna, no cede. Cuando un hombre entra de repente en su habitación, sabe cómo lidiar con eso ella sola con la frase adecuada en el momento clave”. Y la sitúa sin pedestales: “No significa que sea la mejor persona del mundo, pero es lo suficientemente valiente para amar a varias personas a la vez. Corre el riesgo de ser libre. A la vez, no es egoísta: nos han hecho ver la libertad como algo un poco sucio, por culpa del capitalismo. Pero ser libre no significa que no te importen nada los demás, que sólo pienses en ti, que te folles a todo el mundo y nada te importe”.
Por eso, la protagonista “ama a muchos hombres. Es importante un detalle: se acuesta con un marinero más joven, pero sólo es una forma de soltar presión. En ese momento de la película ella está totalmente perdida”. Para Alice es un encuentro intrascendente. Para la directora, también: “El sexo en realidad no tiene tanta importancia. Sólo es un momento en la vida. No algo por lo que debas sentirte culpable”.
Moral, no principios
Para la directora, el filme “más que de fidelidad, habla del amor”. Y matiza: “No creo en los principios, pero sí en la moral. Odio la idea de las reglas que no puedes romper. Decirle a alguien: 'Te querré para siempre' denota una idea de posesión”. Aunque a continuación dice entre risas: “Pero me encantaría que alguien me lo dijera”.
El final del filme, asegura, es abierto, pero ella lo interpreta con optimismo: “Probablemente ella volverá a Félix y su amor será incluso más fuerte que antes”. El barco atraca este viernes 25 en los cines españoles. Anímense y suban a bordo.