Roberto Enríquez
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Creed es el apellido del protagonista de la última película de Sylvester Stallone en el papel (secundario y con fuerte olor a Oscar) de Rocky Balboa, pero también podría ser un título imperativo. Una nueva forma de interpelar al espectador para sugerirle que se dejara llevar por la eterna capacidad del cine para romper las barreras entre realidad y ficción: “No penséis, Creed”.

Rocky Balboa sobrevive, es real y se ha hecho mayor. Rocky Balboa en Creed es un viejo boxeador de carne floja y hueso frágil, no un personaje de película que se enfrenta a la última entrega de su serie, sino una creación cinematográfica hiperexplotada que se redime como un carácter real que transciende la ficción para hacerse humano. Rocky es tan real que el protagonista de Creed ve una y otra vez vídeos de YouTube para aprender de las peleas de su padre, Apolo Creed, contra Rocky Balboa.

No es Rocky, la película, lo que busca y encuentra en YouTube: son las peleas de Rocky Balboa, como podría encontrar las de otros boxeadores míticos cuyos nombres seguro que los profanos del boxeo seríamos incapaces de teclear en el buscador de Google de un modo tan inmediato como el del semental italiano. Stallone ha desaparecido en la última entrega de su personaje para pasar a encarnarlo de un modo crepuscular y verosímil. Stallone ha asumido, al fin, que no existe.

Sylvester Stallone (Nueva York, 1946) ejerce como secundario en la última entrega de la serie que él escribió hace más de 30 años. Creed es un séptimo Rocky donde Rocky está demasiado cansado como para pelear, como para seguir siendo un personaje de ficción. De modo que Rocky se hace carne, real y lucha su última pelea: contra Stallone, a quien sujeta muy fuerte contra las cuerdas mientras parece gritar al público que se congrega alrededor del ring: “¡Rocky vive! ¡Rocky Balboa soy yo!”, tal como cuenta la leyenda apócrifa que respondió Flaubert cuando le preguntaron acerca de su inspiración para Madame Bovary: “Madame Bovary, c'est moi”.

Un superviviente

Hace algunos años, Sylvester Stallone aseguró en una entrevista que: “Rambo soy yo antes del primer café de la mañana. Rocky soy yo después de ese café”. De acuerdo, muy bien, pero ¿quién es Sylvester Stallone? ¿Y por qué un actor de expresividad tan limitada –con medio rostro paralizado a consecuencia del uso de los fórceps durante su difícil parto– ha logrado que creyéramos tanto en dos de sus creaciones hasta incorporarlas a nuestro imaginario popular? ¿Cómo es posible que un guionista mediocre haya sido capaz de componer dos iconos pop contemporáneos capaces de luchar contra el sistema y sus propias limitaciones de forma alterna y que, además, se haya hecho rico, poderoso e influyente gracias a ellos?

Rocky Balboa existe. John Rambo existe. Pero Sylvester Stallone es imposible, es un invento de Hollywood para hacernos creer en el sueño americano

Y aún más, ¿cómo ha podido soportar Stallone el fracaso de cualquier otro intento frente al éxito de sus dos grandes creaciones iniciales? ¿De qué forma sobrevive un productor de uno mismo intentando constantemente repetir la fórmula a la vez que trata de esquivarla? Es imposible. Rocky Balboa existe. John Rambo existe. Pero Sylvester Stallone es imposible, es un invento de Hollywood para hacernos creer en el sueño americano.

Es más, Sylvester Stallone podría ser una creación de los asesores de la Casa Blanca para recurrir a sus figuras de acción y ficción cada vez que hiciera falta convertir la política norteamericana en un juego sencillo donde hay que hacer lo que hay que hacer, más allá de ideologías. O como perversa base ideológica.

En junio de 1985, después de la liberación de 39 rehenes secuestrados en Beirut, el presidente Ronald Reagan bromeó ante la prensa: “Anoche vi Rambo II y ahora ya sé lo que hacer la próxima vez”. Algunos meses después, Reagan le recibió en la Casa Blanca. A Stallone, no a Rambo. Creo. En 1998, tras años de apoyo al Partido Republicano estadounidense, Stallone ofreció su apoyo a Bill Clinton durante el juicio por el impeachment que tuvo lugar después de que saliera a la luz el caso Lewinsky.

Un chaquetero

En julio de 1998, Stallone organizó en su casa de Miami una cena destinada a recaudar fondos para la campaña demócrata de los Clinton. En enero de 2001 asistió como invitado a la toma de posesión del primer mandato de George W. Bush, con quien además comparte fecha de nacimiento (6 de julio de 1946). Años más tarde, mostró públicamente su apoyo a otro candidato republicano: “Me gusta mucho McCain. Mucho. Uno ya sabe que las cosas pueden cambiar mucho por el camino, pero es muy importante que el personaje encaje en el guion. Y ahora mismo, el guion ya está escrito y la realidad es tan brutal y tan extrema como una película de acción de las duras y necesitamos a alguien que haya estado allí y sepa cómo gestionar eso”.

Cuando un periodista –de la Fox, claro– le comunicó ese apoyo entusiasta al candidato McCain (veterano de la guerra de Vietnam, como Rambo), el político republicano oponente a Obama en las elecciones de 2008 respondió también desde códigos de ficción: “Voy a ir a Filadelfia y subir esas escaleras corriendo”. Ya saben, las que el primer Rocky subía y bajaba cada mañana para entrenar al ritmo de una música épica que ya es un referente y que en Creed Rocky asciende con dificultad casi al final de la película.

El guion de la película se volvió imprevisible cuando, en 2013, Stallone apoyó a Obama en su propuesta de ley por el control de armas en Estados Unidos. “Rambo, contra las armas”, titularon los periódicos. Su última manifestación política en apoyo a Donald Trump tampoco ha resultado tan plana y obvia como podríamos haber esperado de una línea de guion de Rocky o Rambo: “Adoro a Donald Trump. Es un gran personaje dickensiano. Aunque no sé cómo se puede traducir eso a la hora de gobernar el mundo”. Es decir que Stallone, ese hombre que no fue jueves pero sigue siendo Rocky y Rambo según la hora de la mañana, valora el componente literario del candidato republicano a la contienda electoral, si bien no sabe hasta qué punto es compatible con la realidad.

Stallone, y Rambo, y Rocky, son mejores que los devotos de Stallone, Rambo y Rocky. Stallone también

Stallone, que no existe, es así; un creador de dos personajes de aparatosa épica que ha intentado constantemente entender hasta qué punto la realidad era comprensible a través de sus ficciones y obsesiones anticomunistas (un rasgo que comparten Rocky y Rambo, un enorme porcentaje de la población norteamericana y demasiados líderes de Podemos).

Una estrella sin excesivas aptitudes pero con la suficiente inteligencia para ir aprendiendo a moverse dentro de sus limitaciones y saber amortizar su capacidad para haber encarnado dos personajes cinematográficos que son dos categorías humanas para interpretar ciertas realidades sin complejos ni complejidades. Stallone, y Rambo, y Rocky, son mejores que los devotos de Stallone, Rambo y Rocky. Stallone también. Es mucho mejor que quienes nos tomamos en serio a Stallone que, no quiero que se me olvide, ha sido capaz de ejercer de ubermacho durante 40 años de carrera sin caer en deslices homófobos destacables. Y eso no es fácil. Ser Stallone sin serlo, tampoco.

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