Algo pasa en el Gobierno en funciones que ha encontrado en la visita del Museo Nacional del Prado su entretenimiento favorito. En menos de una semana lo han visitado Mariano Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría, Jorge Fernández Díaz y no se lo ha querido perder ni el Ministro de Hacienda, Cristóbal sin miedo a la cultura Montoro. Han encontrado en el museo un paradero paradisíaco, un lugar en silencio y en orden, donde nadie reclama nada, un retiro dorado donde pasar el tiempo cuando uno tiene “la agenda libre”.
“Nunca ha venido”, aseguraba a este periódico Javier Solana, insigne miembro del Patronato del museo, entre los corrillos que revoloteaban en torno a la nueva adquisición de la pinacoteca: la espectacular Virgen de la granada, de Fra Angelico. Solana exculpó al azote de los titiriteros por las tareas infinitas a las que ha debido de hacer frente en estos cuatro años. Por ejemplo, disparar el IVA cultural del 10 al 21% para conseguir lo que nadie había logrado: que el cine subvencione al Estado desde hace tres años. Eso y asfixiar a las empresas con el impuesto más alto de Europa.
También requiere mucho tiempo, aunque no se vea, recortar anualmente los presupuestos destinados a la cultura. Eso hay que planificarlo con tiempo. Porque este tipo de decisiones generan nuevas molestias, como empezar a recibir a todos esos directores de museos públicos que han comprendido que la pelea por lo suyo no está en el Ministerio de Cultura, sino en tu despacho. Eso no está pagado. Hablando de pagar, la entrada a los museos no está gravada con el 21%.
Ahora entienden por qué no veremos a nuestro hombre dentro de un par de semanas en los Premios Goya. Porque ni en los cementerios puede el ministro estar tranquilo. Recuerden aquel músico vallisoletano que dejó dicho que a su muerte grabaran en su tumba como epitafio un cariñoso recuerdo para Cristóbal: “Montoro. Cabrón. Ahora ven y cobras”. El camposanto de San Pedro Latarce revienta de visitas gracias al héroe póstumo.
Puedo prometer y prometo
El ministro pasó media hora en el Museo del Prado muy cómoda, sencilla e indolora. Visitó dos salas, le explicaron tres cuadros y a continuación pasó al piscolabis, junto al resto de personalidades. No tuvo que hablar, ni que explicar por qué había dado el sí a los 10 millones de euros con los que correrá el Estado en la compra. Por esos giros cínicos de los acontecimientos, don Cristóbal recibía un baño de aplausos tras prometer el dinero para pagar en cuatro cómodos plazos de los que tendrá que hacerse cargo el siguiente.
Ha debido comprender que los museos no están nada mal para dejar pasar el tiempo. Nadie parece mostrarse enfadado con la que ha liado en estos cuatro años. El mayor riesgo al que se enfrenta es a soportar la murga de alguno de los señores de bien que insista en colarte una obra de arte como dación en pago para saldar la cuenta infinita con sus obligaciones con el resto de la comunidad. Señoritos convencidos de que lo de “Hacienda somos todos” es una jerga publicitaria. Un decir.
Hablando de Hacienda, el duque de Alba miraba el cuadro entre el remolino de personalidades, rodeado de cámaras y grandes palabras, aplausos y canapés. Con toda esa pintura de Rafael que se amontona en las paredes de la galería, con esa amplitud de los museos: como si no se fueran a acabar nunca.
Nadie en mi familia opina de nada de esto, porque soy yo el presidente. Yo soy el duque de Alba
Parecía el duque -no David Bowie- añorar el saloncito “italiano” del Palacio de Liria, donde su madre colgó el cuadro -su favorito- y ahí se mantuvo durante más de 50 años hasta que lo vendió al Estado por 18 millones de euros. Necesitaba reordenar el Palacio y poner al día las cuentas de la Fundación, explicó a la prensa Carlos Juan Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo. “Quería que al desprenderme del cuadro llegara al Museo del Prado, el museo de todos los españoles”, dijo el nieto del primer presidente del Patronato, Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, quien en su testamento dejó un legado de 50.000 pesetas para El Prado.
“No hay malestar”, aclaró tajante y algo molesto el duque ante la posible molestia del resto de la familia por la venta de la joya de la casa. “Primero porque nadie en mi familia opina de nada de esto, porque soy yo el presidente. Yo soy el duque de Alba. Aparte de todo lo he hablado con mis hermanos, que me llevo muy bien con ellos, y les ha parecido fenomenal”, explicó. Nadie opina, pero les parece “fenomenal”. Se llevan de cine (sin IVA).