Javier Zurro
Publicada
Actualizada

Para que la animación española pariera a Tadeo Jones muchos pioneros tuvieron que luchar contra viento y marea cuando nadie apostaba por esta técnica. Sin personajes como Civilón o Don Clenque sería impensable que un filme como Atrapa la bandera, con un presupuesto de 12,5 millones de euros, se estrenara en España.

Se cumplen 100 años de animación en nuestro país. Un buen momento para echar la vista atrás y conocer la obra de Segundo de Chomón, el primer gran nombre de nuestro cine que tuvo que ir a Francia para trabajar para Pathé cuando aquí el cine todavía no había despegado. Para conmemorar la efeméride Acción Cultural Española junto al Centre de Cultura Contemporània de Barcelona traen a la Casa Encendida el ciclo Del trazo al píxel, que durante el mes de febrero mostrará 60 piezas animadas, desde verdaderas rarezas a títulos más populares.

Un trabajo de dos años de investigación y restauración, porque casi todos los títulos “no eran proyectables o estaban en unas condiciones pésimas”, recuerda la comisaria Carolina López que cree que está cambiando la concepción de la gente respecto a la animación, aunque todavía muchos la ven “como el hermano pequeño del cine”.

López explica a EL ESPAÑOL que la idea detrás de esta muestra es dar a conocer las películas y ponerlas en relación con el contexto actual. Verlas con ojos contemporáneos. Las primeras obras por las que se celebra este centenario “están perdidas”, pero la comisaria destaca la modernidad de muchas de los primeros contenidos. Cortometrajes como La bronca, de 1917, en la que dos políticos se clavan puñales, o La autonomía, de 1918; sobre la cuestión territorial con temáticas de plena actualidad. También películas como Historias de amor y masacre, que sólo tienen sentido en el marco de la Transición.

Meterse contra el poder establecido, ser un poco antisistema es muy español, mira la gente del Papus lo que hacían al final de la dictadura, podríamos considerarlos los padres de la revista Mongolia

“Meterse contra el poder establecido, ser un poco antisistema es muy español, mira la gente del Papus lo que hacían al final de la dictadura, podríamos considerarlos los padres de la revista Mongolia, se atrevieron bastante y hasta lo pagaron con la vida de uno de ellos”, recuerda López que ante la proliferación de material a partir de los 90 tuvo que tomar la decisión de no incluir en el ciclo los títulos más populares y que habían tenido explotación comercial.

Franco, ese hombre que apoyó la animación

Lo más cercano que ha estado España de tener una industria de animación se lo debemos a los hermanos Moro, que fundaron un estudio con su apellido en la década de los 50 con la que produjeron hasta 3.000 anuncios animados. Cuando ambos mueren el estudio desaparece, un reflejo de lo que siempre ha sido la animación española, en la que no existe un conglomerado de empresas que diseñen sus contenidos a largo plazo, sino compañías que van produciendo película a película sin ofrecer continuidad.

Para Carolina López la situación actual se resume en que habiendo mucho talento y productores que arriesgan todo, no hay trabajo asegurado para nadie. “La gente es freelance y van enlazando una película con otra, pero no hay grandes estudios que te contraten y dan tranquilidad. Es una cuestión de escala, ojalá hubiera superestructuras que ofrecieran esa continuidad, porque los productores españoles se lo curran mucho”, analiza a la vez que pide dinero, incentivos fiscales y becas específicas para la animación.

Una película como 'Garbancito de la Mancha' hubiera sido imposible sin el apoyo del régimen. Además, el guionista era el mismo que escribió 'Teoría de la Falange'

¿Y durante la dictadura cómo fue el cine de animación? Curiosamente, durante la parte más represiva se apoyó mucho, y más en un momento en el que el país acababa de salir de una Guerra Civil. “Una película como Garbancito de la Mancha hubiera sido imposible sin el apoyo del régimen. Además, el guionista era el mismo que escribió Teoría de la Falange, y el filme es muy de esa época. Se daba la curiosidad de que los falangistas controlaban la producción, pero los que trabajaban allí, empezando por Arturo Moreno y todos los animadores y mujeres que coloreaban eran del bando republicano”, explica la comisaria a este periódico.

Así, Garbancito de la Mancha se convertiría en el primer largometraje animado español y el primero a color en toda Europa. Un filme que tuvo que mandarse en el año 45 a laboratorios de Londres con el riesgo de que con la Segunda Guerra Mundial nunca volviera y para el que se trajeron acetatos de Suiza o incluso se sacaron de radiografías.

A pesar de que entre los contenidos seleccionados no se encuentren películas que han reventado la taquilla como Tadeo Jones o Atrapa la bandera, López muestra su entusiasmo a que obras así consigan producirse en España y aboga por la coexistencia entre este cine comercial y otro más experimental: “Una industria fuerte ayudará a la parte independiente. Industria e independencia se necesitan y prestigian mutuamente. Tienen que ir de la mano”.

Noticias relacionadas