Manuel de Lorenzo
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Conocí a José Luis Cuerda (Albacete, 1947) hace algunos años en Leiro, un pueblecito de la provincia de Ourense cuyo recogimiento a orillas del río Avia aprovecha de vez en cuando el cineasta albaceteño para perderse y poder dedicarle algún tiempo a un vicio confesable: sus viñedos. En su bodega, donde se elabora uno de los mejores vinos de la denominación de origen Ribeiro, de nombre Sanclodio, pasamos aquel día varias horas charlando sobre lo divino y lo humano, una partición del mundo en la que incluimos, aunque ignoro de qué lado, el cine y el vino.

Lo cierto es que guardo un gran recuerdo de aquella entrevista, pero sobre todo lo guardo de todo cuanto la rodeó. Con José Luis, que es un excelente anfitrión, recorrí en todoterreno sus viñas justo antes de irnos a comer, probé su excelente vino blanco directamente de la cuba, disfruté de un puñado de pavías -una variedad gallega del melocotón- que cogimos de uno de los árboles frutales de su jardín, etc. Tenía muchas ganas de volver a hacerle una visita, y esta semana, aprovechando que estaba en Ourense, nos volvimos a encontrar en Sanclodio.

Nadie quiere más Indiana Jones

El momento era idóneo. Llevaba unos días dándole vueltas a una idea y quería comentarla con José Luis. Desde que hace unas semanas Disney anunció el rodaje de la quinta entrega de Indiana Jones y su correspondiente estreno en julio de 2019, el público se ha mostrado muy poco partidario de que la saga tenga una nueva secuela. Las críticas en las redes sociales, generalmente vestidas de sarcasmo y socarronería, se han cebado con la idea de seguir estirando el chicle del arqueólogo más célebre de la gran pantalla, censurando la grabación de un nuevo fascículo incluso antes de saber en qué consistirá esta vez la historia.

Las críticas se han cebado con la idea de seguir estirando el chicle del arqueólogo más célebre de la gran pantalla

Y la verdad es que nadie podría culpar a los detractores. Al fin y al cabo, tienen motivos para desdeñar a priori la quinta parte, habida cuenta de los muchos disgustos que se llevaron con Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal. Una nueva entrega podría convertirse en otro parque temático artificial y desvirtuado de las tres primeras películas, repleto de emblemas de la saga convertidos en souvenirs cinematográficos que el guión se empeña en meter a la fuerza por los ojos del espectador una y otra vez. 

Llega un momento, en la cuarta parte, en el que los giros autorreferenciales dejan de ser simpáticos para volverse exasperantes. Y tampoco es que haya mucho más de donde tirar. Como sucede con las últimas temporadas de Los Simpson, mientras los personajes sean una buena imitación de sí mismos en el plano más superficial, la calidad de los diálogos o la inteligencia del argumento dejan de ser una prioridad. Una quinta película de Indiana Jones corre el riesgo de cometer los mismos pecados que su predecesora y todavía alguno más.

Como Rocky y Harry Potter

Al público tampoco parece haberle satisfecho la designación de Harrison Ford para el papel protagonista debido a su edad. Las burlas y los montajes han circulado por la red desde que se publicó la noticia. De hecho, casi nada de lo atinente a la nueva secuela ha sido aplaudido. Sin embargo no se puede considerar el de Indiana Jones como un caso aislado. Más bien al contrario. En su tiempo se reprobó, por ejemplo, la huida hacia adelante de Rocky, igual que hoy en día sucede, por citar algún caso no circunscrito al cine, con los libros de Harry Potter.

Siempre que se anuncia la continuación de una saga mítica, la reacción de rechazo desde algunos púlpitos es habitual. No es infrecuente que los espectadores se opongan desde el mismo momento en que descubren el proyecto, antes incluso de disponer de los suficientes elementos de juicio para opinar. Y es esa conducta tan severa la que me interesaba comentar con José Luis.

La fuente del recelo ante segundas partes es que nunca se hacen, que se sepa, porque el autor de la primera quiera mejorarla con una segunda

"La fuente del recelo ante segundas partes es que nunca se hacen, que se sepa, porque el autor de la primera quiera mejorarla con una segunda". Cuerda es uno de esos tipos de los que uno, mientras escucha embobado, admira su meridiana claridad de ideas. Sentados en un balcón de madera desde el que se contemplan las vides, hoy en plena época de poda, me ofrece un punto de vista en el que yo no había caído. "Casi siempre se hacen porque, cuando se da el caso de que la primera ha dado mucha pasta, el productor se conforma con que la segunda, tercera, cuarta, etcétera, den la mitad de la anterior. Excepciones las hay: El padrino II es mejor que el uno. Pero también se da con mucha frecuencia que calidad y recaudación no sean gemelas".

Amor a la taquilla

El análisis es preciso. El público, de forma consciente o inconsciente, tiende a despreciar las secuelas porque la experiencia le dice que serán peores que la primera parte. Y son peores porque su objetivo es aprovechar la inercia, mantenerse sobre la ola antes de que ésta rompa contra el desdén de la taquilla, y hacer caja aunque eso suponga rebajar el nivel de exigencia en lo que se refiere al guión. Al productor le interesa explotar la marca, que la gente acuda al cine porque va a ver a Indiana Jones -o al menos a alguien que se le parece-, y si ello supone sacrificar el espíritu de la saga, se paga el peaje y tan contentos. Porque las penas, con el bolsillo lleno, son menos.

José Luis añade una segunda causa, en la que el peso recae sobre la otra parte de la transacción: "Además, en España existe el ingrediente analítico de la suspicacia patria, salpimentado con esa bordería tan nuestra. El resultado final suele ser la aceptación a ojos cerrados de que segundas partes nunca fueron buenas". En otras palabras, el "esto va a ser una mierda" de toda la vida.

Al productor le interesa explotar la marca, que la gente acuda al cine porque va a ver a Indiana Jones, y si ello supone sacrificar el espíritu de la saga, se paga el peaje y tan contentos

De vuelta a casa, todavía rumiando las observaciones de José Luis, me detengo a hacer una visita a mi buen amigo Marcos Gallego (Ourense, 1958), miembro de la junta directiva de AGAPI -la asociación gallega de productoras independientes- desde el año 2004 al año 2008 y actual responsable de ABA Films. Hablamos, sobre todo, acerca del temor del espectador a que los elementos más reconocibles de una película se conviertan en un reclamo insustancial de sus secuelas -la aparición gratuita del arca perdida en Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal es un buen ejemplo-, pero también del habitual buen funcionamiento en taquilla de éstas. 

La curiosidad

Gallego discrepa con la tesis de que éste responde a una cuestión inercial, así como con la idea de que el público tiende a torcer el gesto cuando se habla de segundas o terceras partes: "Creo que muchos espectadores reaccionan a las secuelas cinematográficas con la curiosidad de ver cómo evolucionan los personajes y las tramas que en un momento preciso dejaron en ellos una huella profunda. Es por eso por lo que, comercialmente, como norma general, las secuelas tienen una buena expectativa de éxito. El paradigma de este fenómeno está en el poder de convocatoria que, emisión tras emisión, siguen teniendo películas como Pretty Woman. Seguramente los espectadores deseamos revivir las emociones e ilusiones que la película nos hizo sentir la primera vez que la vimos".

La expectación viene de la mano de las sagas abiertas. El problema, me temo, surge cuando se trata de trilogías en teoría cerradas o de películas con vocación de totalidad

Sospecho que esta expectación, en buena parte responsable de su éxito, se produce, sin embargo, cuando el espectador sabe de antemano que la película forma parte de una saga abierta. El problema, me temo, surge cuando se trata de trilogías en teoría cerradas o de películas con vocación de totalidad. Puedo intuir el desagrado del público si se anunciase el rodaje de El padrino IV o El club de la lucha II. Algo que no sucedió cuando faltaba por estrenarse la última parte de Los juegos del hambre o El retorno del Jedi.

No obstante, Marcos apunta una idea clave que tal vez podría explicar la respuesta provocada por el anuncio de la quinta parte de Indiana Jones, sin desmerecer ninguna de las expuestas, que es el deseo de revivir las emociones que la película nos causó la primera vez que la vimos.

El componente romántico

Coincido con la relevancia otorgada al componente romántico. En realidad, creo que no nos apetece ver a un Indiana Jones anciano porque queremos que Indy sea para siempre aquel intrépido arqueólogo de cuarenta años que tras recuperar el arca perdida desaparece calle abajo con Marion cogida de su brazo. Queremos que sea el Indiana Jones que vimos por primera vez. Ese que, provisto de un látigo, un zurrón y un sombrero, se enfrenta a los retos y aventuras más emocionantes allí, en los años 30. Y queremos que no deje de serlo nunca, tengamos nosotros la edad que tengamos. Sin pensar en cómo lo habrán tratado los años.

Queremos que Indy sea para siempre aquel intrépido arqueólogo de cuarenta años que tras recuperar el arca perdida desaparece calle abajo con Marion cogida de su brazo

Porque ver cómo Indiana Jones se hace mayor es acoplarlo al paso del tiempo. Es convertirlo en mortal. Es desmontar esa ilusión que consiste en imaginar que todavía sigue alejándose del templo a caballo después de haber encontrado el santo grial. Y lo último que quieres es poner una vez más Indiana Jones y el templo maldito y pararte a pensar que incluso Indy tuvo un final. Ni hoy, ni dentro de veinte, treinta o cuarenta años.

Por eso no quisimos una cuarta entrega y por eso no queremos una quinta. Porque no nos apetece ver cómo envejece Indiana Jones. Y no nos apetece ver cómo envejece porque, en el fondo, no nos apetece ver cómo nosotros también envejecemos con él.

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