Esther Miguel Trula
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Le ha salido al certamen, tal vez sin pretenderlo, un díptico sobre la familia en el arranque de la Sección Oficial, que nos deja dos piezas de lo más sorprendentes, para bien y para mal. Empecemos por el plato fuerte, lo nuevo de Cristi Puiu.

¿Qué debemos hacer cuando nos falta el padre? Lo que se puede, tal vez lo que mande la tradición, y es posible que, dentro de esta dinámica y para conducir la ceremonia conmemorativa en su recuerdo, las cosas acaben tomando un giro extraño. Eso mismo pasa en Sieranevada, la historia de la jornada de duelo por la que pasan Lary y los suyos cuando se reúnen para dar el (excesivamente protocolario) último adiós al 'pater familiae' y los imprevistos, contingencias y disputas van posponiendo, cada vez de manera más tragicómica, el inicio del festín que pondrá el broche. Son los asuntos pendientes que cada uno de los miembros del clan llevan dentro lo que provocará una bomba existencialista de múltiples víctimas tras la que sólo quede reírse de la frustrante situación. Mientras, los espectadores sufrirán como ellos. Por Dios, son las siete de la tarde. Que alguien empiece a comer ya.

Cristi Puiu, el director de la aclamada La muerte del señor Lazarescu y una de las puntas de lanza más representativas del talento rumano actual, continúa su confección de las Seis historias desde los suburbios de Bucarest con una nueva entrega que entusiasma por lo grande, precisa y entrañable. En esta comedia de enredos no se quita de introducir mil elementos que hemos visto mucho en su cine y el de sus compatriotas: el despliegue de los mínimos trámites que confecciona la cotidianidad y el estrés que ello deriva, el tono derrotista y jovial de sus audaces miembros y el estallido de verdad que de vez en cuando aflora a la hora de describir la realidad social en los lugares más insospechados. Todo un clásico: lo personal es político.

Fotograma de Sieranevada.

Ciencia, fe e incluso dogmas familiares se suceden en un relato de tres horas que, pese a su lentitud y la fealdad de sus escenarios (puro retrato hiperrealista de la clase media rumana actual) tiene grandes golpes de ingenio. El primo cuñado, la hija yonki, la abuela nostálgica de Caucescu, el sobrino nerd y el padre infiel entran y salen de plano (esa cámara desquiciada que no sabe a dónde enfocar) creando nuevas confrontaciones abriendo y cerrando puertas como si de puñetazos en la mesa se tratara.

La realidad es un monstruo, ha dicho Puiu de verbo y en su cine, donde la familia rumana hace de contenedor del sentir social de un país sumido en una crisis identitaria. En esta pomană nefasta las mujeres hablan de lo privado, de las malas conductas y los detalles de inconsciente desgaste a la comunidad que provocan unos sobre otros. Ellos hablan de Charlie Hebdo, del antiguo comunismo y de las conspiraciones del 11-S. Cuenta Puiu que esta historia no surgió de la nada, sino en 2007, cuando falleció su propio padre y las situaciones absurdas se sucedieron en los días siguientes. Ha macerado por casi una década lo que esa muerte ha significado para él, pero como tantos directores antes, desde la postura de que las pequeñas cosas sólo responden al gran plan de la Historia. Casi toda Sieranevada tiene lugar en un claustrofóbico, feo apartamento en el que todo violenta. Cuando salimos de este edificio no nos queda otra que llorar.

Por su lado, Alain Giraudie aborda en Rester Vertical el entorno familiar directamente desde la transgresión de sus hábitos. Fábula con toques oníricos sesenteros, lo que ocurre en esta historia de personajes arquetípicos se siente menos como una historia creíble y más como una pantalla de irrealidad que fantasea sobre cómo los humanos seguimos siendo animales, relacionándonos entre nosotros bien como fieras o como criaturas domesticadas para con los demás.

Aparecemos in media res en la disuelta vida de Leo, que ha dejado su trabajo estable como guionista de cine para aventurarse en la campiña francesa de la zona de Vébron en busca de lobos, criaturas que le atraen irremediablemente. Pronto contrae una relación con una pastora a la que deja embarazada, pero desde la distancia corteja también a todos los varones que rodean la vida de la mujer: a su padre, a su viejo vecino y al níveo adolescente que cuida de estos pasiegos.

Los que vieran El desconocido del lago (u otras películas anteriores de Giraudie, no tan logradas) no se sorprenderán tanto de los visos que empieza a tomar esta película a medida que avanza la cinta (por decir uno, la eutanasia asistida a través de la sodomía con rock progresivo de fondo), pero dependerá de la tolerancia del espectador de los golpes de efecto pobremente justificados la simpatía que le despierte este dislate que el francés nos propone. Lo más escuchado a la salida del pase de prensa de esta mañana: “What the fuck”.

No son bellos sus logros formales, apenas el parto en primer plano en el que se nos confronta la fealdad del milagro de la vida o los penes marchitos, que la cámara recoge, cuando toca, con mucha serenidad. La metáfora de la bestialidad del hombre, aunque prometedora gracias a los elementos que incluye para retratarla, se queda finalmente mucho más lejos de Antonioni como quisieran pretender sus responsables, y más en la onda de las sensaciones que nos han producido autores recientes como Christophe Honoré (Metamorphoses) o Jonathan Glazer (Under the Skin). Parece ser que Leo/Alain necesitaba “mantenerse vertical”, como indica el título de esta película, para encontrar la inspiración que requería su esperada siguiente obra. Pero si caminas por suelos movedizos, lo más normal es perder el equilibrio.

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