Esther Miguel Trula
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Tocaba ya desde la Croisette disfrutar de un día dedicado al cine norteamericano, más concretamente, de ese que despliega en sus imágenes detalles de autoría a la vez que lo que se nos cuenta es de lo más accesible. De esa misión se han encargado en esta sexta jornada del Festival de Cannes tanto Jeff Nichols como Jim Jarmusch, este último, ofreciendo la última gran sensación que ha conmocionado a los periodistas aquí afincados. 

Porque a Jarmusch se le esperaba y le hemos tenido, como le tuvieron también en Cannes en 2005, cuando presentó Flores Rotas con Bill Murray. El argumento es bien distinto, aunque el estilo a la hora de abordar estos icónicos personajes sigue siendo igual de reconocible. Paterson (Adam Driver) vive una vida domesticada junto a su novia, su perro, los parroquianos del bar y su trabajo como conductor de autobús. Pero dentro de esta cotidianeidad también cabe el espacio para la creatividad: Paterson es poeta en Paterson, Nueva Jersey, de la misma forma que al director le hubiera gustado serlo al llegar a Nueva York en su juventud.

Fotograma del nuevo trabajo de Jarmusch.

En realidad, el personaje de esta historia no tiene nada de exhibicionista, sólo intenta dar rienda suelta a los versos que le permiten realizarse para después guardárselos para sí. ”Nadie tiene por qué leer poemas mediocres o no tan buenos”, parece pensar el protagonista que, sin saberlo, nos está enseñando a los espectadores todo lo que escribe, así como los momentos en los que fermentan los arrebatos que le impulsan a coger el lápiz y el papel.

El artista multidisciplinar Jarmusch despliega su magia llenando el metraje de rincones para la reflexión. De momentos que, narrados con el particular ritmo parsimonioso del director (y una elegante disposición de los planos que induce a ensalzar los detalles), intentan dar rienda suelta a esos procesos creativos por los que a los inquietos le llega la inspiración en lo ordinario. Nuestro protagonista sobrelleva cada jornada con sus rituales, con una existencia cuasirepetitiva, y decimos cuasi porque, como si de las reverberaciones del eco se tratase, cada nueva experiencia siempre será un poco distinta a la anterior.

El de Paterson es un Jarmusch metafílmico, que traslada a la imagen una meditación sobre su propia condición de creador pendular y sobre su particular estilo, que aquí se interconecta cerrando el círculo

Breves variaciones como lo son los hermanos mellizos (uno de los gags recurrentes de la cinta) o esas jornadas conduciendo el autobús en las que el reservado muchacho observa lo de fuera y lo de dentro, como las simpáticas conversaciones entre dos adolescentes sobre anarquistas italianos del siglo XVIII (ojo a este y el resto de cameos, todos divertidísimos e inesperados).

Así que sí, el de Paterson es un Jarmusch metafílmico, que traslada a la imagen una meditación sobre su propia condición de creador pendular y sobre su particular estilo, que aquí se interconecta cerrando el círculo. Los elementales poemas que cuenta Paterson, engrandecidos por la banda sonora cuando se recitan en la película, son la creación del septuagenario Ron Padgett, una de las influencias más directas del director en su época de formación como editor en The Columbia Review y un poeta cuyo estilo fue para los años 50 exactamente lo mismo que ahora continúa Jarmusch: una noción del arte contraria a la perfección, en constante búsqueda del ingenio puro, de la exhaustiva referencia pop (por supuesto, la película en sí es un corcho con miles de referencias colgadas, como era de esperar en una peli del creador) y de una oralidad que, aunque parezca barata, es penetrante.

Un fotograma del último trabajo de Jarmusch.

En cualquiera de los casos, hablamos del autor de Ghost Dog: el camino del samurai o Extraños en el Paraíso. Damos por sentado que no optará por elaborados diálogos, y que ese humor de baja intensidad del que hace gala tampoco será su fuerte. Pero desde luego la brújula emocional de Jarmusch se encuentra en el lugar correcto, en ese que muchos compartimos, y es difícil ver esta íntima película sin sentirse bastante identificado con lo que cuenta y con cómo lo cuenta. Una obra cercana sobre todo lo que la mayoría de mortales creemos que significa contemplar y sentir el mundo. Un bálsamo poético contra las asperezas del mundo.

Amor interracial

Jeff Nichols, por su parte, se mete a la recreación histórica, a la época de finales de los 50 y al estado de Virginia, basándose para su película en los hechos reales de una pareja interracial (Mildred y Richard Loving) compuesta por un hombre blanco y una mujer negra. La pareja, tras saltarse la prohibición de vivir en matrimonio, se verá condenada al destierro, en una resolución jurídica que no se derrocará hasta casi una década después en el Tribunal Supremo, sentando así un precedente político fundamental en la lucha de derechos civiles.

Una buena forma de interpretar el Loving que nos ha dado Nichols es como el filme que, con todas las papeletas para ser el clásico drama de juzgados, prefiere explorar desde el lado más humano las raíces de la injusticia, mostrando la naturalidad con la que estás dos personas vivían frente a ese contexto legal que tildaba de aberración su situación sentimental. El trabajo formal se deshace de cualquier alarde porque la idea es hacer llegar con la mayor claridad expositiva posible la normalidad de sus vidas, sólo puestas en entredicho por las leyes esclavistas que dominaban los territorios del antiguo bando Confederado en la época de Martín Luther King, figura que aparece en cierto momento en el filme como una presencia distante.

Fotograma del último trabajo de Nichols.

De hecho, la idea de la distancia brota con fuerza como subtexto. Sus verdaderos protagonistas no son Ruth Negga y Joel Edgerton (actor para el que los críticos piden el premio a mejor actor), sino su matrimonio y su hogar, ese terruño de Virginia donde blancos y negros del bajo espectro socioeconómico viven juntos, unos y otros al mismo nivel. Cuando les arrebatan el derecho a estar en lo que ellos sienten es su lugar, leeremos en sus contenidas actuaciones su profunda añoranza, aunque verbalicen en muy pocas ocasiones su deseo de volver a casa. En ese sentido, los Loving son la encarnación de la humildad de la Norteamérica rural.

Los Loving son la encarnación de la humildad de la Norteamérica rural

Con todo y con ello, se esperaba algo más que la corrección y el dominio de la sensibilidad en el nuevo trabajo del talentoso realizador norteamericano, y es imposible librarse de la sensación de que esta recreación histórica de un simbólico hito de la lucha contra el racismo tiene algo de encargo y de producto envasado directamente para sobresalir en la temporada de Oscars.

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