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El perro y la mantequilla de Sorpresa Sorpresa, la muerte por sobredosis de Steve Urkel, Marilyn Monroe de paseo por Matalascañas… algo hay en las leyendas urbanas y en los rumores cinéfilos que tanto gustan. Da igual que sean absurdos y que todo el mundo sepa que son falsos, los repetimos en conversaciones y nos reímos con ellos. Además, siempre surge alguien que tiene un amigo de un amigo que lo vivió de primera mano. Así, la leyenda urbana se refuerza y se mantiene en el tiempo con alguna variación, como un teléfono escacharrado en el que el mensaje inicial no tiene nada que ver con el final. Ya nadie sabe si en la leyenda de Ricky Martin, el perro se llamaba Rufo o Toby, y si la mujer en cuestión usaba mermelada o paté La Piara. No importa, lo que importa es que siga alimentando el imaginario colectivo.

En un mundo como el cine, donde la realidad supera a la ficción y ocurren las historias más rocambloescas, es normal que las leyendas urbanas nazcan como hongos. Algunas se olvidan según nacen, y otras se perpetúan en el tiempo. ¿Quién no ha oído que el hombre no pisó la luna y que fue un montaje rodado por Kubrick? ¿O que Marisa Tomei no ganó el Oscar, sino que Jack Palance estaba tan borracho que sólo atinó a decir su nombre? Y da igual que se desmonten con datos porque a base de repetir una mentira se convierte en -casi- verdad.

La frase más mítica de Casablanca nunca se dijo.

Héctor y David Sánchez las conocen todas, y las han recogido en Kubrick en la luna y otras leyendas urbanas del cine (Errata Naturae), la continuación de su obra anterior, en la que recogían esos falsos mitos del rock, y que siempre les habían llamado la atención. Partiendo de una base de algunas que ya conocían, como ese 'Tócala otra vez, Sam', una de las frases más míticas de la historia del cine, pero que sin embargo nunca se dice en toda Casablanca. Según fueron investigando llegaron a historias “cada vez más inverosímiles” tal como confiesa Héctor Sánchez a EL ESPAÑOL.

Una de sus leyendas urbanas favoritas, y de las más truculentas, hace referencia a El mago de Oz, el tierno clásico que esconde historias sobre orgías, suicidios y alcoholismo. La ciudad esmeralda, el camino de baldosas amarillas y todos los elementos icónicos nacieron de la imaginación de L. Frank Baum, pero él nunca pensó que uno de los mayores clásicos de la historia del cine se haría con su obra, y que esta sería, además, un gran caldo de cultivo para rumorología cinéfila. Victor Fleming y King Vidor (después de George Cukor y Mervin LeRoy) juntaron las piezas de lo que en un principio parecía un desaguisado y la crítica se rindió a sus pies. Al poco tiempo las historietas comenzaron a surgir. Una con especial fuerza, en El mago de Oz hay un cadáver real.

El momento ocurre una vez Dorothy y el Espantapájaros conocen al hombre de hojalata y los tres prosiguen felices su camino. Al fondo de la escena se aprecia lo que muchos aseguran que es un hombre colgado de un árbol. Las malas lenguas decían que uno de los enanos que daban vida a los Munchkins decidió ahorcarse tras ser rechazado por otra figurante. Otros decían que fue despedido y que la MGM al revisar el metraje y darse cuenta, pensaron que nadie se fijaría y que era muy caro rodar de nuevo. Efectivamente, hay una mancha sospechosa en la escena. La leyenda urbana variaba según la contaran unos u otros y también esa sombra pasó a ser un tramoyista enrollado con las cuerdas. También mentira. Lo más parecido a una versión oficial es que se trata de uno de los pájaros que se contrataron para dar colorido a la escena.

Fotograma con la mancha sospechosa al fondo de El mago de Oz.

Lo que sí es verdad es que los enanos que interpretaron a los Munchkins la liaron en el rodaje. 120 figurantes que el guionista Noel Langley calificó como “gente muy procaz”. El productor Arthur Freed no fue tan delicado: “Aquel atajo de chulos, putas y tahúres infestó la Metro y toda la colonia”. Con esas palabras era normal que la imaginación de la gente comenzara a volar y a imaginar leyendas urbanas. Orgías, fiestas, llegadas en limusina… los Pequeños, como se les llama en la versión española, eran unos juerguistas, aunque ellos se empeñaran en negarlo y en decir que se trabajaba tanto que no había tiempo para más.

Para Héctor Sánchez estas historias funcionan porque “son charlas de bar”. “Comidillas que sirven para ampliar el aura de las películas y darles ese carácter de mitología que las rodea”, cuenta. Todavía tiene muchas en el tintero, como la maldición de Superman, y no sólo de cine, sino que deja pistas de lo que puede ser un tercer libro: cómic, series de televisión, literatura… las leyendas urbanas no dan descanso a nadie.

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