Al cine se le llama el séptimo arte. Ya nadie lo duda, pero no siempre fue así. Durante décadas no fue más que un entretenimiento. Una atracción de feria que, además, se atrevía a copiar descaradamente al resto de artes plásticas. Las primeras andanzas del cinematógrafo inventado por los Lumiére no hacían más que reproducir motivos impresionistas. La llegada del tren a la estación de la Ciotat podría ser un calco de varios cuadros de Monet y compañía. Las imágenes de Las rocas de la Virgen (Biarritz) grabadas por los franceses parece la versión en movimiento del cuadro de su compatriota Las rocas de Belle-Îlle, la Costa Salvaje.
Y es que en el fondo el cine había conseguido algo que la pintura y la fotografía llevaban años buscando: captar la sensación de movimiento. Eso que Muybridge perseguía con su famoso caballo y que los impresionistas habían intentado plasmar a brochazos en sus obras. Así que una vez pasada la barraca y el ocio, el cine se enfrentó a la búsqueda de inspiración para alimentar sus historias, y allí estaban el resto de artes para ayudar. Una relación de amor que acabó siendo recíproca y provocando un viaje de doble sentido, ya que con el paso del tiempo fueron las películas las que sirvieron de materia prima para los artistas contemporáneos.
Esas sinergias son el centro de Arte y cine. 120 años de intercambios, la exposición que mañana abrirá sus puertas en el CaixaForum de Madrid y que quiere ser “un travelling por décadas, desde el cine primitivo hasta el digital” por ese “juego de relaciones” entre las diferentes artes. Con la ayuda (y la mayor parte de los fondos) de la Cinématheque française y comisariada por Dominique Païni, la muestra se pregunta qué fue primero ¿el huevo o la gallina?, y deja la respuesta al visitante.
Un paseo por la historia del cine y del arte en la que se subrayan sus concomitancias. Ni siquiera los propios cineastas saben si influyen o son influidos, como expresó el propio Jean-Luc Godard (eje central de la exposición) en unas declaraciones que ha recordado Païni en la presentación: “el cine y las artes juegan un partido de tenis en el que "terminamos preguntando quién sirve y quién responde y que, afortunadamente, es interminable".
Ese partido se juega entre unas paredes que el comisario hubiera quitado para dejar claro que “sin el cine no entenderíamos el siglo XX en las artes plásticas”. “Es un proyecto que nunca se ha mostrado en Francia, es como una utopía, un museo que cuenta la historia del cine, con ejemplos para ver lo que debe a las artes y al revés, lo que el arte debe al cine para renovarse. De hecho son los artistas contemporáneos los que vuelven a los orígenes del cine, y estos permanecen en el recuerdo por estas nuevas voces”, ha añadido.
Chaplin es el hombre ideal del siglo XX, es el obrero proletario, pero también es una inspiración cubista por su movimiento. Antes ese hombre ideal era el hombre de Vitruvio, de Leonardo Da Vinci
También se ha preguntado en lo que convierte algo en arte, y ha recurrido a Duchamps para dejar claro que, al final, es ponerlo en el contexto de un museo lo que lo consigue. “Colocarlo en un lugar que dota de espíritu artístico a cualquier objeto y para ello se crea la Cinématheque, que es un museo al fin y al cabo”, ha continuado para aclarar que este paseo no es la historia cronológica pura y dura, sino que son sus elementos anacrónicos para tender puentes entre pasado y presente lo que más le interesaba al plantearla.
349 piezas, de las que 56 son películas, 203 pinturas, dibujos o fotografías y 52 carteles de películas y entre las que destacan dos nombres: Chaplin y Godard. El primero es el icono cinematográfico por excelencia, pero también la primera vez que se cambian las tornas y el cine empieza a influir en el resto de artes. Luego llegarían Buñuel y los surrealistas, Hitchcock y Dalí, pero fue el obrero y proletario personaje de Chaplin el que inspiró hasta a los cubistas por su forma de moverse.
“Chaplin es el hombre ideal del siglo XX, es el obrero proletario, pero también es una inspiración cubista por su movimiento. Antes ese hombre ideal era el hombre de Vitruvio de Leonardo Da Vinci, pero en el siglo XX pasa a ser Chaplin”, ha contado el comisario mientras en la muestra se ve que el cineasta también influye al futurismo y hace que muchos artistas hasta se planteen dejar sus pinceles y coger una cámara.
Una porosidad entre las dos disciplinas que se ve potenciada por las vanguardias y, sobre todo, con la llegada de la nouvelle vague y de esa persona que dinamitó todas las normas establecidas: Jean-Luc Godard. El francés reventó la narrativa, la estética, y puso al cine a la cabeza de la modernidad artística. Un punto de inflexión en el que la muestra de CaixaForum se detiene en profundidad. Tanto que en su última parte resume los últimos 30 años del cine en una sola sala, obviando la influencia del posmodernismo, de esa generación en la que Coppola, Scorsese y compañía devolvieron a Hollywood su esplendory cuya influencia en la cultura popular reciente ha sido decisiva.