Fotograma de Dream Boat.

Fotograma de Dream Boat.

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El crucero del amor (y el sexo) donde los gays encuentran la libertad

El documental 'Dream Boat', disponible en Netflix, cuenta la vida de cinco viajeros de un barco en el que más de 2000 gays viven una semana de sexo, fiesta y orgullo.

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La mítica serie Vacaciones en el mar cambió en España su título. Sustituyó el original Love Boat (barco del amor), mucho más sugerente, por uno más pacato. El nombre real hacía justicia a esa fantasía anclada en el imaginario popular de que un crucero es un lugar maravilloso para encontrar a la pareja perfecta. Un estereotipo que tiene su base en el amor romántico, y que con su destrucción ha dado paso a otras estampas idealizadas en las que entran otras fantasías, también las sexuales, y hasta las ansias de libertad.

Así lo muestra el documental Dream Boat, dirigido por Tristan Ferland Milewski y que se puede ver en Netflix, que sigue demostrando su músculo en el género de la no ficción. Una película que muestra el crucero de ensueño que lleva a 2.386 pasajeros en un viaje de una semana desde Lisboa a las Islas Canarias. Los primeros fotogramas indican que no será un trayecto cualquiera, las chicas de la limpieza dejan las toallas limpias en la cama, y a su lado cuatro preservativos perfectamente alineados. Saben que comienzan siete días de fiesta a la que sólo tienen derecho entrar hombres gays.

Este barco es para la mayor parte de sus pasajeros una semana de placer, en la que el sexo, el alcohol y la diversión se mezclan en una 'rave' sin fin, pero para unos pocos, es la única oportunidad de salir de una vida de represión en la que ocultan quiénes son por miedo al qué dirán o incluso a la violencia o la cárcel. Al Dream Boat van muchos gays de países donde la homosexualidad está penada con la cárcel y salir del armario puede significar que te maten. Una ventana a un mundo libre y civilizado que no suelen vivir y que ansían cada día. En estos personajes, para los que supone un hecho extraordinario ver a miles de hombres con los abdominales marcados y el trasero al aire, es en los que se centra el director.

Fotograma de Dreamboat.

Fotograma de Dreamboat.

Es el caso de Dipankar, un joven indio que asegura que ha estado trabajando su cuerpo en el gimnasio para no desentonar en ese campo de efebos. Confiesa en el documental que aunque su familia es “tolerante”, no podía escapar de la tradición de su país, así que comenzó a conocer a chicas obligado para realizar un matrimonio concertado hasta que se mudó a Dubai hace dos años, cuando realmente se sintió “confiado respecto a mi sexualidad”. No ha tenido novios, y confía en encontrar el amor en aquel barco. Su inocencia contrasta con la del 90% de habitantes de ese microcosmos que sólo quieren pasar un buen rato. Su historia muestra las dos caras del crucero, la positiva, por sentirse por fin libre y poder vestir sólo con una bandera de su país, pero la tristeza de descubrir un mundo occidental en el que solo se valoran los cuerpos y la belleza externa y en el que él no encontrará su lugar.

Muchos de los protagonistas de Dream Boat huyeron de sus países. Uno de ellos escapó de Polonia porque no podía soportar la mirada acusadora de una sociedad profundamente católica. “No quería reconocer que era gay, me preguntaba si no habría algo mal en mí”, dice con la libertad y confianza de quien lleva 20 años en Inglaterra. Ya no tiene miedo, como antes, y agradece tener una familia “abierta de mente” con la que pudo ser sincero, porque no hubiera podido “vivir mintiendo a mi madre”.

Fotograma de Dream Boat.

Fotograma de Dream Boat.

El documental también adopta un punto crítico a la homogeneización del colectivo gay. A esos torsos anabolizados que colonizan el barco y que no dejan hueco para los diferentes, que entran con ilusión pero muchas veces también se sienten excluidos entre ellos. Es lo que le ocurre a Philippe, uno de los más veteranos y anclado a una silla de ruedas desde que hace 20 años enfermó de meningitis. El más optimista es Martin, portador del VIH y feliz entre la turba.

El quinto pasajero de este crucero del amor y el sexo, es el palestino Ramzi, que huyó a Bélgica para poder vivir su sexualidad abiertamente. Cuando llegó allí no creía que la policía pudiera defender al colectivo LGTB en vez de perseguirle y apresarle. Al barco ha acudido con su pareja belga, recién recuperado de un cáncer. Cinco espíritus diferentes con una cosa común: las ganas de libertad y de encontrar en ese barco la esperanza de un mundo donde tengan los mismos derechos que los heterosexuales en todos los países del mundo.