El cine social vive, la lucha sigue. Lo dejó claro Ken Loach, cuando ganó su segunda Palma de Oro por Yo, Daniel Blake, un relato que llegaba a Cannes en el momento justo, cuando los políticos clamaban a los cuatro vientos que habíamos salido de la crisis, pero los ciudadanos seguían pasándolas canutas para llegar a final de mes. Loach se dejó de sutilezas y apuntó directamente al estado, les dijo que ellos estaban matando a los más desfavorecidos. Además, en su discurso de ganador, se enfrentó a todos los que le acusaban de maniqueo y clamaba por el poder del cine contra los poderosos.
En la línea de ese cine social que resiste para denunciar lo que pasa a la gente a la que normalmente los políticos no miran se encuentra Las invisibles, filme de Louis-Julien Petit que sigue el día a día de trabajadoras sociales en un centro de día para mujeres sin hogar, también a las mendigas que llegan allí buscando calor y compañía. Estas mujeres, unidas, se enfrentarán al sistema cuando quieran cerrar ese único sitio donde encuentran algo de cobijo.
El realizador y escritor crea un drama con tiques de humor, porque apuesta por un tono luminoso dentro del drama, para mostrar la sororidad entre las sin techo y las trabajadoras, que se saltarán las normas a la torera para encontrar un trabajo y una solución al problema. Una rebelión en toda regla para mostrar las deficiencias de un sistema que cree que con construir un albergue ya ha cumplido, pero no se preocupa de que nadie ayude a estas mujeres a encontrar una casa, un trabajo o a ser parte de una sociedad que las rechaza.
El proyecto nació de un libro que sorprendió al director, Sur la route des invisibles, y que daba voz a numerosas entrevistas con estas heroínas. “Estaba muy lejos del tono realista, sociológico y serio que esperaba del tema. Todo lo contrario: me encontré inmerso en un cuento sobre seres muy humanos, con todos los ingredientes de una tragicomedia. Las mujeres en este libro eran increíblemente complejas, conmovedoras y, a menudo, divertidas, a pesar de sus realidades dramáticas”, cuenta el director que inmediatamente compró los derechos de la obra para realizar su filme.
Una de sus máximas fue “ser honesto y contar su verdad, ya fuera en un estilo de comedia o más dramático”. Al final la comedia surgió sola al pasar tiempo y escuchar de verdad a mujeres como Adolfa, que en la ficción se llamó Chantal, pero que cuenta su historia real, de cómo mató a su marido para librarse de los abusos continuos que sufrió y ahora busca la reinserción tras cumplir su condena.
Las mujeres representan el 40% de la población sin hogar en Francia. Puede que no nos demos cuenta porque tienden a esconderse
El director no niega que Ken Loach fue una inspiración para él, y que cuando estaba escribiendo el guion vio Yo, Daniel Blake. “A mi me gusta llamarlo dramedia, porque en Francia te ponen la etiqueta de comedia social, y parece un tema cerrado, dramedia es mejor, porque puede ser oscura y tener un contexto social fuerte pero del que puedes reírte. Cuando la vi Yo daniel blake me chocó, porque el tema de la película era que la administración mata a las personas, y yo no quería hacer la misma película, y no podría, así que quise dejar la administración a un lado e ir a las historias de estas mujeres trabajadoras sociales, y la belleza y la humanidad que hay”, dice el realizador a este periódico.
Esas mujeres de las que habla “representan el 40% de la población sin hogar en Francia”. “Puede que no nos demos cuenta porque tienden a esconderse, para protegerse de la violencia de la calle. Se camuflan y se vuelven prácticamente invisibles”, cuenta sobre esas heroínas que en el filme se ponen el mundo por montera y desafían a un sistema que las trata con condescendencia.