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Cuando uno busca fotografías de Fernando Fernán Gómez en Google, es normal encontrarle en actos con las manos levantadas y unidas por encima de la cabeza. Un saludo que repetía constantemente y que no era otro que el saludo anarquista. No era una pose ni una provocación. Fernando Fernán Gómez era un artista, uno de los mejores que ha dado nuestro país, pero ante todo era un hombre íntegro y coherente. Siempre se calificó como anarquista, y este adjetivo no fue uno que cogiera y dejara, sino uno que marcó su vida, su carrera y su filosofía.

Fernán Gómez era insobornable. Con la llegada de la democracia muchos artistas que habían apoyado al Partido Comunista, o a la CNT, fueron virando progresivamente hasta recaer en un apoyo férreo al Partido Socialista. Él no. Él mantuvo su simpatía por el anarquismo desde su infancia hasta su muerte. Ahora, con motivo de su centenario, muchos ven las fotos de aquella capilla ardiente por la que pasó hasta el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. Encima del ataúd que contenía su cuerpo, una bandera roja y negra lo envolvía y cubría con delicadeza. Era una bandera anarquista. Se despedía de la vida como se despedía de los actos, con el puño levantado, con las manos unidas, en un símbolo en defensa de la solidaridad obrera.

También se despidió al ritmo de una de las cosas que más le gustaba, el tango. Aquel acto en el Teatro Español fue único e inclasificable como él. A las once y medio de la mañana, con todo el lugar lleno de gente que había ido a llorarle, dos bailarines rompieron el silencio y bailaron un tango en honor al actor y director. A las 12 siguió el ritual, pero esta vez con Enrique Morente cantando uno de sus favoritos, Caminito, una pieza escrita por Gabino Coria Peñaloza en 1926 y que se puso por la megafonía a todos aquellos que aguardaban en la Plaza de Santa Ana.

Su despedida fue el último signo de su coherencia. Cómo no iba a morir envuelto en una bandera anarquista un actor que, aunque nacido en Lima (Perú) por azar el 28 de agosto de 1921, aprendió todo gracias a la CNT. A nuestro país se trasladó pronto con su madre, también actriz. Vivieron la segunda república, pero también la Guerra Civil.

En 1936 se afilia al sindicato de actores de la CNT. Gracias a ellos comienza a desarrollar su verdadera vocación, la interpretación. En la escuela de actores creció y estudió hasta que debutó en 1938 y hasta que Jardiel Poncela le descubriera y le diera su primer papel en Eloísa está debajo de un almendro en 1940. No hubo vuelta atrás, se había destapado el talento de uno de los mejores actores (sino el mejor) de la historia de nuestro país.

“Fernán Gómez comenzó su carrera como actor en plena guerra civil, en zona roja y con un carnet cenetista en el bolsillo”, como recordaban en la editorial Capitán Swing, que publicaron su maravilloso libro de memorias en los que él mismo recuerda todos aquellos años. “Él se sentía libertario. Decía que el comunismo y el capitalismo habían fracasado y nos habían llevado a un mundo injusto y cruel”, cuenta a Capitán Swing su amigo Luis Alegre.

Documento de la censura de 'La venganza de Don Mendo'. Flixole

Su compromiso se mantudo durante la dictadura, porque como él dejaba claro en el final de su obra de teatro Las bicicletas son para el verano, “o ha llegado la paz, ha llegado la victoria”. Sacó los colores al franquismo con su faceta como director y se las vio con la censura en múltiples ocasiones. Primero como actor, pero sobre todo como creador, donde su retrato de la burguesía franquista es uno de los más certeros y críticos.

Hasta con La venganza de Don Mendo (1961) tuvo problemas. La dictadura no podía permitir que un obispo tuviera sentido del humor, como se puede observar en el parte de censura que muestra la plataforma española FlixOlé, que además cuenta con casi todos los títulos de Fernán Gómez. “Tuvimos que transformar al obispo en fraile porque, según aquellos censores, los frailes sí podían hablar cómicamente. Como íbamos de pillo a pillo, rodamos todos los planos del obispo con ropa de obispo y con ropa de fraile, por si acaso”, cuenta el director en sus memorias y explica que, finalmente, se las apañaron para que el Obispo se quedara en el montaje final, donde no se quedó el plano donde la bailarina Naima Cherky enseñaba el ombligo, que fueron mutilados por la censura.

Juegos de niños comparado con todo lo que tuvo que sufrir después. La censura impidió que rodara su versión de La familia de Pascual Duarte, y torpedeó y machacó su maldita El mundo sigue, una obra maestra de nuestro cine que tuvo que ser reivindicada décadas después. Algo parecido a lo que pasó con El extraño viaje, que no se estrenó hasta años después de ser rodada por el miedo de los distribuidores a las represiones franquistas.

Con la democracia siguió con el puño en alto. En sus declaraciones, en su vida y en sus papeles. En aquella maravillosa El viaje a ninguna parte, donde narró la vida de una familia de cómicos en los primeros años del franquismo. Una adaptación de su propia novela que tenía también mucho de su propia vida. O en uno de sus papeles más emblemáticos, el del maestro de La lengua de las mariposas, que se despide del público entre los insultos de aquellos a los que había enseñado algo más que sumas y restas. Fernán Gómez no se despidió entre insultos, se despidió a ritmo de tango, como se despide a los grandes, y con la bandera que le representaba envolviendo su féretro.

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