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Los inicios de la democracia en España fueron fulgurantes. Después de 40 años de dictadura la gente quería beberse las calles. Salir y disfrutar de la libertad que durante tanto tiempo se les había negado. El relato cultural dominante de aquella época lo ganó la Movida, y en el imaginario colectivo quedó una juventud sin prejuicios, que disfrutaban de una sexualidad sin tabús, se drogaban y salían de fiesta. Un movimiento que muchos recuerdan con peligrosa nostalgia y obviando que aquellos sólo eran cuatro chavales y representaban sólo a un porcentaje de la población.

Por eso, quien quiera realmente ver lo que ocurría realmente en la España de finales de los años 70 y comienzos de los 80, debería recurrir al cine quinqui. Es ahí donde se ve lo que ocurría en los márgenes, a donde normalmente la ficción no quiere mirar. Es más bonita la movida que los arrabales, las muertes por sobredosis de heroína y los ‘palos’ para sobrevivir. Por eso tiene tanto valor el cine que hizo gente como Eloy de la Iglesia, donde cogía auténticos jóvenes de zonas marginales y les daba la oportunidad de contar su propia historia.

Aquel cine quinqui tenía una estética muy determinada, casi sucia. Completamente lo opuesto a lo que ocurre con Las leyes de la frontera -que ya se puede ver en salas de cine-, la nueva película de Daniel Monzón en la que adapta la novela de Javier Cercas. Y sin embargo hay mucho de cine quinqui en su filme, que cuenta la historia de un estudiante de 17 años introvertido e inadaptado en la Girona de verano de 1978. Allí conoce al Zarco y a Tere, dos jóvenes delincuentes del barrio chino de la ciudad y se verá inmerso en una carrera imparable de hurtos, robos y atracos.

Pero Monzón apuesta por estilizar una trama que tiene mucho de aquel cine. No lo hace por un simple gusto artístico, sino agarrándose “al punto de vista”, que no es otro que el de la memoria: “Nacho recuerda aquello, recuerda una etapa que fue la más intensa de su vida, la más vívida y llena de color. A la hora de replantear una recreación del universo quinqui desde hoy, digamos que el elemento más valioso de aquellas películas era que estaban protagonizadas por los propios quinquis y casi se hacía algo documental, desde la acción”.

Intentar hacer una película ahora como aquellas desde una perspectiva manierista es grotesco. Lo que no quita que haya internado que los actores tengan cierta frescura. Por eso es una película que estiliza todo aquello. Desde la música, yo quería que sonora a la época pero desde esta contemporaneidad. Todo se resume en la primera decisión formal que uno toma. Aquellas películas estaban rodadas en 1,85 y esta es una película en scope. De alguna manera quería dignificar así el género”, contaba Daniel Monzón a este periódico en el pasado Festival de Cine de San Sebastián, donde el filme clausuró la Sección Oficial.

Monzón recupera ese gusto del cine quinqui por el cine de acción “en una época donde no se hacía cine de acción”. Las leyes de la frontera coge todo aquel espíritu y coloca una historia de amor “que vertebra la película” para también mostrar ese reverso de nuestro país: “Es un retrato de una época. La de la transición, la España del 78, donde la Cara A del LP de la democracia era la de la libertad, dejar atrás el franquismo, todo es luminoso y estupendo. La cara B era otra cosa. Era la de esa gente que se arracimaba en los arrabales de las ciudades, a las que llegaban en busca de trabajo, pero no lo encontraban, cuyos hijos veían que ahí se estaba celebrando una fiesta pero no estaban invitados”.

'Las leyes de la frontera'.

“Esa desesperanza y esa angustia hacía que dijeran que también iban a participar como fuera en esa fiesta, incluso a las bravas. Si había que atracar un banco, se atracaba, o robar un coche. Era gente que vivía muy deprisa y moría muy deprisa. Todo ese retrato lo hacemos a través de un personaje que viene de la clase media, que salta al otro lado. Nosotros seguimos toda su peripecia emocional. Al principio encuentra esa familia que no tiene, esos amigos, se enamora de esa chica arrolladora. Expresa un poco la rebeldía adolescente, pero todo eso gira en un momento dado y ya no es tan divertido. La película tiene mucha ambigüedad. Este chico, al final, se le empuja a volver al redil. Tiene una segunda oportunidad, pero el otro no. Al otro lado de la frontera no hay una segunda oportunidad”, explica Monzón sobre las claves de su película.

Un filme que, además, llega en un momento donde una de las batallas culturales gira en torno a la nostalgia, sobre si antes se vivía mejor o no, algo que Monzón cree que no dice su película: “En aquel momento la juventud de aquella época sentía que tenía el mundo por delante. Estas nuevas generaciones sí piensan que van a vivir peor que sus padres. Es una desesperanza más general, entonces tenía que ver más con la clase social. Ahora quizá entra la falta de ilusión. La película en ningún momento dice que antes vivíamos mejor. Es que los abaten a balazos. Ahora vivimos mejor, todo es mucho más civilizado. Pero si está por debajo esa idea de que quizá se ha perdido un espíritu más salvaje. En absoluto, cómo vamos a decir que vivíamos mejor”.

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