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En 1996, los adolescentes nos volvimos locos con Scream. El slasher de Wes Craven se convirtió en un filme de culto para una generación que disfrutaban viendo a actores jóvenes siendo masacrados por un asesino en serie. Siempre hay un motivo oculto que el público descubriría en un giro final junto a la identidad del asesino. Una revelación que debía ser sorprendente y tener a los jóvenes haciendo apuestas desde el minuto uno. La original de Craven -que era un inteligentísimo homenaje al cine de terror-, fue tan exitoso que no sólo dio lugar a una franquicia que ahora ha estrenado su quinta parte, sino a un montón de slasher adolescentes que intentaron copiar la fórmula con desigual resultado. Sé lo que hicisteis el último verano, Leyenda Urbana…

Como ocurre siempre, lo que triunfa en Hollywood se replica en el resto del mundo, y en España no íbamos a ser menos. Así, en 2001 se estrenó Tuno Negro -que ahora se puede ver en FlixOlé-, que aunque fue atacada por la crítica y no arrasó como Scream y compañía (sumó casi 600.000 espectadores), sí que se ha convertido en una película de culto que, echando la vista atrás resulta una divertida aproximación y homenaje al slasher americano en clave cañí.

Realmente lo que hizo Tuno Negro (Vicente J. Martín y Pedro Barbero) no es más que adaptar los códigos marcados por Scream del nuevo terror adolescente a la idiosincrasia universitaria española. Allí tienen un imaginario propio en torno al instituto y a la universidad. El fútbol americano, las fiestas en las casas, las hermandades estudiantiles, su sistema de castas… Aquí tenemos la Universidad de Salamanca o de Alcalá de Henares, con sus edificios de piedra. Ciudades que son señoriales de día y por la noche esconden un ambiente de jóvenes estudiantes que se desmadran. No hay fiestas en chaletes con piscina, y sí normas que establecen los colegios mayores -de monjas en algunos casos-.

La primera escena de Tuno Negro es toda una declaración de intenciones, pero también una muestra de que realmente lo que se intenta es sólo jugar, ser disfrutones y hasta autoparódicos. Sólo así se entiende colocar a Maribel Verdú, estrella española, con sus más de 30 años por aquella época, como estudiante de derecho. Sólo desde el humor y la referencia a series como Al salir de clase, que usaban señores de casi 40 años como adolescentes, se puede entender una decisión así.

Pero es que en esa escena está el vínculo claro con Scream, la iniciadora de todo. Una estrella que se vende en el cartel y que es la primera víctima del asesino. Allí era Drew Barrymore, aquí Verdú. Reclamos que caen a a primera de cambio. Los cinco años que separan las dos películas se notan en la importancia de la tecnología. En Tuno Negro ya está internet, los chats, el ligueteo por la red… Eso sí, nadie entonces tenía esa capacidad de tener cámara, chat en directo… La primera muerte de Tuno Negro es una maravilla. En una capilla, sangrienta, con muchos ecos a la muerte de Drew Barrymore (ambas son colgadas y exhibidas), pero aquí con un toque de humor. Los gritos que vienen de la iglesia son de su compañera de habitación que tiene sexo con un tuno en el mismo sitio donde habían matado a su amiga.

No hay lógica alguna en esta película. ¿Cómo es posible que no hubiera ni una mancha de sangre cuando han masacrado a una persona cinco minutos antes?, ¿cómo la han colgado del techo en apenas tiempo? Son las primeras de las infinitas dudas que surgen viendo Tuno Negro. Su agujero tiene tantos agujeros en pos de sorprender que sólo queda rendirse, no buscarle los tres pies al gato y aplaudir ante las ocurrencias del guion. Empezando porque el asesino es imposible que sea ESA persona, ya que ha interactuado con el Tuno Negro en otras ocasiones. No pasa nada. No podemos pedir lógica a un filme con Silke como nuestra reina del grito patrio y con Jorge Sanz como universitario (otro salto de fe) ligón y tuno follarín de noche. Porque aquí el quarterback es el que canta clavelitos con una pandereta.

'Tuno Negro'.

Como en todo slasher la máscara es importante, y hasta tiene una historia detrás. Aquí el asesino es el Tuno Negro y viste, cómo no, una máscara horrible que parece la de la cada de papel porque todo el mundo de Salamanca tiene una, parece que la regalaran al entrar en la universidad. El tuno negro es, según explica el personaje de Eusebio Poncela, una leyenda urbana (si esto no es otro guiño al slasher americano que baje dios y lo vea) que cuenta que hace siglos los estudiantes más pobres entraban en la tuna para poder pagar la Universidad, pero los ricos vieron el chollo y se metieron a tunos sólo por las risas y para ligar, así que los pobres se quedaron fuera, por lo que decidieron vengarse crearon una especia de vengadores bajo la máscara y el traje del Tuno Negro. Lucha de clases en el origen del asesino… Sí, gracias.

Otra norma de los slashers es que tiene que haber un modus operandi, una línea que una a las víctimas. En Cherry Falls eran los vírgenes los que morían (dando la vuelta a un topicazo de los primeros filmes, que aquellos que practicaban sexo morían los primeros), y aquí son los que suspenden. Los malos estudiantes son masacrados. La ignorancia mata, es la frase favorita del Tuno Negro que se repite mil veces en el filme y que se convierte en el alegato más salvaje y peligroso en defensa de la meritocracia. Un festín desprejuiciado que sólo puede tomarse como un disfrute que logró lo más complicado, que 20 años después haya una legión de fans que siguen recordándolo.

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