Cuando uno intenta explicar cómo es un programa de televisión por dentro sin querer destrozar los trucos que se esconden entre bambalinas, denomina a todo eso ‘la magia de la tele’. Que si la comida no es real, que si los protagonistas son actores, que los extras tienen guión. Exactamente todo lo contrario a lo que uno se encuentra cuando le abren las puertas de First Dates

Para comprobar que todo era más real de lo que puede llegar a parecer en televisión, en Cuatro quisieron que viviese en mis propias carnes lo que era tener una cita en este programa de televisión. Mi compañera en esta cita vendría directamente desde Vertele. Lo que podría haber sido una catástrofe se terminó convirtiendo en una agradable velada que, sin querer, me enseño cómo se hacía este programa de televisión. 

Los valientes que se atreven a cruzar las puertas del restaurante lo hacen sin saber lo que se van a encontrar al otro lado. Ni quién les espera. El primero que te recibe es Carlos Sobera como maître en la ficción y como maestro de ceremonias en la televisión. Para que uno le de más vueltas al coco mientras espera a su cita, una barra de bar es el lugar idóneo para ver su futuro pasar muy rápido. 

No hay ficción en esa barra de bar. Allí, el camarero te trata como uno más (aunque habrá mujeres y hombres que deseen tener una cita con él antes que con elegido) y te permite tomar lo que te apetezca. Es cuando te das cuenta de la primera cámara que te está observando. Agazapada entre copas y tazas, allí está el ojo que todo lo ve. 

Y antes de que te des cuenta, allí está tu cita. Dos besos, una pequeña charla de cortesía y toca salir al ruedo. En First Dates eres libre de moverte por dónde quieras, lo que hace todavía más real esta experiencia. Los elegidos por Cupido tienen un baño en el que asearse o en el que llamar a sus más allegados para contarle cómo es su ligue o un fotomatón en el que intimar. Allí no hay nadie que te quite el móvil para estar desconectado del exterior. 

Entre las plantas se esconden más cámaras. No tardas ni dos minutos en olvidarte de ellas. En aquel restaurante sólo conviven los camareros y el propio Sobera. Todos los miembros del equipo técnico se esconden al otro lado del decorado, un mundo totalmente inexistente para todo aquel que entra en el restaurante. 

Y entonces llega la carta. ¿Podemos pedir lo que queramos? Ignorantes de nosotros, que pensábamos que, como en cualquier programa de televisión, aquello estaba todo preparado y nos podrían un poquito de jamón para hacer que estábamos comiendo. Enamorado o no, de allí me fui con un tartar de atún y una merluza entre pecho y espalda. Con postre y chupito de premio. Eso sí, afrodisiaco para completar la jornada.

Nuestra labor era observar a las otras parejas que se acababan de conocer y que estaban teniendo una cita real a nuestras respectivas espaldas. Una madre y una hija buscaban el amor. Desde el principio teníamos muy claro quién había encontrado a su hombre y quién no. Una vez tuvimos claro el futuro de cada pareja, volvimos a desconectar para centrarnos en nuestra cita. Y es que eso a lo que llamamos ‘la magia de la tele’ logró que Bluper y Vertele saliesen de aquel restaurante sabiendo mucho más el uno del otro. Esta vez la magia era mucho más realidad que ficción.