Las expectativas eran muy altas. Matt Groening firmaba un acuerdo con Netflix para crear su tercera serie de dibujos animados original, tras dos emblemas de la televisión como Los Simpson y Futurama. Y así nació (Des)encanto, estrenada esta semana en la plataforma de streaming. Y cuando uno pone el listón muy alto, puede que el producto que te ofrecen se te quede en poca cosa, y así, (Des)encanto acaba por producir un cierto desencanto.

Groening ha presentado un mundo medieval mágico, con princesas rebeldes, reyes castradores, un Elfo que se aburre de ser feliz y quiere vivir en un mundo en el que haya desdicha, y un demonio de un solo ojo que no tiene más que ideas poco adecuadas.

Ni es ‘Los Simpson’ ni es ‘Futurama’

Para disfrutar (Des)encanto, lo primero que hay que hacer es no tener como referente a Los Simpson ni Futurama, y es difícil. La impronta del estilo de Matt Groening está ahí, y Elfo nos recuerda en la cara a Bart, igual que Bender nos recordaba a Homer. Pero esto es diferente, y esa diferencia te puede hacer pensar que también es peor.

Cierto es que podemos encontrar ciertos paralelismos con algunos personajes. La princesa protagonista tiene un problema con el alcohol mucho más fuerte (y triste) que el de Homer Simpson, y también se siente un tanto marciana en un mundo en el que no encaja, como Fry en Futurama. Y pese a que no anda por el buen camino, tiene consciencia de sí misma y no se quiere dejar doblegar por un hombre, siendo algo así como una Lisa Simpson de un mundo paralelo, solo que sin la sensatez de la de Springfield.

Humor diluido y críticas feroces

Pero el ritmo de (Des)encanto es diferente, su humor se diluye en muchas escenas, e intuyes que lo que has visto tendría que haberte provocado al menos una sonrisa y ha logrado más bien un bostezo. Además, hablamos de una serie en la que la primera temporada tiene un hilo conductor y un capítulo te lleva al otro, no es como sus hermanas veteranas, que puedes ver un episodio suelto y este tiene sentido por sí mismo.

Ojo, que la serie, por supuesto tiene sus cosas buenas. El universo que ha creado Matt Groening es muy amplio y definido desde un primer momento, y lleno de recursos que se pueden explotar. Esos negocios que pueblan Utopía, o esas críticas feroces, por ejemplo a las religiones, o a lo difícil que es saber lo que es mejor para un hijo. Y maravillosos gags como el de la familia humilde, incapaz de aceptar un cumplido.

Y también hay una hermosa amargura en muchos momentos. En cierto momento, la princesa Bean confiesa a su padre cuán triste al saber que no es dueña de su destino, y por ello no duda en confesar que para superar la presión se refugia en el alcohol y en las drogas. Y este acaba por convencerse de que su hija lo que necesita es un exorcismo para que recupere “su vida de obedencia, sobriedad y castidad”. Para que sea sumisa, y se case con quien él diga, y se haga su santa voluntad.

La serie merece una oportunidad, y vencer la tentación de quitarla tras un primer capítulo, como se puede leer por las redes sociales que ha hecho más de uno. Total, ni Los Simpson ni Futurama nacieron perfectas, ni el Homer o el Bender que tenemos en la mente son los de los episodios primegenios de sus ficciones.