Daniel y Jesús Oviedo, los Gemeliers, en 'Pasapalabra' (Carlos Serrano)

Daniel y Jesús Oviedo, los Gemeliers, en 'Pasapalabra' (Carlos Serrano)

Televisión

La culpa no es de los Gemeliers

17 agosto, 2019 10:19

Anda la red social de moda escandalizada porque un par de adolescentes cantarines han demostrado ser unos zopencos en cultura general. Sin saberlo ni quererlo, los llamados Gemeliers dieron el cante, nunca mejor dicho, en Pasapalabra, ese oasis de cultura (manda narices) que sobrevive en Telecinco. 'Holla', 'Jueves', 'Isla' y un sinfín de barbaridades lingüísticas brotaron el día de Reyes de las párvulas bocas de estos descendientes de La Voz Kids para solaz y disfrute de la comunidad tuitera, que no daba a basto esa tarde entre idolos teenagers y exdiputadas del PP.

Y yo me pregunto... ¿de qué se sorprende la gente? ¿De que estos dos críos no sepan hacer la O con un canuto? Menuda novedad. Lo sorprendente de esta colosal metedura de pata es que su manager diera el visto bueno para llevarles a Pasapalabra.

Que los Gemeliers hayan quedado en evidencia es culpa única y exclusivamente de sus santos padres. Que hayan quedado ante media España y todo Internet como dos completos ignorantes jamás debería ser responsabilidad de ellos. Pidámosle cuenta a quienes además de las apariciones televisivas les gestionan las cuentas, los ingresos y los réditos de su fama desde que pisaron un plató de televisión con apenas cuatro años. Es a ellos a quien hay que señalar con un dedo y decirles "¿Veis en qué habeis convertido a vuestros hijos? ¿Veis lo que habeis logrado a base de meterles televisión en vena desde su más tierna infancia?"

Vale que Concha Velasco le dijera a su madre que quería ser artista. ¡Pero se lo dijo con 40 años! Vivimos en un país de Joselitos y Marisoles, y no hay un solo progenitor que no quiera tener al próximo niño prodigio. Y hombre, por estadística, tocamos a uno o dos por generacion, pero de un tiempo a esta parte salimos a 19 artistas de medio metro por trimestre televisivo, descontando el verano. ¿Tan excelsas son estas nuevas generaciones? Me inclino a pensar que no. Que como decía el ínclito José Luis Torrente, "la culpa es de los padres" (y ya saben cómo sigue la frasecita).

Vivimos en un país de Joselitos y Marisoles, y no hay un solo progenitor que no quiera tener al próximo niño prodigio

Mi limitada mente no alcanza a entender que existan padres capaces de lanzar a sus vástagos a las fauces de la televisión más comercial por el gusto de verles cantar en un plató, cocinar un solomillo Wellington o recitar chistes ante una folclórica venida a menos que les olvidará en cuanto cobre su cheque de invitada semanal. Se me escapa.

"Es el sueño de su vida", dicen. ¿Y? ¿Es que si acaso el nene dijera que quiere ser bombero le llevarían a apagar fuegos al monte con 7 años? "Es que tiene mucho arte". Pues apúntele a clase y convierta su arte en maestría. "Es que si no le llevo, se me va a traumarizar". Pero oiga, ¿es que acaso no es mucho más traumático convertirle en objeto de burla nacional por destaparse en prime time como una minichef repelente y tirana? ¿Desafinar con voz de pito en plena audición y que nadie gire su silla no puede destrozar un caracter y una autoconfianza a medio hacer?

Mire, señora, si su retoño quiere ser el nuevo Paco Roncero, enséñele usted a cocinar en casa o inscríbale en cursos de cocina infantil de la Casa de la Cultura de su localidad. Haga de su sueño una afición saludable al tiempo que le forma como profesional y como persona. Aplíquese lo mismo si el nene quiere cantar, interpretar, jugar en en el Real Madrid o ser bailarina de claqué. Los sueños están para perseguirlos, claro que sí. ¿Pero en televisión? Permítame que lo dude.

Déjense de castings, pruebas, grabaciones infinitas y una larga lista de derrotas, eliminatorias y fases no superadas. O peor aún, de victorias, aplausos desmedidos, cheques en blanco, fama y representantes. De profesores privados para cumplir con la Ley Escolar. De clases en una roulotte en plena gira. De sustituir amigos por fans y tardes de juegos y peleas en el parque por firmas de discos y selfies en centros comerciales. Aleje a sus hijos de una vida de adultos que ni siquiera un adulto sabe gestionar.

No vaya a ser que terminen invitados a un concurso solidario y al final se les vean las vergüenzas.