El cine ya no tiene el protagonismo que tenía antaño en la televisión. En la actualidad se emite muchas películas en prime time, pero casi a granel, con poco mimo en la forma tanto de programarlas como de venderlas al espectador.

En la actualidad, con toda la parrilla trastocada por el coronavirus, se hecha de menos aquellos ciclos de cine que llenaban el pasado, cuando sabías qué género daban por la pequeña pantalla cada día de la semana, e incluso, qué calidad te podías esperar. Una de artes marciales presentada por Coral Bistuer en el ciclo Cinturón Negro, o un clásico de Hollywood de la mano de Garci en Qué grande es el cine.

Hablamos de una época (no tan lejana en algunos casos) en la que emitir cine en la televisión era un evento. En la que consultábamos el periódico para ver la programación, en la que había que escoger bien a qué dedicábamos nuestro tiempo en la pequeña pantalla porque tampoco había tanta oferta y había que atinar. Y es que muchas veces nos sentamos delante del televisor por inercia y comenzamos a cambiar de canal hasta que algo nos convenza.

En ese sentido, quiero como contar cómo allá por los años 90, para mí, que entonces era un crío un amante de la televisión y del cine (sobre todo de terror), esperaba como agua de mayo la llegada del sábado para que La 2 ofreciese alguna película de terror dentro de su contenedor Alucine.

Heredero de Mis terrores favoritos de Chicho Ibáñez Serrador (pero sin presentación previa ni teatrillo), Alucine daba cada semana una cinta de terror que podían contentar a los fans incondicionales del género, pero no al espectador más exigente (o al menos, no siempre).

Por allí se emitieron, por ejemplo, casi todas las secuelas de Viernes 13, de Hellraiser, de Pesadilla en Elm Street y del Muñeco Diabólico. Se ofreció una buena muestra de las cintas de la productora Hammer, la que encumbró a Christopher Lee como Drácula, y hasta hubo cabida para las más famosas cintas de serie B, como la primera versión de La tienda de los horrores, con un joven Jack Nicholson aún desconocido.

Del mismo modo, se reivindicó a directores patrios como el citado Ibáñez Serrador, Jordi Grau, Juan Piquer Simón o Bigas Lunas. Así, por ejemplo, vimos a recientemente desaparecida Lucía Bosé mostrando su lado más erótico y macabro en Ceremonia sangrienta, o a Concha Cuetos huyendo de las babosas asesinas en Slugs, muerte viscosa.

Recuerdo haber esperado con ilusión La mansión de la montaña de la calavera, que todo lo que tenía de bonito en su título lo tenía de aburrido, y haberme impactado muchísimo con el final de El asesino de Rosmary, cuyo final era bastante sangriento.

En Alucine también había cabida para la picaresca de los productores, que vendían con exóticos títulos películas de bajo presupuesto; una vez me senté a ver a Alucine porque daban Psicosis II y esperaba que por allí apareciese Anthony Perkins travestido de su madre, regentando su siniestro motel.

Sin embargo, me encontré un asesino vestido de negro y con casco de motero, pues en realidad era una película titulada Terror Eyes que en España intentaron hacer pasar como secuela del clásico de Hitchcock, quizá porque una de las secuencias transcurría en una ducha.

Volver a hacer del cine un gran evento televisivo

Ahora que el prime time está copado de reposiciones, ya sea de películas que se han visto más de una vez, o bien de concursos y magacines como Tu cara me suena o Volverte a ver, sería bonito que nos pusiesen películas ya nostálgicas de esas que son un evento en sí misma, como sucede con Pretty Woman, que cada vez que la emiten, arrasa.

Ya sea una de terror como las de Alucine, una comedia romántica de Julia Roberts, o una del humor más gamberro. Que en estos tiempos de miedo e incertidumbre, echar unas risas frente a la televisión podría resultar francamente balsámico.