El vómito de Bertín

El vómito de Bertín

Televisión

El vómito de Bertín

12 mayo, 2020 02:59

Discúlpenme. No he podido evitarlo. Pero es que ya son muchas semanas conteniendo la bilis, y al final, de tanto sujetar la arcada, pues pasa lo que pasa. Ni respiraciones pausadas ni intentos de relajación. Nada. Después de 13 semanas de cucharones soperos de machismo a la hora de la cena, con generosas dosis de sublimación de lo rancio repartidas durante 90 minuto. Después de 13 tazones de desayuno con shares desorbitados rendidos a “lo español”, he terminado por claudicar. Por vomitar, vaya. Lo siento. Pero tenía que sacar de mí esta papilla mal digerida llamada Bertín Osborne y no quedármela dentro. Seguro que, como decían las abuelas tras un empacho, y los amigos tras la borrachera, ahora que ya lo he echado me sentiré más a gusto. Quizá no es el mejor comienzo, pero la culpa no ha sido mía. 

El último trago ha sido el que, definitivamente, me ha matado. Mariano y Bertín, Bertín y Marinao. Como dos personajes paridos por un comic de Ibáñez, pero sin puñetera gracia. Ni vida, dicho sea de paso. Juntos han reventado los audímetros de la semana. Han pegado ante el televisor a toda una nación, estupefacta quiero creer ante la estampa ofrecida: el presidente del Gobierno y “la última esperanza blanca”, incapaces de encender una vitrocerámica. Que si fuera la de Masterchef Junior, pues todavía, por aquello de la tensión y la presencia de Eva González. O un ordenador de la NASA, que sería parecido. Pero no. Era la del hogar familiar del segundo. Su residencia habitual. La morada del guerrero. Y allí, Bertín Osborne no sabe ni freír un huevo. Y mejor, no sea se manche en el intento y Fabiola se enfade. 

Bertín. Ese hombre que pregunta con dos pelotas (de futbolín) qué tal cocina la primera dama, una tarea apta para la mujer, no para el presidente del mundo libre. Ese hombre que tumba en su lecho conyugal a su compadre de filosofía vital y política, Arturo Fernández, y entre risas le insinúa que en breve entrará una amiguita para jugar con ellos, para dar paso a continuación a Mariló Montero, famosa en el mundo entero (por qué, ese es otro tema). Ese hombre que afirma sin rubor ante otro invitado que cada mañana prepara el desayuno a sus hijos pero 5 minutos después es incapaz de encontrar un exprimidor en su descomunal, y ya vemos que desconocida, cocina. Y mucho menos usarlo. Ese hombre.

Cada uno pensará lo que quiera, pero a mi este ingrediente base se me indigesta. Y el aliño no acompaña. Bertín se envuelve en un programa clónico subido al carro de la última moda televisiva y cuyas virtudes formales no son mérito propio, sino copia de lo ajeno; horneado a mayor gloria de un cantante mediocre (adjetivo, neutro: Que no tiene un talento especial), en una televisión pública que debiera ser plural, cultural y formativa pero por donde se sientan a deglutir toreros, nietisimas, políticos de derechas, presentadores de derechas, humoristas de derechas, periodistas de derechas, actores de derechas. Y Pablo Alborán, que nadie sabe qué es.

Mi cabeza asumía que con una dosis sería suficiente. Para mí y para el resto de la humanidad (España). Al fin y al cabo, un país que consume con avidez platos tan perfectos como Tu cara me suena, El Príncipe o Salvados, no se atrevería a comprar ni 250 gramos de este subproducto. Pero si quieres caldo… toma dos tazas. El público objetivo de TVE rendido al maestro Bertín. Y el resto de la audiencia, ojiplática e impávida ante esas cocinas tamaño XXL, esas conversaciones que de banales son idiotas y esas poses de sofá, modelo macho alfa ganador de Bertín. Ese hombre.

Pues sí. Ese hombre ha ganado. Su vetusta receta, rancia y machista, ha triunfado. Él se está forrando. TVE lo está “petando”. Y a mí se me ha cortado la digestión. Menos mal que ya lo he vomitado.