El pasado mes de enero, La 1 de Televisión Española estrenaba una nueva temporada de La caza, que ahora tiene como subtítulo Tramuntana. De nuevo protagonizada por Megan Montaner y Alain Hernández, la serie toma como punto de partida el homicidio de Bernat, uno de los hombres más queridos de un pequeño pueblo de Mallorca.
Bernat era el encargado del coro de la localidad, en la que se estaba preparando el canto de la Sibila, un drama litúrgico de melodía gregoriana que tuvo su máximo apogeo durante la Edad Media, y que es tradicional de la isla balear; de hecho, el primer episodio se llama así, 'El cant de la Sibil-la'. Al personaje interpretado por Francesc Albiol le quita la vida un enmascarado, alguien que en su cabeza lleva un caparrot de bebé, dando cierta relevancia en el misterio a las fiestas de gigantes y cabezudos.
Con estas dos pinceladas (que tendrían importancia para descubrir todo lo que los habitantes del pueblo callan), La caza. Tramuntana daba un paso más en esa pequeña corriente que está teniendo nuestra televisión de enlazar historias de crímenes e investigaciones policiales con tradiciones locales muy concretas, con ese folclore patrio que no todo el mundo conoce.
Nos están llevando a pueblos ficticios como este de Tramuntana, o la localidad también ficticia de Néboa, en la que se desarrolló la trama de la serie homónima de Televisión Española estrenada el pasado 2020 y protagonizada por Emma Suárez.
De hecho, si en Tramuntana el crimen gira alrededor de un caparrot de bebé, en Néboa solo sabíamos que el asesino utilizaba una máscara de urco, un personaje mitológico gallego, un hombre con cabeza de lobo que sale del mar rodeado de cadenas para llevarse a los vivos y que, al mismo tiempo, se convertía es una de las figuras representativas del entroido, el carnaval de la isla en la que se desarrollaba la ficción.
El punto de partida de Néboa era cómo una adolescente aparecía muerta en O Burato do Inferno, un lugar rodeado de leyendas; en esa misma cueva ya habían aparecido cuerpos asesinados de la misma forma, en 1919 y en 1989. En ambas ocasiones, estos crímenes iniciaron una serie de cinco asesinatos durante los ocho días de carnaval. Asesinatos que nunca se llegaron a resolver y que estaban atribuidos al urco, cuya leyenda antes descrita forma parte de las tradiciones de Galicia, aunque algunos hayan podido pensar que forma parte de la ficción de la serie.
Dejando a un lado los cabezudos y las máscaras, también resultó muy interesante cómo se desarrolló la primera temporada de Hierro, la serie de Movistar+ protagonizada por Candela Peña, cuya segunda temporada arranca este viernes.
En ella, la juez Candela (llamada igual que la actriz que la interpreta) es trasladada a la isla de El Hierro, en Canarias. Nada más llegar tiene que trabajar en la investigación de la muerte de Fran, un joven herreño, el mismo día en el que iba a casarse con la hija de Díaz, un oscuro empresario que enseguida se convierte en el principal sospechoso del crimen.
En la trama se mezclan asuntos como el tráfico de drogas y de joyas, los asesinatos… y la propia isla, que tiene sus propias normas y costumbres. Una comunidad que no va a permitir que la jueza cancele la Bajada de la Virgen de los Reyes, un acontecimiento más allá de la religión que se celebra cada cuatro años y que sirve de reunión para familiares y amigos.
En relación con la citada segunda temporada de Hierro, ese punto autóctono permanecerá vigente. "Seguimos nuestra línea de series que contienen un importante componente local, que son muy de aquí. Hierro es un ejemplo perfecto porque la propia isla da nombre a la serie", comentó en ese sentido el director de ficción de Movistar, Domingo Corral.
En ese repaso de thrillers televisivos de ámbito local, también es interesante recordar Malaka, estrenada en Televisión Española en septiembre de 2019 y protagonizada por Maggie Civantos y Salva Reina. Si bien ahí no había ningún elemento propio del folclore de la tierra, como podría ser su Semana Santa o sus fiestas de verdiales, los creadores de la misma, Samuel Pinazo y Daniel Corpas consiguieron retratar perfectamente el espíritu de la capital costasoleña.
Los malagueños pudieron reconocer a la perfección a su cuidad, retratada con sus luces y sus sombras. Con personajes que tenían en su cuello algo tan malaguita como una medalla de oro del Cautivo, que comían por la calle camperos (un bocadillo típico de la ciudad). Y en la que se trataba, de forma transversal, temas que llevan años dando vuelta en las esferas políticas como pudiera ser el convertir el seco río Guadalmedina en un gran parque, usando la expresión "cerrar la cicatriz" que tantas veces se ha escuchado entre los mandatarios políticos.