Para que no quepa duda niego una de las mayores en lo que a cambio climático se refiere: creo que existe una evolución del clima sí, no sabemos hacia qué nivel del termómetro; según meses la amenaza es la extenuación, otros meses la hipotermia.
Pero, de ninguna manera, este resultado es achacable en exclusiva al hombre -aquello que se viene anunciando como el fin del mundo hoy y mañana también-. Expertos dicen que son ciclos solares y que el cambio no es principalmente y en exclusiva de carácter antropogénico, es decir: que la acción del hombre dista mucho de ser un todo en esto del empecinamiento por destruir el medio en el que sobrevive, algo que la agenda 20/30 sí está demostrando, por ejemplo, el ataque a lo rural el campo la ganadería usos normalizados del monte desde hace siglos.
Muchos biólogos y climatistas han hecho mención a un año 2021 netamente volcánico como elemento, éste sí, directo de los cambios que se están produciendo ya sea observando periodos de calor extremo, o bajada de temperaturas como la que se está produciendo hoy. Los volcanes expulsan gases que producen efecto invernadero y también otros gases como el CO2 y cenizas que hacen bajar las temperaturas. Hay tanto que discutir al respecto. Pero lo que no ayuda, en ningún caso, son las teorías catastrofistas sobre las que se ha sostenido durante los últimos 70 años los que defienden el calentamiento global; teorías y supuestos que daban plazos y consecuencias que hoy sobradamente se saben no se han producido.
Ahora nos avisan y advierten con las islas de calor en las ciudades y sus efectos en los habitantes, las estructuras y el asfalto acumulan calor y su enfriamiento se produce más lentamente y no les faltan razón.
Yo que me muevo constantemente entre la ciudad y el pueblo vengo observando la diferencia de temperatura entre uno y otro ámbito de población y me llama la atención el dato porque no es menor. Hasta 7 grados de diferencia he encontrado entre los 13 kilómetros que separa Salamanca de mi municipio de residencia, pero lo habitual, y no es poca, es una diferencia de 5 grados.
De seguro, la falta en los pueblos en general de edificios altos y entornos urbanísticos muy cerrados, impiden ese acúmulo de calor, al mismo tiempo, que el viento acelera el enfriamiento. Haciendo un símil gastronómico es más difícil enfriar lo que hay en una cazuela que el mismo producto vertido sobre un plato llano.
Si tenemos esa experiencia enfrente de nuestra vista lo normal es que los municipios que aún pueden evitar caer en el error de construir según parámetros habituales deberían tener en cuenta estos datos para no caer en el mismo error. La solución es alternar zonas urbanas de baja edificabilidad con zonas arboladas que dote a esos municipios de elementos que refresquen las temperaturas en verano.
Recuerdo que en el 2021 la Diputación de Salamanca propuso el “proyecto arbolar” quizás porque ese proyecto nació durante el periodo de celebración del día del medio ambiente o bien porque 40.000 euros eran escasos, la falta de una normativa de obligado cumplimiento hizo de este programa, hasta el conocimiento que yo tengo, solo eso, un programa “ad hoc” para el día del medio ambiente.
Lo que sí está claro es que la forma en la que se organizan o diseñan los entornos urbanos incide mucho en el bienestar de sus ciudadanos. Los municipios medianos o pequeños (los grandes han asimilado los mismos defectos urbanístico que las grandes ciudades) deben pensar que la supervivencia de muchos dependerá de atraer habitantes no solo por la paz y tranquilidad intrínseca a las características propias del vivir en un pueblo, sino que también, por crear espacios urbanos eficientes y climáticamente responsables muy lejos del diseño urbanístico hasta ahora implementado, y es que, estar a cinco grados menos de temperatura respecto de las ciudades, créanme sobre todo en verano, es un elemento de atracción.