La lengua es la catedral en la que ora y ante la que se postra Lola Pons. Es la mayor construcción humana que concibe esta brillante filóloga y catedrática de la Universidad de Sevilla y reciente ganadora del XXV Premio Nacional de Periodismo ‘Miguel Delibes’.
Para Lola Pons la sintaxis forma los contrafuertes, los cristales y la azulejería conforman el vocabulario, la pronunciación es el paramento y la techumbre la dan en su altura las lecturas, porque, asegura, solo la literatura da altura y nivel a la lengua. Así lo expresó en su magistral intervención tras recibir este Premio Nacional de Periodismo el pasado 25 de enero en Valladolid, ciudad que ensalzó por tener piedras letradas. Y es que desde 1583 y durante siglos, cada ejemplar de la cartilla de la doctrina cristiana que cualquier español compraba para aprender a leer contribuyó a sufragar la construcción de la nueva catedral de Valladolid.
Además, esta andaluza experta lingüista, asegura que no es usuaria del tan discutido lenguaje inclusivo porque “no es práctico” y porque considera que no se trata de un debate lingüístico, sino político. Es más, hace suyas las palabras de Orwell, y asegura que “la primera corrupción se da siempre en el lenguaje”.
Pons lleva por bandera su acento andaluz, con sus eses aspiradas, con los compases y ritmo del sur e incide en que el mejor español “no está en ningún lugar concreto, sino en los hablantes”. Tras una trayectoria de casi 20 años dedicada al estudio e investigación de la lengua, con intervenciones radiofónicas y artículos de divulgación en prensa escrita, este reconocimiento del Premio Nacional de Periodismo llega en un momento “sentimental y emocional único”, que sin duda la ligará para siempre a Miguel Delibes y a Valladolid.
Es usted filóloga y catedrática en el Departamento de Lengua Española, Lingüística y Teoría de la Literatura de la Universidad de Sevilla, donde trabaja desde 2003. Como defensora a ultranza del debate lingüístico, ¿cómo valora el polémico lenguaje inclusivo?
No soy usuaria de lenguaje inclusivo. Cuando en el himno de Andalucía dice ¡Andaluces, levantaos! ¡Pedid tierra y libertad!, en ese ‘andaluces’ yo me siento incluida, no hace falta que me digan andaluces y andaluzas. Cualquier debate gramatical es interesante y sano, aunque mi impresión es que no se está hablando de lingüística, sino que una vez más se está hablando de política. Usarlo o no es una especie de marca política, de tal manera que el uso parece particularmente ligado a las ideologías de izquierdas y esto es un absurdo, pero es así. No me parece mal que a la gente que le apetezca use lenguaje inclusivo, pero me preocupa que hagamos pensar a los hablantes que son machista si no lo usan, porque no es así.
¿Cree que el lenguaje inclusivo perjudica y empobrece el idioma?
No me parece que sea un empobrecimiento en absoluto, ya que el número de sustantivos que tienen femenino y masculino son pocos y es marca histórica. Cuando se empobrece es cuando se convierte en un debate de pequeñez política. Me da la sensación de que es un uso muy simbólico, porque se suelen desdoblar referentes positivos; por ejemplo, agraciados, agraciadas, pero no cosas como los corruptos y corruptas, que en buena coherencia para quienes desdoblan deberían hacerlo. No soy usuaria de lenguaje inclusivo y me parece que no es práctico.
Usted asevera que alguien que hace un uso capcioso del lenguaje no es fiable, ¿se refiere a la clase política?
Es una frase que no es mía, es de George Orwell, que decía que la primera corrupción siempre es lingüística. El que se lleva fondos públicos que no son suyos no llama a eso robar, sino relegación de un fondo para uso particular y cosas de ese estilo. Hay una parte de oscurantismo en el lenguaje político que se explica con un deliberado interés por ocultar la realidad. También me preocupa mucho la forma en la que se hacen presentes personalmente los sujetos de las acciones. Si un político inaugura algo dice “yo inauguro este centro”, pero si lo que hace es subir los impuestos, dice “se va a introducir un impuesto nuevo”, en vez de “yo voy a subir los impuestos”. Además, es muy tentador que contra esa oscuridad manifiesta aparezca alguien que quiera dar una solución simplista diciendo “yo el Covid lo arreglo en dos días”, “yo el problema de la España Vaciada lo arreglo en dos tardes” con un lenguaje claro. Precisamente, el populismo basa una de sus fortalezas en un lenguaje simplista que vende como aparentemente claro.
Asegura que cualquier lengua de España es buena para orar, ¿cree que valoramos el tesoro lingüístico que tenemos en nuestro país o, por el contrario, dedicamos más esfuerzos en utilizarlo para enfrentarnos?
En España falta cultura lingüística, ni se valoran las lenguas ni los acentos. En cuanto al asunto del andaluz, igual que pedimos que se respeten las lenguas, a ver si conseguimos entender socialmente que no hay un único español correcto. Y que el mejor español no está en ningún lugar concreto, sino en los hablantes. Es curioso, porque sí que se observa un enorme escalón entre lo que se cultiva y defiende científicamente y lo que cree la sociedad.
Precisamente, ¿percibe que se está evolucionando y dejando atrás la postergación del acento andaluz en determinados sectores?
En el sector audiovisual típicamente ha habido una postergación del acento andaluz. Ligado siempre a la generación de contenidos de humor o graciosos, y el espectador no se ha habituado a ver personajes de todo tipo de condición social hablando el acento andaluz. Ya hay muchos andaluces haciendo programas en los medios sin cambiar acentos y las cosas están variando. Es una postergación que no han sufrido otros dialectos como por ejemplo el canario.
Al igual que comentábamos del polémico lenguaje inclusivo, ¿qué opina de que se utilicen las lenguas de España con usos partidistas?
Las lenguas son muy identitarias. Es el segundo elemento de identidad, después de la apariencia. Eso nos crea muchísima adhesión sentimental, pero eso no justifica obviamente un discurso supremacista de que mis palabras sean mejores que las de otros. A veces hay imposiciones políticas y pensamos que por hablar español o catalán se es más de derechas o de izquierdas. Creo fuertemente en las lenguas, pero ninguna lengua es tan importante como para que funcione de excusa para ejercer la violencia, como por ejemplo en el caso de Canet de Mar.
¿Cómo está afectando el uso masivo de las redes sociales y su jerga a los cambios lingüísticos?
Muy poco. Creo que estamos sobrevalorando la capacidad de cambio lingüístico de las redes sociales. Lo más interesante es que miles de hablantes en estos momentos están escribiendo mensajes escorados en general hacia la inmediatez comunicativa. Los mensajes de Twitter geolocalizados y WhatsApp nos están sirviendo a los filólogos para investigar sobre el cambio lingüístico, sobre dialectologías. En las redes se están registrando cambios lingüísticos que eran muy difícil de registrar de manera espontánea, hay una jerga propia y ciertos usos gráficos, pero afortunadamente no es representativo de lo que hacen los hablantes. Es una herramienta más que antes no teníamos.
Tras una trayectoria de 20 años como filóloga y numerosos reconocimientos, ahora le llega un Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, ¿qué significa para usted?
Este premio ha llegado en un momento sentimental y emocional único. Durante la pandemia me he sentido más aislada del entorno profesional, humano y emocional que normalmente me rodea y ha sido muy útil para dar otro escalón para salir. Verme reconocida entre otros periodistas me parece muy satisfactorio y muy emocionante y me liga más a Valladolid.
Además, su discurso se inspiró en una interesante historia de las piedras letradas de la catedral de Valladolid, única en toda España.
Sí, es un hecho que solo pasó en la catedral de Valladolid. Dentro de España había varias ciudades que tenían privilegios de impresión de la cartilla de la doctrina cristiana y solo se imprimía en Valladolid. Cada tirada de impresión daba un dinero al cabildo para la construcción de la catedral. Una historia muy bonita que comienza con Felipe II, en 1583, que llega hasta mediados del S.XIX, y se calcula que serían casi 70 millones de ejemplares de cartillas que fueron contribuyendo a la construcción de la catedral de Valladolid.