“Fastidian muchísimo a las personas de buen gusto aquellos comediones llenos de tramoyas y ridículos prodigios que suelen representarse en todos los teatros nuestros y extranjeros, deleitando únicamente a los que comen naranjas, nueces y tostones en el teatro, esto es, el populacho".

Hacia el año 1743 se abrirían los ojos de Santos en el pueblo de Villasarracinos, y se mantendrían bien abiertos durante sus primeros años en Palencia, mientras estudiaba entre el Seminario y el Convento Dominico de la ciudad. Con el título de bachiller en Teología bajo el brazo, marchó a Madrid y, antes de los treinta años, ya estaba opositando a plazas en los Reales Estudios de Corte.

No tuvo éxito durante esa primera década madrileña tratando de alcanzar sus pretensiones, ni con las cátedras de Rudimentos de Latinidad, Filosofía Moral y Lógica, ni con la plaza de bibliotecario segundo, ni con la de Propiedad Latina, hasta que en 1780 pudo sustituir a Moratín como pasante de Poética. Iba dando clases, sí, pero sin obtener su ansiada cátedra.

Mientras ejercía la docencia, publicó algunas obras siempre relacionadas con la gramática, la poesía en latín, la filosofía… hasta que, en 1789, al fallecer López de Ayala, lo sucedió, por oposición, no solo en la cátedra de Poética de los Reales Estudios, sino también como censor de comedias en los teatros de Madrid.

Como catedrático de Poesía, publicó en 1793 su propio libro de texto para dichas enseñanzas, las “Instituciones Poéticas”, donde proponía nuevas ideas para la poesía dramática, como la invención de un género nuevo que estuviera a caballo entre la comedia y la tragedia: fue el llamado “drama serio”, (o comedia sentimental) y se puede considerar antecedente del drama moderno.

Como intermediario entre el mundo del teatro y la enseñanza oficial de este arte, además de ejercer la censura en comedias que llegaban a sus manos, Santos Díez pareció ser el indicado para iniciar un plan de reforma teatral exitoso. Era un hombre con buen gusto, y no muy amigo del teatro popular, un ilustrado de pro con tendencia a lo neoclásico en la literatura, y, lo más importante, conocía como nadie el mundo del teatro y sus entresijos, desde la parte estética y artística, hasta la técnica y la burocrática.

En esta época, en España se estaba intentando mejorar el teatro artística y profesionalmente, para hacer de él una herramienta que educara al pueblo, no solo lo entretuviera.

Así, Santos, escribió en 1797 una especie de manual para la reforma del teatro, fue la “Idea de una Reforma de los Teatros públicos de Madrid, que allane el camino para proceder después sin dificultades y embarazos hasta su perfección” y no se puso en marcha hasta más de dos años después, en diciembre de 1799, a través de la recién creada Junta de Reforma de los Teatros, de la que fue nombrado censor y de la que Moratín era director.

La intención de este manual de Santos Díez era reformar todos los elementos que intervenían en el hecho teatral desde su origen, y proponía incluir en las políticas de los teatros mejoras en los escenarios, en el atrezo, decoraciones y vestuarios, reformular la producción de las obras y perfeccionar la preparación de los actores.

Por eso, como habilitar un colegio o institución separada que enseñara estas funciones, no era históricamente muy conveniente en cuanto a decoro y pensamiento social, se indicaba que, dentro de los propios teatros, hubiera maestros de cada área. Por ejemplo, se proponía tener una plaza de maestro de Declamación, entre cuyos cometidos estarían los de participar en las decisiones de formación de las compañías cómicas, examinar a los actores que quisieran ajustarse en los teatros, ensayar y con los contratados, y formar, una vez a la semana, a cuatro jóvenes destinados a salir a escena y a aquellos admitidos específicamente para recibir sus lecciones.

Además de la docencia del maestro de Declamación, el plan incluía dos maestros de Música con la responsabilidad de dirigir las orquestas, e instruir, dos o tres días por semana, a los actores y a los admitidos en la formación actoral.

El maestro de Esgrima, plaza dotada con cuatro mil cuatrocientos reales anuales, debía preparar las coreografías de los montajes escénicos e instruir a los alumnos dos o tres veces por semana. Y el maestro de Baile, cuya plaza estaba dotada de ocho mil reales, debía tanto ensayar los posibles bailes de las funciones como instruir a los alumnos cinco días por semana.

Además de trabajar con los actores de los teatros y con los jóvenes que se admitiesen para estudiar en las distintas clases, los maestros deberían instruir a cuatro alumnos seleccionados por la Junta, dos destinados a cada uno de los teatros, de Madrid en este caso, y que servirían como ayudantes en el escenario, para mover mobiliario o atrezo, decir algún verso si era necesario, salir en las comparsas, y asistir a las clases de declamación para poder entrar en alguna compañía en el futuro.

El plan de Díez se consideró fracasado tiempo después. La causa, la de casi siempre: no salían las cuentas. Aunque estuvo dos años más siendo utilizado en los teatros, aplicándole algunas correcciones que lo mantuvieran más o menos vigente, la Junta de Reforma de los Teatros cesó en 1803 con pérdidas que llegaban a los seiscientos mil reales…

Este malogrado plan, pudo ser en parte la causa de la muerte un año después del palentino, que quizá frustrado, decepcionado y deprimido, fallecía en el verano de 1804.

Santos Díez González se adelantó a su tiempo y a pesar de ser muy crítico con algunos aspectos del teatro popular, para él desorganizado y poco didáctico, dejó para la posteridad factos como la profesionalización del empleo de director de teatro, maestro de declamación, maestro de música, maestro de florete o de baile, el reconocimiento de los derechos de autor a los dramaturgos, la dignificación de la profesión de cómico, mejorando sus sueldos, y la invención de sistemas mecánicos más silenciosos para cambiar decoraciones.