Un dicho anónimo lo define perfectamente. “¿Es linda? / Es bella y maldita, como las amapolas”, aunque numerosos refranes castellanos lo han dejado claro: “Aparte de buenas cosas, en abril lilas, en mayo rosas y en junio las amapolas”. Pero llama la atención su uso consolidado en la poesía, como rezaba Pablo Neruda: “Hay una estrella mas abierta que la palabra ‘amapola’?”
Juan Andrés Oria de Rueda, del Departamento de Ciencias Agroforestales de la Universidad de Valladolid, remarca que el 28 de mayo fue el Domingo de Pentecostés, la llamada ‘Pascua Roja’, precisamente por la predominancia histórica en estas fechas de los campos rojos de amapolas (papaver rhoeas). Junto a ellos, destaca que también se observan en gran medida campos de la ‘adormidera’, planta de la que se extrae la morfina, que blanca, y que “este año se encuentra incluso cerca de zonas urbanas, a veces cultivables”.
Pero este fenómeno no ha surgido de la noche a la mañana. Las semillas de las amapolas, pequeños puntitos negros que se esparcen con mucha facilidad con el movimiento provocado por el viento, estaban ocultas en el terreno, esperando a que se dieran las condiciones más favorables para su crecimiento en un “terreno removido”, como afirma Oria de Rueda. “Con una campaña agrícola muy seca, con cuatro gotas de estas últimas semanas le vale a la amapola para germinar”, expone el docente en declaraciones a Ical, autor de innumerables libros de ecología, artículos en revistas e investigaciones.
Este colorido en los campos de Castilla y León es previsible que no se prolongue más allá del mes de junio. Aunque se considera de forma popular una planta débil, nada más lejos de la realidad. Se estima que sus semillas empezaron a germinar a mediados del mes pasado y en estas últimas semanas es cuando han salido las flores, generando este estallido tan llamativo.
Apreciada en la cultura tradicional
Precisa el profesor Oria de Rueda que la amapola, calificada como símbolo de paz, era una planta muy apreciada en la cultura tradicional. Antes de florecer es forrajera y se alimentaba con ella a los conejos en las casas. “Antes, se recogían en el campo las consideradas malas hierbas y se aprovechaban para algo”, expone, si bien matiza que lo de “malas hierbas” es una acepción equivocada porque es “muy valiosa”. Por ejemplo, recuerda, gracias a sus efectos somníferos era utilizado “con prudencia” para gente con dificultades de dormir, principalmente “la gente mayor”. “Se secaba a la sombra y se lograba un resultado como una planta medicinal que se vende en supermercados y herbolarios”, destaca.
Las abejas, uno de los insectos “más inteligentes”, toman de ellas un polen de color negro que se llevan a las celdillas. “Hacen papillas con ello para las crías. Lo utilizan como regulador biológico. Este es el polen tan oscuro de la amapola”, comenta Oria de Rueda, quien rechaza las afirmaciones de ciertos grupos de presión “radicales” sobre que la amapola la ha importado el agricultor entre semillas y granos de cereales. Otros la han calificado de planta exótica, “como si fuera un eucalipto”, pero se ha demostrado que “ya estaba aquí en el Pleistoceno”, pues se ha encontrado polen en restos de animales.
En general, es una planta que como no se trate con herbicidas, en terrenos de leguminosas, guisantes o vezas “pueden poner el campo rojo” y al agricultor le supone que “entre la sequía y otros problemas le hunde la cosecha”. Eso no es óbice, reconoce, para ver que las diferentes tonalidades de colores de la Meseta se entremezclan entre la amapola y las crucíferas, como la colza, que son amarillas, y que durante unas semanas conviven en una especie de planicie arcoíris que maravilla a los ojos. En todo caso, Oria de Rueda advierte de que, “aunque es muy bonito”, no deben “ir los autobuses, porque ya hay agencias de viajes que se llevan a turistas y puede ser un campo sembrado en el que hacen daño”.
Flor decorativa y símbolo de paz
La amapola cuenta con un uso somnífero y decorativo y, aunque estos días llama la atención en el paisaje castellano y leonés, no por ello es una flor mala, como se tiene en la creencia popular. Sin embargo, sus pequeñas semillas sí se emplean para el pan de amapola, procedente de Hungría y que cada vez se encuentra más extendido. A él le aportan un sabor peculiar porque es la única parte de la flor que no tiene compuestos nocivos.
Además, se convirtió en el siglo XX en un símbolo de paz, pues durante las guerras, el terreno está expuesto a mucha actividad, a excepción de las zonas consideradas ‘tierra de nadie’, donde crecían las amapolas. Así, su floración entre trincheras la elevaron a figura de paz tras la I Guerra Mundial en países como Reino Unido.
Su manto rojo evocador, inspirador hoy en día de las redes sociales, ya sugirió al francés Monet en el siglo XIX, que volcó su arte hacia esta flor, a las amapolas, símbolo también de la bella Toscana italiana.