Felicidades, mamá
Cuando eras frágil y necesitaba de ayuda hasta para hacer lo más íntimo, cuando la debilidad era tu emblema, siempre con una sonrisa, con un gesto amable y con el cariño más limpio, sincero, asexuado e imperturbable, estaban tus padres ahí. Ella te sentía como algo intrínseco a ella misma, de lo más hondo de su corazón manaba todo tipo de parabienes y, como una fiera herida, reaccionaba si algo o alguien perturbaba mínimamente tu existencia o siquiera pretendía hacerlo.
Su vida, su alma –que para aquellos que tienen fe es algo infinito e imperecedero- daba por vivir contigo un retozo a cambio de nada, de tu felicidad, de tu alegría, de saber que podías sentirte mejor.
La única recompensa que buscaba por sus noches en vela, sus angustias constantes, sus canas de preocupación por ti, las arrugas conseguidas en la lucha porque tuvieses una vida mejor, más tranquila, era saber que tú eras feliz.
Mientras tú disfrutabas de la noche, ella velaba preocupada por tu bienestar; cuando tú gozabas de la vida, ella la perdía pensando en ti; cuando tú sufrías, ella ofrecía su alma por tu mejoría; cuando tú triunfabas, ella soñaba contigo; cuando tú caías, era ella la que estaba ahí para levantarte, cuidarte y padecer el dolor por ti, y todo ello sólo para saber que tú eras feliz.
La vida cursa sin opción a su detención, el tiempo corre sin poder apaciguar su galopar y la vejez te alcanza cuando aún crees que eres joven, las fuerzas merman y debilitan tu ser cuando aún quieres vivir; pero, lo triste, lo que resulta doloroso, lo que determina el valor de tus sentimientos y, sobre todo, de los que te rodean, se observa cuando aquellos por los que has dado la vida, por los que luchaste hasta la extenuación, ya no te aguantan, ya no pueden, no saben, no quieren cuidar de ti y eres tú la que tiene que pedir que te aparquen, que busquen un lugar en el que descargar su carga, cuando esa carga eres tú.
Cuando al final de tus días, sola, tu esposo ya se adelantó, débil, con la mente cansada y la neurona deslizante, deseas y añoras el poder cobijar tus huesos en ese lugar en el que creíste crear un hogar, en rededor de aquellos a los que diste calor, con la paz de saberte amada, observas cómo tus hijos, los próximos, te ingresan en una institución, te apartan de su lado, eres una pesada carga que no están dispuestos a asumir, consideran que el cuidado es el pagar una cuidadora, que además pagan de tu pensión, y no el calor de ese amor que tú en su día les diste, es cuando te acercas al abismo, miras al futuro, evocas lo que perdiste y pacífica, tranquila y sosegadamente te dejas hacer para no sufrir, para no hacer sufrir.
Pues bien, mamá, por más que otros te fallen, por más que, con errores, te haga sufrir, por más que mis egoísmos, mis cuitas y las lágrimas en los ojos no me permitan hacerte sentir el amor que te profeso, ten por seguro que aprendí de ti, que si algo soy o algo tengo te lo debo a ti y que, si algo de amor tengo en el corazón, lo sembraste tú.
Feliz día de la madre, feliz día a día por ser mi madre y piensa que nunca serás una carga, un censo o un problema para mí, pues carne tuya soy y cuando te precisé, te tuve, te tengo y seguro te tendré, pues el día que te marches, a buen seguro, lo harás para cuidar de mí, para preparar mi futuro, para allanar el camino.