Opinión

Habrá que empezar a coger el toro por los cuernos

1 noviembre, 2017 14:19

La ceremonia de la confusión está poniendo a todos los temas en el mismo saco de forma que todos parecen buenos o malos, solucionan o estropean, a la vez. Es como si todo estuviera saliendo al ruedo al mismo tiempo para que la corrida parezca confusa, para que no sepamos que mirar, a qué diestro valorar, ni que faena resaltar. A este paso tendrá que resucitar don José María de Cossío, enciclopedista de la cultura del toreo, para que nos ayude a separar el grano de la paja, el engaño de los pitones, que nos han puesto y nos ponen para que no nos fijemos en los temas verdaderamente importantes que acongojan a este país, cada día más, incapaz de sorprenderse. Se trata, a fin de cuentas, de la práctica consistente en suscitar falsas discusiones que distraigan la atención de otros asuntos que no interesa que sean tenidos en cuenta. Todo lo directamente relacionado con la supervivencia, a fin de cuentas la economía, puede hacernos decidir a apoyar a aquél que presente el discurso atractivo en su estética. En este caso la adhesión será ciega.

Empieza noviembre, mes de recordatorios democráticos, mes en el que en 1975 los españoles teníamos un estado de ánimo que a día de hoy se ha invertido. Sentíamos que empezaba una nueva etapa, que íbamos a alguna parte, y aunque existía temor dominaba la esperanza. Pero a día de hoy cuando leemos un periódico o escuchamos un noticiario no esperamos nada bueno, y menos incitante. Se repiten de forma monótona las mismas cantinelas que son éxitos para unos y fracasos para otros, o se reiteran fieros males que no dejan de existir pero que a veces no son tan fieros y que se siguen con tanta minucia que ocultan otros más importantes, y por supuesto no se propone nada atractivo o esperanzador que incite a los españoles el apetito de vivir, que prometa una nueva empresa nacional interesante.

Esto explica el extraño fenómeno de que el amplísimo descontento dominante, que tiene pocas excepciones, se presente acompañado de la frecuente sensación de que las cosas van a seguir como están, lo cual no es muy comprensible cuando se vive en un régimen democrático, en que los ciudadanos tienen en sus manos la posibilidad de cambiar la orientación del país.

A lo que estamos asistiendo puede que sea otra cosa. La convicción de que las cosas no tienen solución, de que no se puede hacer otra cosa que la que se está haciendo, nos está empujando a pensar de que la vida pública está escapando de los ciudadanos. Muchos que si se sienten representados en su interior dudan, y otros no ven que la conducción de los asuntos ofrezcan nada atractivo. La tibieza con la que se proponen una sí y otra también soluciones que parece no modifican nada sino van a peor, produce en los españoles una sensación de que las cosas van a seguir así largo tiempo y ello engendra hastío. Y éste a ciudadanos cada día más gaznápiros, es decir, más palurdos, simplones, torpes, que se quedan embobados con cualquier cosa.

Cuando se llega a la convicción de que hay que elegir entre posibilidades no deseables, en todo caso no deseadas, hay peligro de que se elija por inercia o por el método de cara o cruz. Es decir, que no se elija, con lo cual la democracia se vacía de contenido. La democracia en período de crisis es decir la verdad ante todo, antes de que todos perdamos la dignidad, y que la sociedad se convierta en la prostituta del poder.

Nietzche decía que la guerra vuelve estúpido al vencedor y rencoroso al vencido. Todo líder acaba en el engaño, y el autoengaño, extralimitándose para aumentar su poder, ejemplo al que estamos asistiendo estos días. También el ejemplo de la utilización de la historia con fines políticos; incluso vemos que la gente relaja sus estándares de exigencia, a veces a cero, cuando se trata de afirmaciones que refuerzan la virtud de su grupo y demonizan a sus enemigos.

El campeón y fundador del totalitarismo en uno de sus discursos, anunciaba puntos de la hoja de ruta del algún protagonista de la actualidad,  y del que no hace falta recordar su nombre: “¿Qué importancia tiene que en la catástrofe de nuestra actualidad se hundan las instalaciones industriales? ¡Los altos hornos pueden reventar, inundarse las minas de carbón, los edificios convertirse en cenizas, si detrás de todo ello, realmente, está un pueblo que se levanta, fuerte, sin miedo, decidido a llegar a lo último! Porque si el pueblo alemán levanta otra vez la cabeza, también todo lo demás se levantará. Pero si todo ello persistiese y el pueblo se hundiese en su propia podredumbre, entonces todas esas chimeneas, industriales y mares de casas no serían otra cosa que las piedras para la tumba de tal pueblo.” Al final de sus días acabó inmolándose rodeado de un mar de ruinas.

El nacionalismo es peligroso cuando pasa de ciertos límites. Tenemos una clase gobernante muy pagada de sí misma que parece que no quiere ver ni escuchar, por ello puede que esté cometiendo una gran equivocación. Da igual derechas que izquierdas. Estamos ante un problema que quiere derribar un mundo y colocar otro nuevo en su lugar. Estamos ante un personaje rodeado de una banda que parece que no tienen sentido del ridículo y desprecian sus efectos en gran parte nocivos para todos, para toda la sociedad y para la imagen exterior de España.

Son tiempos peligrosos pues existe una masa de ciudadanos desorientados. La clase media está cansada de tantas desilusiones y desazones, no encuentra nada que le llene su vida. Hay muchos patriotas no importa de qué, que no hallan ningún campo de acción, que se entusiasman con lo heroico, pero que no tienen héroes. La fuerza de voluntad de esos ciudadanos es pasto fácil para las fieras.

No podemos jugar al mismo tablero con este problemón, hay que jugar dándonos ventaja, y haciendo que los tiempos de la partida vayan a nuestro favor. Conocido es el dicho que “al enemigo ni agua”. ¿Por qué tenemos que preguntarnos, un día sí y otro también, si tenemos que pedir perdón por defender lo que es de todos, por aplicar la ley, por tener templanza, por dejarnos tomar el pelo, por dejar que mancillen el honor de nuestros símbolos, y de nuestro pasado, presente y futuro, además de nuestras tradiciones e historia?

Una cosa puede ir mal de muchas maneras pero bien de pocas. Las élites intelectuales, que viven del cuento, tienen mucha culpa al competir por su influencia y autoridad moral. La naturaleza tiene un sesgo negativo. Somos sensibles a la pérdida. Nos interesan más las malas noticias que las buenas. Nos afectan más las críticas que los elogios. Existen más palabras negativas que positivas. Estamos y queremos estar pendientes de lo que pueda ir mal. Nada otorga más prestigio que decir desde fuera del poder que todo va mal. El intelectual siempre se siente superior al político, al economista o al funcionario. El estado natural del universo es que las cosas se caigan a pedazos. No podemos esperar facilidades. Pero deberíamos esperar soluciones, en este caso rápidas, de nuestros gobernantes para no perder más, ni tiempo, ni dinero, ni salud, ni raciocinio... En Castilla decimos que “nunca se ha visto un tonto volverse inteligente”. No nos hagamos el tonto, o no nos volvamos tontos. Habrá que empezar a coger el toro por los cuernos, que al final no da tanto miedo. Palabra de los que lo hemos probado.